de

del

Enrique Martín Briceño
Foto: Lilia Balam
La Jornada Maya

Lunes 13 agosto, 2018

En otro lugar he dicho que, durante el siglo XIX, Yucatán fue, prácticamente, la provincia más occidental de Cuba, tal fue la intensidad del intercambio de personas, bienes y gustos que se dio entonces entre la península y la mayor de las Antillas. De Cuba llegaron a Yucatán, en aquel siglo, danzas y contradanzas, habaneras, guarachas y danzones, géneros que arraigarían en la región y que encontrarían en ella no pocos cultivadores, como lo demuestran las partituras publicadas en las revistas La Guirnalda (1861) y El Repertorio Pintoresco (1862), el semanario J. Jacinto Cuevas (1888-1894) y La Gaceta Musical (1895), así como las canciones recogidas en El ruiseñor yucateco (ca. 1902-1906) y el Cancionero llamado “de Chan Cil” (1909).

Yucatán, por su parte, aportó a la isla, según el musicólogo cubano Argeliers León, “un nuevo estilo en el acompañamiento guitarrístico, mezcla de rasgueado y punteado”. Además, según el mismo autor, el contacto con otras regiones de América Latina y, sobre todo, con México —aquí importa recordarlo—, habría motivado en Cuba “un rayado rítmico, muy segmentado y constante, en la guitarra prima; acentuado tonalmente en la guitarra segunda”, un nuevo estilo que “el llamarle bolero, era como decir: bolereadamente”. Asimismo, de México —aunque no de Yucatán, pues aquí no lo hubo— llegaría a la isla el “texto de forma de corrido” que dio lugar a boleros narrativos.

Sin embargo, del bolero primigenio, nacido en el oriente cubano en el último cuarto del siglo XIX —como bien saben ustedes, Tristezas del trovador santiaguero Pepe Sánchez pasa como el primer bolero de la historia—, no existen, aparentemente, huellas en las publicaciones yucatecas mencionadas, que son las principales para el conocimiento de la música peninsular de la segunda mitad del siglo XIX, ni en fuentes secundarias. Ni Tristezas ni la palabra “bolero” ni ninguna otra de las canciones cubanas de la época que conocemos como de ese género aparecen en El ruiseñor yucateco, cancionero que, a principios del siglo XX, recoge las letras de 436 canciones de diversos orígenes (cerca de una tercera parte de ellas cubanas). Y en el Cancionero de Chan Cil, que reúne las partituras de 31 canciones, casi todas de autores yucatecos, no figura tampoco ningún bolero (aunque sí la habanera de Sindo Garay Temblaste de impresión, grabada por el famoso trovador cubano y Eduardo Reyes Dorila en 1907).

Lo anterior no significa que antes de 1910 no hubiera llegado a Yucatán aquel nuevo estilo. Dejando de lado la discusión sobre las raíces de ese bolero primigenio y su “invención” por Pepe Sánchez —tema que ha ocupado a brillantes musicólogos cubanos, de Emilio Grenet a Danilo Orozco—, lo cierto es que en la península se oyeron las creaciones de los trovadores antillanos gracias a los cuadros bufos que llegaban puntualmente a Mérida todos los años por lo menos desde finales del siglo XIX. Aquellas compañías teatrales solían incluir en sus espectáculos números de trovadores y es a estos, sin duda, a quienes se debe la gran cantidad de canciones cubanas que se cantaban en Yucatán a principios de la centuria pasada. Las letras de muchas de estas, impresas en hojas sueltas, llegaban a los aficionados, quienes aprendían y transmitían oralmente su música.

