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Felipe Escalante Tió
Foto: Archivo histórico de la UNAM
La Jornada Maya

Miércoles 3 de octubre, 2018

Escribir de historia es una tarea compleja en la que el investigador debe tener el suficiente criterio para distinguir los hechos de lo que es la construcción de un recuerdo. Se debe reconocer que la memoria es un campo de batalla en el que diferentes intereses buscan que “el enemigo” no pueda recurrir a un discurso específico. Incluso es posible pretender eliminar toda huella de la obra realizada por el adversario, manifestar que el personaje es esencialmente malo y no merece estar en la historia.

En estos momentos, eso ocurre en la Ciudad de México, donde el Sistema de Transporte Colectivo Metro ha dado a conocer que, por instrucciones del jefe de Gobierno José Ramón Amieva, varias placas conmemorativas de la inauguración de varias estaciones fueron retiradas. El motivo, que en ellas aparece el nombre del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, villano favorito de muchos en la narrativa de la masacre del 2 de octubre de 1968.

Más allá de que esta operación se asemeje más a un acto de los que realizaría el Ministerio de la Verdad, descrito por George Orwell en 1984, lo que deja ver es hasta dónde está dispuesto un sector de la sociedad mexicana a llegar en busca de una pretendida justicia. Un acto del gobierno termina por corromper toda la actuación del gobernante, y en buena medida, eso es lo que realiza el adversario político, o al menos eso es lo que aceptamos que debe hacer un opositor: negar méritos.

Por supuesto, no trato de hacer un panegírico de Díaz Ordaz, pero considero que el juicio de la Historia deberá contar con más elementos que el 2 de octubre para realizar su tarea, y aún ahí no se tienen todavía todas las pruebas para hacer una condena.

Mientras, la guerra por la memoria continúa y encontramos sus consecuencias en donde menos podríamos suponer. Éste fue el caso en la elaboración del especial que publicamos ayer.

En el texto [i]La matazagüe[/i], de la autoría de nuestro director Fabrizio León Diez, se menciona el papel de dos periodistas yucatecos y su empeño en dar a conocer lo sucedido hace ya 50 años. Loable empeño, mas cuando intentamos localizar las publicaciones que ahí se mencionan, la revista [i]Por Qué?[/i] y el [i]Diario de Yucatán[/i] del 3 de octubre de 1968, la labor fue infructuosa.

Platicando con el maestro Faulo Sánchez Novelo, coordinador de la Biblioteca Yucatanense, éste aventura la posibilidad de que haya existido una consigna para desaparecer los periódicos de esa fecha, pues en la Hemeroteca José María Pino Suárez no se cuenta con los ejemplares del referido [i]Diario de Yucatán[/i], ni del [i]Diario del Sureste[/i]; solamente está disponible el del [i]Novedades[/i] de Yucatán. La sospecha se funda también en que la revista [i]Por Qué?[/i] sí fue retirada de archivos y hemerotecas, y posteriormente intervenida. Sin embargo, gracias a los recursos tecnológicos de hoy en día, es posible contar con copias digitales.

Por supuesto, la sospecha de una consigna se podría anular también por el poco valor que la sociedad yucateca le concede a sus documentos, al patrimonio histórico acumulado en archivos y periódicos. Me consta personalmente que por lo menos hasta mediados de los años 90 del siglo pasado acudían algunos usuarios armados con tijeras, filos de navaja de afeitar o un hilo ensalivado, lo suficiente para cortar notas o fotografías de los tomos encuadernados. Costó mucho esfuerzo frenar estas prácticas, pero el daño finalmente se hizo.

Habrá quien diga que el daño, en cuanto al 2 de octubre, es menor. Es cierto, el ejemplar de un periódico no se compara con los 14 rollos de 400 pies de película filmados por Servando González, pero se trata de otra pieza ausente de este enorme rompecabezas de la memoria, una que posiblemente tuvo un papel más importante del que nos imaginamos, dados los mecanismos de transmisión de noticias de la época.

Mientras, hay un vacío acerca de cómo los yucatecos se enteraron de la matanza del 2 de octubre, y este vacío es uno de los puntos que nos podrían unir con la experiencia de todo el país.

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