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José Ramón Enríquez
Foto: Especial
La Jornada Maya

Miércoles 1 de agosto, 2018

Escribe Philip Roth: “me vino una especie de revelación con las tres primeras palabras que Shylock utiliza para presentarse en el teatro del mundo hace ya cerca de cuatrocientos años. Sí, es cierto, el pueblo judío lleva cerca de cuatrocientos años viviendo a la sombra de Shylock.

“En el mundo moderno, el judío ha estado sometido a juicio permanente; aún hoy el judío sigue sometido a juicio, en la persona del israelí (...) ¿Recuerda usted lo primero que dice Shylock?
“¿Recuerda esas tres palabras? ¿Qué judío sería capaz de olvidarlas? ¿Qué cristiano, capaz de perdonarlas? ‘Tres mil ducados’ (...) Tres palabras que han estigmatizado a los judíos durante dos milenios de cristianismo”.

Inicio mi nota con este párrafo de [i]Operación Shylock[/i] de Philip Roth porque quiero dejar clara mi postura ante esa injusticia histórica. Rechazo inclusive esa obra de Shakespeare tanto como los “tres mil ducados” grabados a fuego en la piel de un pueblo.

Me niego a usar la palabra “raza” y estoy por todo mestizaje al que amorosamente se llegue entre las etnias. Inclusive el mestizaje entre modos de pensar o el sincretismo entre religiones.

Pero traigo precisamente a Roth y a esa novela suya (de muchas formas extraordinaria, “una especie de travesura, de no muy buen gusto, teniendo en cuenta los padecimientos de la existencia judía que su antagonista dice estar poniendo en juego”), porque voy a referirme al triunfo de la ultraderecha sionista que consiguió la declaratoria del estado de Israel como un Estado judío, es decir, el abandono del laicismo que, desde su fundación, lo constituía para convertirse en un estado confesional que ha olvidado cómo, tras la II Guerra Mundial y la tragedia incuestionable de la Shoah, al dotarse de un territorio a Israel siempre se tuvo en cuenta que ahí vivían palestinos y había que respetarlos.

Ellos tienen, aún hoy, nacionalidad israelí. Con esta declaración en la Kneset -parlamento- los palestinos israelíes se vuelven ciudadanos de segunda y el estado de Israel adquiere las características de un apartheid como el que existió en Sudáfrica.

Pocos escritores han vivido tan en carne propia esa doble sensación de víctimas y victimarios como Philip Roth y en pocas novelas la trata con la profundidad con que lo hace en Operación Shylock, desde su ironía punzante y auto flagelante.

La novela es de 1993 y fue situada en Israel, en el tiempo del juicio a un criminal de guerra ucraniano, verdugo nazi de Treblinka. Se trata de una especie de desdoblamiento de dos Philip Roth y de una mirada ambivalente, con mucha rabia y enorme inteligencia sobre el estado de Israel y su relación con los palestinos.

Mucho antes, en 1959, ya había escrito ese relato perfecto que es Eli, el fanático, donde lo que analiza es su ser judío visto en el espejo deformante del fanatismo integrista. Ese que se ha impuesto hace unos días al declarar confesional al estado de Israel y establecer una sola lengua.

Otro judío genial, el músico Daniel Barenboim, al conocer la nueva ley, escribió un texto terrible que así culmina: “se trata de una forma muy evidente de apartheid.

“No creo que el pueblo judío haya vivido 20 siglos, la mayor parte de ellos sufriendo persecución y soportando crueldades sin fin, para ahora convertirse en el opresor que somete a los demás a sus crueldades.

“Precisamente esto es lo que hace la nueva ley. Por eso, hoy me avergüenzo de ser israelí”.

No estamos ante una cuestión de antisemitismo sino de humanidad, en un mundo que cada día se escora más hacia las derechas en medio de una tormenta que no teníamos registrada en nuestras hojas de ruta.

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