de

del

José Luis Domínguez
Foto: Presidencia de México
La Jornada Maya

Lunes 17 de septiembre, 2018

El 12 de julio pasado leíamos que, de acuerdo al Plan de Nación original, el proyecto del Tren Maya no incluiría a Yucatán en su recorrido. El momento post electoral con sus sorpresas se cruzó en el camino y las negociaciones para incluirlo operaron con eficacia, así como las opiniones contradictorias empezaron a circular con velocidad por medios y redes: que si era conveniente para el incrementar el turismo; que si perjudicaría al medio ambiente peninsular de por sí ya trastocado por los distintos programas de modernización; que si Torruco vino, que si Vila ya habló con alguien… hasta que el 6 de agosto corrió la noticia de que Yucatán si quedaba incluido en los derroteros del Tren Maya, conectando a Mérida e Izamal con el trayecto Cancún-Tulum y en estos días, la reunión de AMLO con los gobernadores de los cuatro estados y el representante del gobernador electo de Yucatán, confirmó dicha inclusión.

El hecho es que el sureste, incluidos Tabasco y Chiapas, junto con Yucatán, Campeche y Quintana Roo, ocuparán un sitio especial en los ejercicios de planeación del desarrollo nacional. Quizá desde los tiempos de Salvador Alvarado con la visión que tuvo al gobernar Yucatán y que alimentó los planes que trazara don Adolfo de la Huerta para el desarrollo del mosaico nacional hace casi cien años, no se había prestado tanta atención a este importante girón de la patria. Una refinería en Tabasco, la Secretaría de Ecología en Yucatán, etc., y ahora el recorrido del tren maya, nos dejan ver ¡al fin!, que el sur y el sureste también existen.

Cuando Miguel Alemán visitó Yucatán en los cincuentas, y le echó el ojo a la boyante economía henequenera, le importó muy poco el desarrollo armónico de los distintos sectores asentados en territorio maya, como le había importado poco a Carranza, cuando nos mandó a sus mejores hombres a “rescatar al sureste para la revolución”. Ambos encontraron más bien en esta ubérrima región, una fuente segura e inexplorada de financiamiento para sus planes: este último para reconstruir y comenzar a hilvanar el tejido social deshilachado por el movimiento armado y el otro, para apuntalar su proyecto de desarrollo “estabilizador” entreguista hacia los intereses del capital internacional, también diezmados en su momento por la segunda guerra mundial.

Por cierto, en ambos momentos (1915 y 1950), un personaje central aparece en el escenario político. Se trata del ferrocarril: en tren llegaron de Campeche a Mérida los mandos de las tropas del Ejército Constitucionalista y en el Tren Presidencial llegó también el presidente Miguel Alemán, con sus ministros, su tropa y su enorme comitiva (mujeres acompañantes incluidas), cuando vino a medir el terreno antes de dar el zarpazo definitivo al manejo y control del henequén, hasta entonces en manos de las fuerzas vivas y los poderes locales.

Lejos de pensar en el impulso salvador que pudo significar el ferrocarril para aguardarlo con cierta esperanza: “Ahí viene el tren…”, estas máquinas de acero representaron en ambos casos, la irrupción de fuerzas externas cargadas de intereses ajenos: locomotoras arrolladoras de una dinámica peninsular lenta, pero segura, que había sobrevivido centurias más allá a los agitados cambios sociales y los ajetreos políticos del resto del país.

Y es que el ferrocarril, con los distintos nombres y las variadas etiquetas con que se movieron los trenes, dejó huella en la economía de la región por más de cien años. Lamentablemente, poco se ha estudiado y analizado este tema por parte de los académicos.

Hoy, aún se escucha el eco de la voz profética de alguien que fue conocedor profundo de la importancia del ferrocarril (porque vivió dentro del monstruo le conocía las entrañas) y se encargó de recopilar minuciosamente todas las historias del mismo a través de la serie de documentos, fotografías y libros de cuentas del FUS, y de las distintas compañías que le siguieron hasta su liquidación hacia finales de los setenta. Este ferrocarrilero de corazón -como lo son los heroicos sostenedores del museo que se mantiene en pie en los patios de la vieja estación- se empeñó hasta donde la vida se lo permitió, en que se publicara toda esa rica y abundante documentación que él conservó con especial esmero y devoción. Me refiero al ingeniero Gelasio Luna y Luna quien fuera gerente de dicha empresa por muchos años. Al morir hace seis años, dejó en resguardo de la Universidad Autónoma de Yucatán, parte del documento mecanuscrito elaborado por él, posible materia prima para una historia completa de los Ferrocarriles en Yucatán a su hijo, el ingeniero Gelasio Luna Consuelo le dejó el cuidado de su archivos y esa tarea inacabada que ahora adquiere especial relevancia y cuya publicación sería ahora una herramienta imprescindible tanto para investigadores e historiadores, como para todos los que participen en la planeación y desarrollo del famoso Tren Maya.

Cuando algo nos sale mal, solemos expresar con mal humor un “¡me lleva el tren!”, por no proferir una palabra altisonante o espetar algún improperio. Desearíamos que este nuevo plan que pretende integrar la patria chica a la economía nacional, no se preste para que algún día gritemos a coro un “¡me lleva el tren!” con sabor a maldición. Y mientras planeadores y tomadores de decisiones nos informan más sobre el cómo, cuánto, cuándo y dónde, nosotros seguiremos con la firme certeza de que “¡ahí viene el tren!”, hurgando en los autores locales que se han ocupado de tan importante tema y en espera de que alguna institución o empresa se interese en publicar la obra de don Gelasio.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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