¿Cuántas de estas canciones tenían las características de Tristezas (el cinquillo cubano en el acompañamiento y la melodía, y la forma binaria)? No lo sabemos. No obstante, el cinquillo —“ese travieso fantasma que pasa por la contradanza, la danza y la habanera para instalarse como en casa propia en el danzón y extenderse al bolero a fines del siglo XIX” (Leonardo Acosta)— ya era conocido en Yucatán y se utilizaba en danzas y danzones. Y probablemente —aunque no hay evidencia escrita de ello— también se hallaba en las guarachas.
(Hace falta investigar sobre los músicos cubanos que visitaron el Yucatán porfiriano, pero no cabe duda de que influyeron en los gustos de aficionados y profesionales, y acaso recibieron también alguna influencia yucateca, como sospecha Luis Pérez Sabido en el caso de Luis Casas Romero, que estuvo en Yucatán en 1908, un año antes de “inventar” la criolla.)

Por otra parte, desde que los músicos cubanos comenzaron a grabar (1904 o 1905), los yucatecos se convirtieron en sus fieles seguidores. No hay que olvidar que, a partir de 1880, la bonanza producida por la explotación del henequén (y de los peones mayas en las haciendas henequeneras) se tradujo, entre otras cosas, en un auge del consumo suntuario y el consumo cultural. De tal modo, el fonógrafo, los cilindros y los discos permitieron una amplísima circulación de la música, en particular de la producida en la isla, como lo muestra un anuncio, publicado en 1906, que informa “a las personas de humor y buen gusto” que en la tienda de Rudesindo Martín (mi bisabuelo para más señas) se había recibido “nuevo repertorio de piezas para fonógrafos y grafófonos, de diferentes clases, cantos populares con acompañamiento de guitarra, óperas por renombrados cantantes italianos” y “gran surtido de piezas cubanas”.

Así pues, a través de las presentaciones que algunos de ellos realizaron en Mérida, pero sobre todo por medio de sus discos, se dieron a conocer en Mérida los trovadores cubanos Sindo Garay y Eduardo Reyes Dorila, Floro Zorrilla y Miguel Zaballa, Floro y Cruz, Sindo Garay y Guarionex, el dueto Majagua y Villegas, el de Parapar y Cruz, el terceto Vasconcelo, María Teresa Vera y Zequeira, entre otros cantantes, grupos y orquestas que grabaron en La Habana para la Zonophone, la Victor y la Columbia. Y es probable que las primeras grabaciones de músicos yucatecos, realizadas en 1914, se hayan hecho en La Habana.

Con todo lo expuesto, es claro que el terreno peninsular estaba más que abonado para que, en 1918, el trovador yucateco Enrique Galaz, según relata Gerónimo Baqueiro Fóster, escribiera Madrigal el primer bolero mexicano del que tenemos noticia: un bolero que sí posee las características de Tristezas: el cinquillo en melodía y acompañamiento (según grabación que hizo el propio autor años después) y dos secciones. Un bolero que se inscribe también en la tradición yucateca de poner en música un poema culto, en este caso del periodista Carlos R. Menéndez (poema que Galaz, por cierto, corrige atinadamente, cuando suple retina por pupila, fija por clava, pupilas por miradas, astros por soles y lecho por noches). Un bolero, en fin, que abrirá camino al género que, a lo largo de la década siguiente, se convertirá en uno de los favoritos de los compositores yucatecos y que, gracias a uno de ellos —el genial Guty Cárdenas—, conquistará a todo México y se convertirá con el tiempo en el principal de nuestra canción popular.

Palabras leídas en el concierto-mesa panel realizado en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes con motivo del centenario del primer bolero mexicano y la inclusión del bolero en el Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial de México el miércoles 8 de agosto pasado.

Madrigal
(Letra: Carlos R. Menéndez / Música: Enrique Galaz)
Dicen que en la pupila del que ha muerto
la última imagen retratada queda,
como el divino rostro de una hermosa
en la delgada cartulina tersa.

Si eso es verdad, cuando me esté muriendo,
fija en mis ojos tus pupilas bellas
para tener dos soles que me alumbren
en mis noches debajo de la tierra.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
[b][email protected][/b]





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