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del

Miguel Carbajal Rodríguez*
Foto: Carlos Águila Arreola
La Jornada Maya

20 de enero, 2016

Pocas veces caemos en cuenta de que nos tocó nacer en un país majestuoso en relación a sus componentes naturales. México es uno de los doce países que concentran el 70 por ciento de las formas de vida en el planeta. Solamente en nuestro país, se alberga entre un 10 y 12 por ciento del total de su riqueza biológica. Somos también el segundo país en ecosistemas, lo que significa que en nuestro territorio se encuentran prácticamente todos los ecosistemas del mundo salvo la tundra y los desiertos de hielo. Desde los arrecifes de coral, hasta las exóticas selvas, pasando por los bosques y los extensos desiertos, el nuestro es un país con más de 26 mil especies de plantas y ocupamos el cuarto lugar en términos globales sobre el número de especies, lo que significa que en sus casi 2 millones de km cuadrados, México es hogar del 10 al 12 por ciento de la biodiversidad mundial con alrededor de 200 mil especies descritas. Gracias a esta riqueza natural, tenemos al menos 60 grupos étnicos existentes en nuestro territorio que se han relacionado con su entorno de manera particular produciendo expresiones culturales y gastronómicas que nos definen como país ante el mundo.

La naturaleza nos provee innumerables servicios ambientales de los que muchas veces y sin darnos cuenta depende nuestra calidad de vida y que valorizados económicamente representan sumas dantescas que serían imposibles de realizar por la acción humana. A nivel mundial, se estima que los servicios ambientales ofrecidos por la naturaleza ascienden a la estratosférica cifra de al menos unos 42 mil billones de dólares !por año¡ sí, la cifra es correcta. Los polinizadores por ejemplo, de los que depende la tercera parte de la producción agroalimentaria, ofrecen un servicio valorado en al menos unos 200 mil millones de dólares anuales. No hay que ser sabios para vaticinar un futuro sin polinizadores y las implicaciones sociales y económicas de lo que sería una catástrofe ambiental; sin embargo, desde hace años se ha documentado la pérdida constante de poblaciones de abejas en varias partes del mundo. La calidad de la atmósfera, la calidad del agua y los ciclos hidrológicos que aseguran el agua para miles de millones de personas y formas de vida, la disponibilidad de alimentos, el mantenimiento de suelos, la protección a eventos meteorológicos extremos, la obtención de energía y de materias primas para el mantenimiento de la industria entre otros servicios indispensables para nuestra vida dependen de la naturaleza. En síntesis, nuestra vida depende directamente de la salud de los ecosistemas.

Desafortunadamente, por una visión de desarrollo con intereses netamente económicos, la naturaleza está siendo modificada a una velocidad vertiginosa y enfrenta amenazas drásticas a su estabilidad y por ende a la nuestra. Paris 2015 ha sido el escenario más reciente en donde los líderes del mundo han sumado esfuerzos para dibujar acuerdos que permitan mantener cierta estabilidad climática. Veremos en el futuro cercano si nuestra capacidad y voluntad como civilización es suficiente para enfrentar y dar esperanza a las presentes y futuras generaciones.

Pero más que los acuerdos internacionales, las acciones individuales hablan de nuestra educación y nuestra cultura ambiental. Cada uno de nosotros debe de integrar el componente ambiental en su vida y tiene el deber de protegerlo y denunciar las agresiones al mismo. Hoy, defender a la naturaleza es un deber cívico, como mexicanos es indispensable reconocer la grandeza natural de nuestro país y entender la dependencia que tenemos de ella. Resulta lamentable observar gente que con sus acciones diarias denota un desprecio a la naturaleza y a la vida en general. Es también un problema complejo que hunde sus raíces en la educación, de ahí la urgencia de establecer marcos adecuados para una verdadera educación ambiental que vaya más allá de un texto y repercuta en la coherencia de acciones. Me parece que gran parte de nuestras escuelas fallan en esto, pues enseñan una cosa desde el libro, pero no se ve reflejado este aprendizaje en las acciones diarias en los niños y jóvenes. Es necesario poder construir una nueva cultura ambiental que nos empodere de nuestro patrimonio natural y nos haga celosos para su defensa y cuidado. Desde la empresa, la escuela y el hogar, se debe de construir un nuevo tipo de mexicano, responsable con la vida y sabedor de que la naturaleza es indispensable para nuestra propia existencia e incapaz de defenderse por sí misma.

La enorme herencia natural de nuestro país trae consigo una gran responsabilidad que hasta hoy no hemos querido asumir y que es tiempo de contraer si queremos ver un futuro para nuestros hijos.

*Director de la Escuela de Recursos Naturales de la Universidad Marista de Mérida. Maestro en Bioética y Derecho y en Educación.

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