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Jesús Hernández Martínez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 29 de noviembre, 2018

Se llama Irene Martina, cumplió en octubre pasado 31 años de edad, nació en un poblado pequeño de la costa oaxaqueña y llegó a Chetumal hace 10 años. Trajo con ella tres hijos, el mayor es un varón que en la actualidad tiene 14 años y estudia secundaria, y dos niñas que aún no concluyen la educación primaria.

Pero no llegó aquí por gusto, sino huyendo de su esposo quien la golpeaba casi a diario. Chetumal la ha tratado relativamente bien pero una nueva pareja –de quien se separó recientemente– la ha tratado muy mal; hace dos meses la golpeó con saña, se hizo un escándalo en la vecindad donde vive, llegaron dos patrullas y varios agentes policiales, él estuvo en la cárcel dos días pero salió libre; ella teme por su seguridad y la de sus hijos, pero no sabe qué hacer.

Si casos como el de la narración no fuera reales, tristes, trágicos, dramáticos y hasta catastróficos para algunas de las víctimas, consolaríamos a las mujeres con la poesía de Julio Sesto, Las Abandonadas: “¡Cómo me dan pena las abandonadas, que amaron creyendo ser también amadas, y van por la vida llorando un cariño, recordando a un hombre y arrastrando un niño!”

Historias como la de Irene Martina ni son nuevas ni de solo alguna región de México; el problema es casi tan antiguo como la humanidad aunque ahora se trata de ponerle más atención. Durante muchos años se consideró a la mujer como un ser inferior pero ésta, en contra de todo y de todos se ha defendido siempre. Las estadísticas dan cuenta de la cantidad de madres solteras que, olvidándose y olvidadas del padre de sus hijos los sacan adelante y los forman para que sean hombres y mujeres de éxito.

Es común en nuestro país, sobre todo en comunidades rurales con población altamente ignorante y sin educación, o educación tergiversada donde aún se piensa que el marido puede hacer lo que quiera con su esposa incluso golpearla. Los hijos y las hijas heredan el patrón de conducta y lo repiten pues dan por bien hecho todo lo que el varón determine para con su pareja. Muchas mujeres siguen pensando que el hombre tiene la libertad de hacer lo que quiera con ellas. “Dejen que me pegue, es mi marido” o “mátame si quieres pero no me dejes”, rezan dos sentencias populares.
Irene Martina, quien no concluyó la educación primaria pero sabe leer y escribir, quedó huérfana de padre a los 13 años y de madre un año después; tiene tres hermanos varones y cuatro hermanas pero la excesiva pobreza, falta de apoyo y el desamparo casi total por parte de sus vecinos le empujó a aceptar la propuesta de matrimonio de un joven de 23 años cuando ella tenía 15. De la mano de la miseria las cosas no fueron tan bien desde el principio pero dice ella que “la íbamos pasando”.

Al año de casada recibió la primera golpiza por su marido, un campesino rudo y alcohólico, pero continuó la relación amorosa pues tuvieron los tres hijos. Después por razones insignificantes o sin ellas, sobre todo cuando su marido llegaba borracho, era golpeada con saña. Un día o más bien una madrugada, tomó una pequeña maleta con ropa que ya había preparado, despertó a sus hijos, la más pequeña aún de brazos, y salió a la deriva, sin ningún plan ni dinero. Fue recibida de buena gana por una familia igual de pobre pero bondadosa, como pudo reunió dinero para viajar a Chetumal donde tenía varios conocidos.

En Chetumal estuvo “arrimada” con una familia, casi de inmediato consiguió trabajo como doméstica y alquiló una pequeña vivienda.

Como aún es joven se hizo novia de un muchacho a quien conoció en un baile y en menos de un mes de tratarse se “juntaron”. Su pareja es dos años menor que ella pero hace unos dos meses la golpeó, le dejó moretones en la cara y otras partes del cuerpo. Ella y sus hijos reaccionaron, llamaron a la Policía, los agentes detuvieron a su pareja pero lo dejaron libre previo pago de una sanción. Ahora ella tiene temor por su seguridad y la de sus hijos a los que deja solos casi todo el día por la necesidad que tiene de trabajar. “Soy padre y madre; no me pesa pero quiero algo mejor para mis hijos. Que no les pase lo que a mí”, dice Irene Martina con un suspiro.
Salvo el nombre de la víctima, los demás datos de esta entrega son ciertos, los cuenta ella con pena, dolor y sentimientos de abandono. De lo único que no se arrepiente es de ser madre de tres “preciosos” hijos.

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