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Fabrizio León
Foto: Archivo La Jornada Maya
La Jornada Maya

Viernes 31 de agosto, 2018

¿Qué es lo que se recuerda? Tal vez lo que menos queremos olvidar. El abrazo de mañana en la cama al despertar, la carcajada por la incoherencia de ayer, un café perfecto que no se probó hoy o el coraje por el tiempo ganado.

De sensaciones está hecho el recuerdo, y por la capacidad de retener imágenes nos acordamos de algo.

Cuando la fotografía se esculpía en piedra y los antiguos la pintaban en rocas, dibujaban manos, sus cuerpos y los animales, con el único fin, supongo, de recordar, por lo que para la memoria vivimos.

¿Cuánto tiempo del día dedicamos a recordar? ¿Cómo se llama a la angustia que causa el no acordarse o a la sensación de perder la memoria?

Gabriel García Márquez fumaba 60 cigarros diarios de un fuerte tabaco negro. El periodista, cuando escribía, por cada bocanada expulsaba el humo en palabras, y en su conjunto recreó míticas imágenes de recuerdos que en voz de otros constituyó una República de memoria, organizada en una estética que le permitió crear a un personaje con su nombre.

Cuando un doctor le dijo que el tabaco afecta la capacidad de recordar y con ello la pérdida de memoria, al otro día dejo de fumar.

El escritor húngaro Sandor Marai, no recuerdo si fumaba, pero ya viejo, viudo, sin hijos ni amigos, después de haber escrito sus memorias en artículos, diarios, teatro y novelas de manera profusa e íntima, un buen día se dio cuenta que en sus memorias ya no tenía recuerdos, ni con quién compartirlos. Su vista era mala y tropezaba con todo al caminar, así que se inscribió en un curso para saber manejar una pistola.

Siguió usando su cuerpo hasta que un día se disparó con tino y perdió la vida, no sin antes escribir en su diario y dejar como impronta un destello de recuerdo para que quede en la memoria.
La fotografía, esa neurona del recuerdo que se volcó en nuestra memoria como parte fundamental de la información en forma desordenada, encontró en Alfonso Morales a un editor que le da coherencia, con lo cual vuelve al director de Luna Córnea en un hombre inclasificable, porque a diferencia de los creadores de imágenes, el señor Morales es un periodista que ve diferente y la muestra es la mayor parte de los 36 volúmenes editados de esta revista convertida en compendio, almanaque, libro, diario y catálogo a la vez.

El ejemplo que ahora nos reúne para la presentación del trabajo más completo sobre la vida profesional de Marco Antonio Cruz, Relatos y posicionamientos 1977-2017, es una muestra singular de cómo concibe la memoria Alfonso Morales.

En los recuerdos (relatos) del fotoperiodista Marco Antonio existen las partículas necesarias que estallan en las obsesiones del editor. El periodismo diario, la fotonoticia, la ocurrencia, repetición, su secuencia, el click a la distancia, los retratos y particularmente en el trabajo que hoy nos ocupa, la posición ideológica y un trabajo político.

El fotógrafo de prensa, convertido en narrador y editor; el fotoperiodista acucioso y artesano; buen alumno y atento maestro que lleva la alquimia del oficio análogo a explorar lo que miran los ciegos o cómo imaginan los invidentes, a partir de retratar sus rostros, pasos y ojos.

Pero la fotografía no es suficiente para el señor Morales. Es un iconofagista, clasificación creada por él. Por eso necesita la imagen anterior y posterior. La publicación, la prueba y fotocopia. Urge para que el autor le enseñe toda la tira de negativos y positivos. De preferencia quiere ver las tiras de contactos y el rollo siguiente. Si es posible, explorar el laboratorio para encontrar otros vestigios que lo lleven a exigir abrir todo el archivo, que lo lleve a las imágenes de la familia y de ahí a los documentos y objetos que se usaron, ya no para la fotografía original que le interesó, sino para comprobar que puede explicar, en sus perfectos textos, que la fotografía no es otra cosa que el mejor auxiliar de la memoria y del periodismo.

Con Alfonso Morales he tenido las mejores experiencias fotográficas. Discutiendo, bebiendo y comiendo, ha viajado conmigo en las rutinas de un fotógrafo de prensa. Fuimos a Sinaloa al aniversario luctuoso de Cruz Lizárraga, el fundador de la Banda el Recodo, a la búsqueda de archivos fotográficos familiares de los afectados por un incendio en un campamento de pobres llamado 2 de octubre, a una fiesta de strippers, al concierto de Bronco, varios XV años. Ya se imaginarán, los que lo conocen, las peticiones del señor Morales para que el de la voz retratara la basura, los detalles y hasta el sonido.

