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Óscar Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 18 de septiembre, 2018

En algunos sistemas educativos del mundo es posible observar que los escolares enfrentan un currículo escolar bastante amplio. En tales sistemas, es de notar que los horarios escolares están llenos de clases de idiomas, música, teatro, deportes específicos, además de las áreas obligadas de lenguaje, matemáticas, ciencias sociales y ciencias naturales. En cambio, en otros sistemas escolares, los programas apenas están conformados con las cuatro áreas básicas de contenidos, sin que nadie esté preocupado porque los niños de estas localidades del planeta obtengan una formación integral lo más amplia posible.

Además de los contenidos que integran los programas de educación, cuentan igual los métodos con los que tales contenidos son desarrollados en la dimensión del aprendizaje. Las metodologías son tan importantes o más que los objetos de aprendizaje. Por muy amplio y enriquecido que sea el programa de contenidos, sin una metodología adecuada, de nada serviría todo lo que interviniera en el proceso de enseñanza-aprendizaje. El qué aprender es correspondiente al cómo aprenderlo.

Por otra parte, en todo programa educativo cuenta también el enfoque con el que serían tratados metodológicamente los contenidos escolares. El enfoque determina hacia dónde debe estar orientado el proceso de enseñanza-aprendizaje y para qué. Es así como un sistema puede buscar la formación de un individuo atado al yugo del poder económico de su país, por ejemplo, o la integración de un ser humano libre en su expresión y crítico del sistema social al que pertenece. Por consecuencia, el enfoque de un sistema escolar determina si el individuo resulta competitivo e individualista o colaborativo y socialista.

Junto con todo ello, destacan las estrategias didácticas con las que serán tratados los contenidos educativos en las sesiones de la práctica escolar. En el caso del supuesto nuevo modelo educativo impulsado por la mal llamada reforma educativa de México, cabe destacar la falsa estrategia pedagógica que ha sido identificada como aprender a aprender, la cual carece de materia y consistencia. En realidad nadie ha logrado entender este aparente meta-aprendizaje, ni tampoco nadie ha conseguido explicarlo con suficiencia y precisión.

Lo falsa estrategia está contrapuesta, no sólo por la falta de coherencia y concisión, sino también por la verdadera estrategia didáctica que por mucho tiempo ha demostrado su eficacia, la del juego infantil. El juego permite a los niños una diversidad de procesos, todos favorables al aprendizaje, como la libertad de expresión, el desarrollo de la imaginación, la aplicación de la creatividad, la solución de situaciones problemáticas, la resolución de conflictos interpersonales, en fin, una larga lista de aspectos que facilitan a los niños aprender, además de hacerlo con placer.

Además de las ventajas que ofrece el juego como estrategia del aprendizaje, habrá que señalar la relevancia de éste en el niño: en la infancia, lo principal es, se quiera o no, el libre juego, que es una acción que nunca más sería repetida en otra etapa de la vida. Además, el juego es capaz de estimular una serie de competencias humanas que en ninguna sesión escolar podría suceder o que ningún maestro podría enseñar, en donde destacan las reglas del juego y las consecuencias de no respetarlas.

En general, los niños juegan a ser adultos para ser adultos. Si unos niños juegan en un parque con amigos, van a aprender a interactuar entre ellos y, según el rol que tenga cada quien en el juego, aprenderán a negociar, a obtener empatías, a escuchar a los demás, a hacerse oír, a valorar riesgos, a encontrar estrategias, a resolver problemas y también a desarrollar coraje, autorregular sus impulsos, generar auto-estímulos y, por supuesto, a desarrollar imaginación y creatividad. Esta lista y otras más largas de aprendizaje jamás serían alcanzadas en ninguna sesión escolar o, si se quiere ver de otro modo: en ninguna clase podrían caber tantos aprendizajes.

Por lo tanto, aprender a aprender no es equiparable con aprender jugando, o mejor todavía, con jugar aprendiendo. Aprender a aprender no significa nada, más allá de la carga publicitaria de la que la Secretaría de Educación Pública imprimió en la difusión de una reforma educativa torcida hacia lo laboral y de un “nuevo modelo educativo” carente de contenidos concisos y metodologías contundentes. En cambio, habrá que destacar lo valioso del juego infantil como estrategia natural de aprendizaje. Ojalá que los nuevos gobiernos, el nacional y el estatal, valoren el juego de los niños para incorporarlo como táctica didáctica en los programas educativos de la nueva república.


[i]Mérida, Yucatán[/i]
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