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José Ramón Enríquez
Foto: Portada del libro "Deseo que venga el Diablo"
La Jornada Maya

Miércoles 5 de diciembre, 2018

“Conforme escribo este retrato, me pregunto si habrá quien lo lea y vea algo que se funde con todas las palabras”, escribió Mary MacLane en 1901, cuando a los 19 años publicó [i]Deseo que venga el Diablo[/i]. A finales de 2018 puedo responderle que sí.

[b]Una teenager orgullosa[/b] de su ascendencia escocesa que vive en uno de los estados más al norte de la Unión, de los más grandes y menos poblados, frontera con Canadá y sus fríos, así como con esas Montañas Rocallosas que llegan a nuestro país ya como la Sierra Madre. Una mujer escritora en un mundo misógino hasta nuestros días y en un país en construcción todavía (Montana entró a los EU hasta 1889) y en una región que no se caracteriza por leer sino, más bien, todo lo contrario. Pues esa muchachita brinca cualquier obstáculo y logra tener éxito con su primera obra y llegar hasta mí, que puedo ser su abuelo, que hablo otro idioma y estoy a miles de kilómetros de distancia de sus tierras, muchos años después para comprobar que sí, desde luego, hay mucho que se funde con sus palabras y ese “algo” me obliga a rendirme ante su furia, identificarme con la soledad de niña marginal sin melodrama, y aplaudir su gran talento que ha cruzado sin envejecer por todo un continente y por más de un siglo.

[b]Debo comenzar[/b] por reconocer mi ignorancia: nada sabía de Mary MacLane hasta que leí sobre ella en un artículo de El País, periódico español. Tampoco la traducción de su libro al castellano tiene tanto tiempo. Mary MacLane es víctima de ese desprecio secular hacia las mujeres artistas o, simplemente, hacia las mujeres inteligentes. Ella lo sabe y es uno de los motivos de su lamento.

[b]Se siente sola[/b] y se sabe incomprendida. Por ello reacciona contra los valores impuestos y se declara enamorada del único ser masculino que podría entenderla y satisfacerla: el Diablo. Es impresionante que, en la primera década del siglo XX y en Montana, hayan accedido a publicar una declaración de amor al Diablo. Cincuenta y tantos años después la simpatía hacia él que declaran los Rolling Stones va a provocar censura y escándalo. Quizás, por ser mujer y adolescente simplemente no la toman en serio en el país de la persecución de brujas en Salem. Tal vez por las mismas razones permitieron publicar su reiterada declaración de amor por su Dama de las Anémonas, esa sí concreta y con nombre y apellido, no como el abstracto caballero inexistente que pudo ser el Diablo.

[b]En el caso[/b] de Mary MacLane el problema no radica en que no se atreva a decir el nombre de su amor hacia la Dama de las Anémonas sino que ello misma lo ignora. Sabe que es “algo” extraño que la convierte en alguien aún más diversa que el resto del mundo pero no sabe cómo definirlo. Es parte definitoria de ese “algo” que la vuelve especial y “que se funde con todas las palabras”.

[b]Quizás por ese[/b] “algo” superior a la simple melancolía de las jóvenes que dejan de ser niñas el libro pudo publicarse y también por esa causa llegó al enorme éxito de ventas que tuvo: permitía que muchas (y muchos) se identificaran, sin obligar a definiciones que entran en el terreno de lo prohibido no sólo por la moral sino por las leyes vigentes durante muchísimas décadas más.

[b]El secreto[/b] de la amplitud y profundidad de sus lecturas debe estar en que la Dama de las Anémonas a quien añora había sido bibliotecaria y seguramente dirigió las lecturas de su pupila antes de abandonar el pueblo para ir a casarse y dejarla sola sin la única persona que pudiera entenderla.

[b]Ella y el Diablo[/b], metafísico objeto del deseo de una niña-joven en el norte de los EU y en la ladera endurecida de las Montañas Rocallosas.

[b][email protected][/b]


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