También trabajamos juntos en la creación de la revista mensual [i]Zonas[/i] que sólo publicó un número, y en un pasquín quincenal llamado Click, que tuvo cuatro ediciones.

La verdadera maestría con él la adquirí cuando realizamos el libro [i]El Teatro de los Hechos[/i], a partir del archivo de Enrique Metinides. Ese trabajo es el descubrimiento más grande que he tenido, es haber encontrado la bóveda de la pirámide o un tesoro en el desierto. En ese momento al abrir el cofre fue tanto el resplandor, que para no quedar ciego, lo cerré y acudí a la referencia más chingona que hay en la fotografía mexicana: Alfonso Morales, el cual ya había trabado una fuerte amistad con el doctor Mauricio Ortiz y su cómplice diseñador, Víctor Ortega, con los cuales iniciamos el trabajo arqueológico más notable que hay en la fotografía de la prensa roja.

Dicha investigación me cambió la forma de ver, amasó el ego, descolocó la moral, se hicieron pesadillas los recuerdos y en medio de paisajes del horror, el señor Morales nos guió en una barca al puerto de la creación, encontrando una estética de la tragedia, convertida en un asesinato perfecto. El libro ahí está, como un incunable que casi nos costó la amistad cuando salió publicado, porque ahí, después de mostrar el tesoro, aparecieron Los Hombres de Gris, los Miserables, y nos lo robaron. Pero esa es otra historia indigna para contarse en otra ocasión.

Hay otra experiencia más, igual de nota roja, pero ésta más cercana a una novela política. Con la misma cofradía de orates hicimos un extraordinario libro llamado Carlos Salinas de Gortari, Imagen inédita de un presidente, que como su nombre lo dice, se quedó en bodegas y está convertido en otro incunable. Esa historia se las contamos otro día, pues ha sido el alarde más cercano al poder de la imagen y la imagen del poder.

[b]Sesiones míticas[/b]

Luna Córnea es la publicación de publicaciones, como una ciudad de ciudades. Es una revista que honra a la imagen a partir de la palabra. Es la mejor escritura que hay sobre el trabajo de prensa y sin duda el mejor ensayo de instantes y recuerdos que ha traspasado varias administraciones de la cultura gubernamental. Es la bandera del Centro de la Imagen y merece que se triplique su presupuesto, porque es de las pocas publicaciones que tiene una extraordinaria función: es memoria.

Marco Antonio Cruz fue compañero de trabajo en la agencia Imagenlatina. Luego, en los primeros dos años del periódico [i]La Jornada[/i], compartimos laboratorio, competimos por la primera plana y decenas de veces bebimos y discutimos. Como colegas sabíamos del uno y otro por lo publicado, pero es hasta ahora, 35 años después, que voy a conocer en un compendio su vida, trabajo, obsesiones y posicionamientos, cuando terminé de leer este libro sobre sus fotos, en 500 páginas. ¿Es mucho 500 páginas para una revista dedicada a un fotógrafo de prensa mexicano? ¿Se tardó mucho Alfonso Morales en editarlo? ¿Qué es mucho y qué es lo tardado?

Aquí nos llevaríamos la noche y años para explicarlo, sobre todo ahora que el fotógrafo de prensa ya perdió aquel estatus y la imagen brota como fuentes en el desierto.

El tiempo para Alfonso Morales es una ecuación cuyos factores dan como resultado una obra maestra de la edición impresa o en sala en cada uno de sus intervenciones. Es difícil saber cuál de esos factores determina la perfección, porque al señor Morales no le gusta cerrar, le encantan las guardias, y como todo enfermo que habitamos en las redacciones de los diarios, quisiera que las rotativas nunca pararan, y agregar lo último que pasa a las efemérides.

Luna Cornea es para Alfonso Morales, lo que fue Inventario para José Emilio Pacheco.

Marco Antonio Cruz es el fotógrafo de prensa mejor formado de mi generación.

Me tardaré mucho en leerlo y verlo, sólo lo he hojeado. Su manufactura es impecable. La impresión huele muy bien, en él están todas las miradas y explicaciones del fotógrafo, pero sobre todo en la edición se encuentran las claves que el señor Morales deja fluir.

¿El libro pesa mucho? Sí, si lo queremos cargar como si fuera un periódico, y no, si nos encontramos que las imágenes y palabras son los recuerdos que nos oculta la memoria que no conocemos, la pérdida de la razón, y eso se acumula en instantes que sólo en el desierto valoramos.

*Texto leído en la presentación de la revista [i]Luna Córnea[/i] dedicada al trabajo de Marco Antonio Cruz, la noche del 30 de agosto de 2018 en el Centro de la Imagen, de la Ciudad de México.

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