Andrés Silva Piotrowsky
Lunes 12 de noviembre, 2018
Último día en CDMX, él y su mujer no deciden si comer en el Danubio o en un restaurante argentino que les acaban de recomendar, en la Col. Roma. Optan por el segundo; se llama eldiez. Entra a internet para investigar la dirección: Álvaro Obregón y Orizaba. Reserva una mesa para dos, así lo recomiendan en su página. Llegan, pretenden entrar por el acceso de Obregón; un mesero los manda a la puerta de Orizaba, ahí está la hostess. Se identifica; ¿mesa adentro o afuera?, pregunta la recepcionista. Deciden afuera, se sientan, piden, brindan y de pronto, justo frente a él, una señora en silla de ruedas observa a los comensales, mientras su familia espera al valet parking. Voltea a su mesa ¡Es ella! No puede creerlo. Le dice a su pareja de quién se trata; ella le anima a hablarle; duda: ¿y si no le reconoce? ¿Si acaso no anda bien con la memoria? No quisiera incomodarla.
No resiste y se acerca. ¿Es usted Olga Harmony? Obvia respuesta afirmativa. Le dice su nombre, tarda un poco, al fin lo reconoce. Ya peinas canas, no es justo, le dice mirándole la barba con una sonrisa socarrona; del cabello, ni hablar, ¡qué pelón! Se pone en cuclillas, ¿qué hiciste conmigo, qué obras de teatro? Le dice algunos nombres, le toma las manos. Recuerdan al grupo Veredas, que ella propició para hacer teatro extramuros, hablan de quienes lo integraron. La última vez que vi a Héctor Miranda estaba muy gordo, le dice de nuevo mordaz.
Se miran largo, se acerca su hija: ¡qué bonito, qué lindo que la reconoces! Le responde que fue una especie de madre para él, para su generación, durante sus años de prepa. Se miran de nuevo y ganan las lágrimas. Guardan silencio, le pide que le cuente qué hace, a qué se dedica. Le cuenta de La Jornada Maya, un nuevo periódico en la península de Yucatán, franquicia del diario nacional, del que forma parte. Se emociona, pues ella fue colaboradora desde su nacimiento hace más de 30 años. Escribía sobre teatro hasta hace muy poco, cuando la edad la obligó a retirarse. Se congratula, se vuelven a mirar largo. Llega su coche, se despiden; él, como dice la canción, trémulo de emoción. Para acabarla, suena de fondo el tango Volver.
Lamenta su falta de pericia para las selfies. Se queda en silencio durante mucho rato, pensando en que eso no podía haber sucedido si hubieran elegido el Danubio, en cómo se las gasta el destino para colocarnos en la acera precisa, en el instante perfecto; se queda recordando cuánto aprendió hace casi cuarenta años de esa gran mujer, su maestra.
*Esta columna fue publicada en www.lajornadamaya.com el día miércoles 27 de abril de 2016
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