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Foto: Efe

La novela de Manuel Gutiérrez Aragón, Rodaje (Anagrama, 2021), no habla de los cuarenta años recién cumplidos del golpe de Tejero, ni de Santiago Carrillo, el comunista que permaneció de pie, desobedeciendo a quien deseaba pegarle un tiro en la cabeza, como permanecieron de pie Suárez y Gutiérrez Mellado. Habla de antes. Habla de Madrid en el año del martirio de Julián Grimau.

Y 1963, el año en que Franco firmó la sentencia de muerte de Julián Grimau, fue también el año de filmación de El verdugo, la extraordinaria película de Luis García Berlanga. Una auténtica obra maestra. Pues sobre esta coincidencia en el tiempo teje su novela Manuel Gutiérrez Aragón. Y lo hace en el mismo tono de comedia de cine de barrio de las que por aquellos días se producían en España, con la aparente ingenuidad y hasta ternura que dos actores como Nino Manfredi y Pepe Isbert dieron a sus creaciones en El verdugo.

Manuel Gutiérrez Aragón, nacido en 1942, es un guionista español, director de cine, incluso actor, además de hombre de teatro, académico de la lengua y novelista premiado. En todos esos espacios y lenguajes artísticos por los que ha incursionado lo ha hecho con el aplauso de la crítica y, sin embargo, en Rodaje, su novela recién salida del horno, demuestra una pose de insatisfacción que lo lleva a revisarse y a revisar la España del franquismo que le tocó vivir, para, tal vez, reinventarse en una tonalidad tragicómica, esperpéntica a través del viaje por un Madrid que conoció muy joven, de la edad de Pelayo Pelayo, personaje central, dos veces el legendario rey que inició la Reconquista.

El epígrafe de Dámaso Alonso que abre la novela habrá de repetirse en el capítulo que la cierra: “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”. Terrible realidad que rebasaba los límites de una ciudad para empapar los campos todos de España en una posguerra difícil de imaginar para quienes no tuvimos que sufrirla.

Algo tiene de un Max Estrella veinteañero que comienza su andadura el Pelayo Pelayo de Rodaje, el héroe al cuadrado que, guiado por la lámpara del acomodador Virginio, baja a los infiernos del Cine Carretas, poblados por rubios ángeles caídos y sodomitas y traficantes de drogas, todos más cerca de la visión beatífica que el torturador Comisario Conesa y sus secuaces, que meten y sacan a nuestro Pelayo al doble para que sienta el calorcillo de los hornos en la Dirección General de Seguridad desde la cual fue defenestrado Julián Grimau, antes de fusilarlo.

Quienes vivieron los tiempos de ese Madrid de Grimau el mártir, pueden encontrar puntualmente en el mapa las referencias que marca el esperpento. Quienes lo conocimos más tarde y de soslayo podemos imaginarlas puntualmente, como yo que lo conocí pocos años después cuando estaba en mis veintes. Y quienes no tienen ni idea de aquella ciudad, de aquel momento ni de aquellos nombres pero se sumergen en el texto mágico de Rodaje pueden soñarlo todo puntualmente como estoy seguro desea su autor. 

No en balde sitúa a Azorín, ese “caballero inactual”, por la Gran Vía rumbo al cine cuyo arte tanto admirara y a Pelayo Pelayo en el espejo tras el enorme autor avejentado por tanta historia cruel y tan poca alegría.

Gutiérrez Aragón, dueño por completo de su set, su presupuesto, su casting, sus luces y sus tiempos, en Rodaje dirige la imaginación de sus lectores y rinde tributo no sólo a Grimau y a todos los camaradas que en la clandestinidad enfrentaron al franquismo sino a ese cine hecho a contrapelo de un régimen cuya censura hoy puede darnos risa pero, entonces, rompía huesos. 

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Edición: Elsa Torres


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