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Felipe Escalante Ceballos
Foto: Acom
La Jornada Maya

Jueves 13 de diciembre, 2018

“¿Qué cosa interesante viste hoy en los tribunales?” –me preguntó el abogado Julio Mejía Salazar una noche en la que nos alistábamos para redactar diversos escritos.

-Un enfrentamiento a golpes en el parque que está frente a los juzgados penales y que, como paradoja, lleva el nombre de Parque de la Paz. Eran dos litigantes a los que se les calentaron los ánimos en una diligencia de careos entre sus patrocinados. Afortunadamente para ellos, fueron separados por otros colegas y la cosa no pasó a mayores.

Don Julio siguió diciendo: “Las armas de un litigante son el conocimiento de la ley, la preparación intelectual y su inteligencia y sagacidad. Con eso deberá ganar los juicios que se le encomienden. Somos abogados, no boxeadores. Sólo los malos postulantes recurren a las trompadas, señal de que han perdido el caso. Mientras un abogado tenga ideas y argumentos para defender su asunto, no tiene por qué emplear la violencia.

Además –continuó el avezado jurista-, “el que lleva ganado el pleito judicial sería muy tonto si se rebaja al nivel del abogado perdidoso y acepta un intercambio de golpes”.

Estos consejos los he empleado en un par de ocasiones, en los que mis contrarios perdieron los estribos cuando en sendos careos entre mis patrocinados y los denunciantes y testigos salió a la luz la verdad de las cosas.

Uno de esos litigantes me retó a pelear con los puños en los pasillos de los juzgados penales instalados en el Cereso, tras una diligencia judicial en la que su asesorado salió malparado.

El otro, al retirarse de la audiencia por indicación del juez -quien accedió a una petición mía en ese sentido-, me dijo como si todavía estuviéramos en edad escolar: “Te espero a la salida”.

Ambos postulantes eran más jóvenes y mucho más corpulentos que yo, en especial el segundo. A los dos les di la misma respuesta: yo desechaba los puñetazos por tener todavía argumentos para defender el caso que se me encomendó y, además, no tener por qué rebajarme al nivel de mi contrario, cosa que los enfureció más.

Esos retos me dejaron carialegre, pues, como dijo el Maestro Mejía, eran señal de que mi trabajo iba por buen camino, como finalmente sucedió.

Lamentablemente, los rijosos fallecieron pocos años después: uno, como consecuencia de un fulminante infarto al corazón y el otro, en un hecho de tránsito ocurrido en la carretera de Mérida a Cancún, en la que transitaba a gran velocidad, con el saldo de que también su hija menor de edad perdió la vida y una amiga suya sufrió graves lesiones de las que se recuperó hasta un año después.

Ambos decesos me dieron mucha pena, pues los occisos forman parte de mi experiencia vital. El mal momento ya pasó y a los dos los recuerdo con sonrisas, pues gracias a esos adversarios jurídicos tengo algo que contar respecto a los incidentes de mi vida profesional.
Dios se apiade de ellos.

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