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Fabrizio León Diez
Foto: Especial
La Jornada Maya

Lunes 23 de julio, 2018

Una capa de algas delinea el litoral de las playas en Quintana Roo. Cruzarlas para nadar tiene varias sensaciones, pues al acumularse las texturas y sus olores, viran.

Los primeros pasos sobre la playa cuando se llega al sargazo se hunden en una hierba seca carbonizada, y decenas de mosquitos revuelan. Huele a caño orgánico.

Luego se aplasta una alfombra húmeda que pica y talla las plantas de los pies. En el agua, las algas se pegan en las piernas, y al sumergirse el cuerpo en el mar nos envuelven, frotan y enredan.

Esa sensación tendrá que ser cotidiana. Si queremos meternos en el mar habrá de ser con sargazo. Una nueva manera de vivir con una plaga en el paraíso, que en su paisaje ya está incorporada como un vello uniforme en la piel del mar caribeño.

[b]El sargazo; plaga en el paraíso [/b]

El sargazo vino para quedarse. Cada año crece y es el momento en que el gobierno de Quintana Roo debe coordinar a todas sus inteligencias, convocar a otras y hacer una estrategia que permita a las instituciones invertir de manera correcta para que la llegada del sargazo se prevenga y disminuya, se limpie, use y nos enseñen a vivir con él, como otras plagas que ensucian y ya cambian el paisaje del paraíso.

El gobierno destina a cientos de trabajadores en cuadrillas que llenan carretillas y vuelcan en camiones el alga que muta en colores ocres y negros. A los jornaleros se les paga con recursos que la Federación tiene destinados para las catástrofes naturales.

El esfuerzo para quitarlo de las playas a diario es, desde hace años, una rutina que se vuelve tradición laboral y que se torna en pesadilla.

Los hoteleros que se comieron la playa la sufren y destinan a decenas de trabajadores para quitar las algas muertas, y enterrarlas en hoyos superficiales, mientras las plantas frescas acechan y se acumulan.

Otros, ni el esfuerzo hacen por sus invitados y turistas, como es el caso de los administradores de los fraccionamientos Playacar, en Playa del Carmen, los cuales cobran miles de pesos por la renta de sus casas y pagan otros miles más de dólares por el mantenimiento de sus mansiones; mientras sus playas están infestadas por el alga que reposa y ahuyenta a las familias que generosamente vienen, sin que los propietarios o administradores se hagan responsables de haber invadido un espacio público, sin encargarse de la limpieza.

Los diagnósticos de los investigadores coinciden en cuanto al origen y el porqué de la propagación. Los emprendedores ecologistas han encontrado usos benéficos para este tipo de nata, que turistas, empresarios hoteleros y autoridades coinciden en ver como un excremento marino; mientras que los místicos la califican, de manera fácil, como una plaga que marca los excesos. En ese exceso hay que saber nadar.

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