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Giovana Jaspersen
Foto: Sofía Escalante
La Jornada Maya

Viernes 2 de Noviembre, 2018

He migrado siempre. Soy una mujer tortuga, que habita en su caparazón y lleva su casa a cuestas desde los 17. Tuve 13 casas en 12 años con sus mudanzas, y vi cómo cambios de geografía y lengua marcaban un ritmo desenraizado en el que la patria y la madre germinaban inasibles, como una idea. Así, y por azar, llegué a la península. A casi siete años de distancia, sé que no hay un sitio donde haya sido más feliz o desdichada; como tampoco hay uno con cielos más grandes o donde las tardes tengan mejor color. En muchas ocasiones olvidé incluso que había otros sitios. El mundo entero fue aquí y entonces.

Por primera vez tuve raíz. Tomé un papel y dibujé la vida que quise para mí, después puse techo y familia, sin importar forma o sangre, fueron míos y yo de todos quienes abrieron su casa, un refugio. Amé como siempre y nunca, cada rincón y respiro. Me arrastré dolorida en la soledad de la enfermedad, corrí hilarante por la noche en la arena y compartí el alimento en comunidad. Tracé un borde, lo rompí; fui frontera, me desbordé; cambié y recomencé. Recordé y olvidé con la misma profundidad y certeza, volví a ser.

Trabajé hasta que sentí que mis ojos saldrían de su cuenco, y descansé luego, el primero como el séptimo día sin consciencia o reclamo. Tuve esperanza y descubrí en ella la fuerza para perseguir, y cambiar, para andar tras los imposibles y que hablara lo antes callado; así conocí rincones distantes de colores distintos que me llevaron a comprender(me), de a poco. Dormí en muchos sitios. Andar la península fue andarme, en el camino recto y sin horizontes perceptibles, hacia la tranquilidad de saber que se está en el tiempo y sitio. Vi, en las personas futuro, y el de todos nosotros, en su pasado.

Ser mujer, acá, también fue distinto. Resta de las que se fueron, con la suma de las que quedamos. Fue lección.

Con la complicidad de gigantes y grandiosos talentos desbordados de voluntad, supe que era posible; incluso levantar un palacio con sus sitios, siempre que éste descansara su peso en los hombros de todos. Entonces creció, mutó, se amplió y nos mostró todas las cosas de las que era capaz al darle voz y contarse. Cuanto más grande, fue más ligero y no hubo momento que no valiera todo. Seguirá vivo siempre, hasta en la yema de los dedos que atesoran la temperatura y roce del barandal al comenzar una jornada. En ese sitio justo donde habita la nostalgia.

Descubrí también otra voz que, si bien me era propia, nunca había escuchado. Ésta se convirtió en los Mares de todo lo que también soy y no tenía sitio en agenda o plaza en la oficina. Las planas me arroparon con quienes las hacen posibles, los mismos que sonríen en silencio al ver un medio impreso que sobrevive nuestro tiempo, que se ven y huelen en él y su tinta. Nunca terminaré de disculparme por los retrasos o de agradecerles dar vida al otro. Al que regala unos minutos de viernes para nadar en 5 mil caracteres de lo que sea, pero siendo, quienes hicieron crecer los Mares y dieron voz a esta voz.

En una plana no cabe la gratitud, cuando uno sabe que nada lo ha hecho solo y que incluso el aislamiento se le debe a quien no lo transgrede. Todo cuanto ha sucedido se debe a quien creyó y se dejó contagiar, el mejor ejercicio de confianza. Habría que poder decir gracias uno a uno para en la suma explicar todo lo que fue este viaje. Al no poder hacerlo, sirvan los Mares para ello. Hoy, son De despedida, porque nunca se es dueño completo de sí y a miles de kilómetros del paraíso, donde mi ombligo y memoria habitan bajo los cerros, crecen razones en tierra para volver.

En ese sitio, donde sí nací y hace tiempo no habito, me recordaron las ganas de que todo se transforme, desde y para todos. Activaron puntos clave, para recordarme de qué va este empeño, sabiendo que el fin es que desde la cultura y el arte se construya y suceda. Que transforme, y haga un futuro diverso, justo, cercano, amable y sensible; pues cultura somos también personas y hay que andar, para que sea mejor, y nosotros con ella, o viceversa.

El migrante que vuelve ve todo distinto. No es el acento el que cambia, sino la mirada suspendida que mira desde fuera, y lleva dentro.
Allá, hoy, voy por un mañana que huele a ayer.
Infinita gratitud, hasta que un día, vuelvan los Mares.

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