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Óscar Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 24 de julio, 2018

Si bien la política educativa de la administración del presidente Plutarco Elías Calles no abandonó la obra de José Vasconcelos, el entusiasmo del periodo anterior disminuyó. En efecto, la administración iniciada en 1924 continuó la empresa contra el analfabetismo en todo el país, fueron establecidas 5 mil escuelas rurales más, se ampliaron las misiones culturales en todo el territorio, las escuelas primarias en las zonas urbanas y las escuelas para obreros y las técnicas e industriales fueron reimpulsadas. Pero la energía y la disposición al sacrificio del periodo de Vasconcelos comenzaron a desaparecer.

A pesar del enfriamiento de la obra vasconcelista, la Secretaría de Educación promovió nuevas aportaciones al sistema educativo: creó la Casa del Estudiante Indígena, proyecto que fracasó al poco tiempo; estableció la Escuela Nacional de Maestros, bajo la dirección de Lauro Aguirre; amplió la Universidad con nuevas escuelas y facultades; pero el logro más importante fue la creación del sistema de escuelas secundarias en el Distrito Federal. Este último asunto se debió a que la Escuela Nacional Preparatoria era cada vez más insuficiente para atender a quienes aspiraban realizar una carrera universitaria.

El sistema educativo daba pasos adelante para lograr lo que la Constitución obligaba al Estado en la formación de los ciudadanos. Sin embargo, la Iglesia católica, en su afán por conservar su poder en las escuelas, violaba constantemente lo dispuesto en el artículo tercero constitucional, esencialmente el carácter laico de la educación. La clausura de las escuelas católicas por no sujetarse a lo dispuesto, principalmente al artículo quinto del reglamento de la Secretaría de Educación, representó una de las razones del conflicto político-religioso en el país.

En consecuencia, el clero católico inició un boicot contra la escuela oficial y obligó a los padres de familia, bajo amenaza de ser excomulgados, a sacar a sus hijos de las escuelas públicas. Esta situación se repitió en varios estados del país y ocurren dos situaciones antagónicas: por una parte, las escuelas del Estado fueron abandonadas y, por otra, la Iglesia abrió escuelas-hogares donde los niños recibieron enseñanza de sacerdotes y fieles católicos. Lo más grave fue que los avances que el Estado había conseguido desde Vasconcelos se venían abajo con esta actitud beligerante del clero.

Cuando el presidente Portes Gil asumió el poder, hubo una conciliación entre el Estado y la Iglesia, aunque sólo fue temporal. Aún había resistencia en algunos sectores del clero católico por aceptar el sometimiento a la Constitución de 1917. Con los rescoldos que quedaron de la guerra cristera, Narciso Bassols, entonces secretario de Educación, insistió en el cumplimiento cabal del laicismo de la educación y provocó una segunda guerra cristera.

En cuanto a la difusión cultural, Portes Gil deseó continuar con la socialización de la cultura nacional. Con esta decisión, el Estado imprimió mayor empeño en la educación de los obreros y campesinos, creó el servicio de higiene infantil en las escuelas y formalizó la ley de inamovilidad del magisterio, que aseguraba a los docentes su permanencia en el sistema educativo. Aunque el mayor aporte de esta administración fue la autonomía de la Universidad Nacional.

Con el presidente Ortiz Rubio, la educación no parece avanzar en su necesaria evolución para atender a toda la población y ofrecer una enseñanza de calidad. Ante esta situación crítica, el Presidente en turno designó a Bassols como secretario de Educación, por segunda ocasión, y éste retomó la obra de Vasconcelos y reimpulsó planes para el mejoramiento de las clases populares, particularmente obreros y campesinos, a través de la promoción cultural.

Sin embargo, con la población indígena del país no consiguió dar pasos firmes en su empresa. Bassols pensó que funcionaría bien una síntesis de los valores de las dos poblaciones, la indígena y la mestiza, bajo la consideración de que los indígenas terminarían transformados en una auténtica “raza mexicana”. Pero no fue suficiente con implicar el aspecto cultural, cuando los demás aspectos, el biológico, el social y el económico, son tan importantes como el primero.

Sirva, pues, esta retrospectiva de la educación en México para tomar en cuenta aquellos asuntos educativos y sus diversos aspectos y peculiaridades para cuando sea iniciada la cuarta transformación. Habrá, entonces, que verificar que los logros alcanzados históricamente en educación estén aún presentes o reactivarlos o replantearlos. Habrá también que asegurar las estrategias y los modos. Si se quiere que todos los jóvenes de México estudien, terminen sus estudios truncados o logren una carrera universitaria, será necesario modificar las condiciones actuales de estructura e infraestructura del sistema educativo. Haremos historia si volteamos a verla para traer lo necesario, tanto para el presente como para el futuro inmediato.

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