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Carlos Meade
Foto: Fernando Eloy

Martes 21 de agosto, 2018

¿Será que hablar de la basura es un tema tan sucio, apestoso e íntimo que no arriesgamos a plantearlo en toda su profundidad, inmundicia y letalidad? Preguntarse por dónde acaban los condones usados, las toallas femeninas o las colillas parece morboso, aunque generamos toneladas de estos desechos todos los días y es importante saber dónde terminan y cómo afectan al medio ambiente y a la salud pública.

La basura, tal como se genera hoy en día, es un componente de un sistema socioeconómico en el que la producción y el consumo son dominantes. Nos hemos acostumbrado a ser bombardeados día y noche con mensajes persuasivos, diseñados para promover el consumismo; mensajes diseñados para impactar nuestros bajos instintos y para alimentar nuestra autoestima con mañosos artificios. Por otra parte, la obsolescencia programada que produce bienes de consumo que podrían durar más pero que se diseñan para durar menos, también fomenta el consumismo y el derroche de recursos. Nos hemos acostumbrado a que los focos se funden y hay que reponerlos sin considerar que el primer foco que se produjo tuvo una vida útil de alrededor de 100 años.

Para empeorar la situación, el manejo que se le ha dado a nuestros desechos, hasta tiempos recientes, ha consistido básicamente en quitarlos de nuestra vista y llevarlos lejos y, cuando más, a enterrarlos. En los países más desarrollados, en las últimas décadas, se han implementado sistemas más sensatos, separando y propiciando el reciclaje de buena parte de los materiales desechados.

En México, como en muchas otras materias, estamos muy rezagados. Por mucho tiempo se insistió machaconamente en “poner la basura en su lugar”. Y su lugar era el bote donde revolviendo todo, se creaba la basura. La falacia de esta visión promovida desde hace tantos años debería enterrarse para siempre. Poner nuestros desechos en un bote es, precisamente, generar basura al mezclar lo sucio con lo limpio, lo seco con lo húmedo, lo que se pudre con los materiales inertes, los materiales valorizables y reciclables con los desechos biológico infeccioso, los tóxicos, los inflamables y los peligrosos.

La basura no tiene lugar específico. Toda ella proviene de la naturaleza y en el ciclo cerrado de los fenómenos naturales, debería poder volver a la naturaleza. Y al final, sin importar cuánto tarde, regresará a la naturaleza. Ese no es un problema para nuestro planeta. El problema es para las sociedades humanas, cuyas condiciones naturales para la sobrevivencia están siendo alteradas por nuestra dependencia de los hidrocarburos. Quemando combustibles fósiles calentamos la atmósfera y produciendo plástico infestamos los mares, afectando la vida marina,

La basura, una vez generada, es difícil y costoso separarla y aprovecharla. La pongas donde la pongas seguirá siendo basura. Si la entierras, contaminas el suelo y los mantos freáticos; si la quemas, contaminas la atmósfera. Si la manejas en un relleno sanitario que impide filtraciones al subsuelo siempre habrá el peligro de huracanes, terremotos e inundaciones que rebasen la capacidad de contención de esa infraestructura.

Ahora se ha puesto de moda que hay que separar los deshechos, pero la propuesta de separación que mayormente se propone es la de orgánicos e inorgánicos. Suena bien, pero tiene un problema de raíz. Hay muchos residuos que contienen ambos componentes. ¿Dónde los pondremos? Pañales desechables, por ejemplo. Están fabricados de plástico y en su interior llevan residuos fecales. Si los pongo en orgánicos los contamino con plástico. Si los pongo en inorgánicos los contamino con excrementos. Hay muchos otros ejemplos, pero el pañal desechable es un caso sobresaliente ya que representa el 6 por ciento de los residuos que llegan a los tiraderos y rellenos sanitarios en nuestro país.

Existen propuestas de separación que pretenden que las viviendas, negocios y oficinas cuenten con 6, 8 o 10 contenedores para separar papel, cartón, vidrio por color, metales, plásticos, orgánicos y otros. Una propuesta más sensata, práctica, funcional y congruente es separar en 3 categorías: 1) desechos 100 por ciento orgánicos; 2) materiales reciclables (mejor si están limpios y secos); y 3) otros (mezclados, tóxicos, inflamables, biológico infecciosos, peligrosos).

De esta manera, propiciamos que más del 80 por ciento de nuestros residuos no lleguen a un destino final en un relleno sanitario. Lo orgánico es compostable, los materiales inertes son reusables y reciclables. El resto representa un volumen enorme de desechos, pero sería más manejable para confinarlo en rellenos sanitarios o para incinerarlo y crear energía.

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