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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

18 de enero, 2016

Haudini en guayabera. El prestidigitador se quedó sin ases bajo la manga, dejando para el último acto, su gran finale, un truco repetido.

Aunque es muy buena noticia la llegada de nuevas inversiones a Yucatán, más aún si representan dos mil millones de pesos y la generación de más de mil empleos, el III Informe se redujo a un [i]deja vù[/i].

El año pasado, Rolando Zapata Bello, al hacer el corte de caja de su segundo año, sorprendió a la audiencia anunciando el regreso de la cervecería al estado; el conejo que apareció del sombrero dejó a todos con la boca abierta.

La política tiene mucho de espectáculo: fuegos de artificio, efectos especiales, giros inesperados en la trama… Este domingo, se esperaba, iba a ser el clímax de un trepidante [i]show[/i] que comenzó meses atrás, con la eliminación de la tenencia, una medida anunciada, pero no por eso poco aplaudida.

Como en una película de acción, la administración encabezada por Zapata Bello, repercutiendo una metralleta mediática, dio a conocer grandes obras de infraestructura, entre ellas un hospital, un centro de convenciones, un museo de la canción y un centro de justicia.

Además, y si con lo anterior no bastaba, uno de los casos judiciales más polémicos, el del presunto fraude de Crecicuentas, comenzó a desenredarse, para el beneficio de decenas de familias, que con la detención de los directivos de esa caja de ahorros comenzaron a creer de nuevo en las autoridades.

Igual de impactante fue la instrucción que el mandatario estatal le giró a su fiscal general respecto al proceso que se debe seguir en el caso de los feminicidios, en el marco de la conmemoración del centenario del primer congreso feminista en Yucatán y del asesinato de una joven que conmocionó al estado.

El III Informe, por si no nos habíamos dado cuenta, comenzó hace mucho. Sin embargo, una vez ya digeridos los anuncios, el efecto se diluyó; nos malacostumbraron y esperábamos un broche de oro mucho más reluciente que con el que se cerró el maratón mediático —y mesiánico, dirían algunos. Sostenemos: la política tiene mucho de espectáculo, y en esta ocasión, el gobernador prefirió encarnar a Schwarzenegger en lugar de Malkovich.

Los veintiún kilómetros. Zapata Bello llega a la mitad de su mandato con unos niveles de aceptación en la estratosfera; es un cometa político. Fuera ya del alcance de muchas críticas, hoy se leerán y escucharán elogios y loas; un coro que abrumará.

Pocas serán las voces que desentonarán, y con mucha razón. Se requiere mucha paciencia e inteligencia para encontrar fallos en la actual administración, y se necesita de una aún mayor valentía para externarlos.

Sin embargo, a contracorriente y a bote pronto, podemos señalar que los grandes ausentes ayer fueron la transparencia y la fiscalización.

El gobierno del Estado puede aducir que cumple —«en tiempo y forma»— lo que le dicta la ley. Y tal vez esté en lo cierto. La coyuntura, creemos, exige más; los ciudadanos merecemos más. Yucatán y sus autoridades están perdiendo una gran oportunidad de destacar en los temas antes señalados.

En un momento de la puesta de escena de ayer, el gobernador, único, gran protagonista, leía puntual su discurso. Detrás de él, un fondo negro, y, encima, una gran pantalla. Ahí, de repente, aparecieron dos grandes frases, una después de otra: «¡Creamos en Yucatán!», «¡Apostémosle a Yucatán!».

Hay dos maneras de hacer realidad esas invitaciones: una es convencer, y la otra, hacer cómplices. Y ahí radica la importancia tanto de la transparencia como de la fiscalización. Alguien convencido lucha por un idea, mientras que un cómplice, por un cheque.

El convencimiento se edifica con argumentos sinceros y confiables, a la vista; se erige con el ejemplo. Un gobierno opaco, que se escuda en normas oscuras, únicamente puede optar por formar una legión de cómplices, sabiendo que éstos le darán la espalda cuando las arcas se vacíen.

Al llegar a la mitad del maratón, a los veintiún kilómetros, Zapata Bello perdió esta gran oportunidad. Tal vez el anuncio de una serie de medidas para fortalecer la transparencia en Yucatán hubieran significado un mayor legado que el de las cinco obras anunciadas. Optó por ser Tutankamón por encima de Hammurabi.

Sin romper lanzas. Zapata Bello es un gobernador «sereno». Así lo definió ayer la ex gobernadora Dulce María Sauri Riancho. El discurso que se escuchó ayer en el Centro de Convenciones y Exposiciones Yucatán Siglo XXI fue, precisamente, un reflejo de su personalidad, definida de esa manera tan puntual.

Muchos recordarán aún ese teatral gesto de Ivonne Ortega Pacheco, cuando al romper unas lanzas mayas lanzó una fuerte advertencia a sus rivales políticos, tanto de su partido como los de la oposición.

Zapata Bello no es de esos. Al contrario. El tono de su III Informe fue incluso conciliador, y para muchos, lo más rescatable de la jornada.

El fondo, más que la forma, del discurso del mandatario llaman a una tregua, más social que política. Se avecinan tiempos difíciles, dijo entrelíneas; un huracán económico amenaza a México, y tenemos que estar unidos para hacerle frente.

Los anuncios de la llegada de capitales al estado podrían tranquilizarnos un poco, pero no son suficientes para lo que viene. Miramos y vemos asustados esos negros nubarrones que ya se formaron en el horizonte.

Tal vez con ese panorama en la mente, Zapata Bello optó por el formato que nos dejó con ganas de más, aún sabiendo que los tres informes que le restan serán de mucho menor lucimiento personal. La cuenta atrás comenzó oficialmente ayer.

Lo que veremos a partir de hoy serán reportes de avances de lo anunciado, inauguraciones de las obras que hoy sólo presumen cimientos. La carrera para la sucesión en 2018 cobrará protagonismo, minimizando la figura pública de ese mago que no pudo sorprender a la audiencia ayer. ¿O tendrá todavía un gran acto bajo la chistera?


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