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Giovana Jaspersen
Foto: Fabrizio León
La Jornada Maya

Viernes 13 de julio, 2018

Ha finalizado el periodo electoral y con ello el agua comienza a clarear, nos deja ver un poco de futuro. En los nuevos y decididos escenarios es importante no distraer la atención de uno de los retos más grandes que tienen aún quienes ganaron con la confianza de los votantes: la formación de equipos.

La cabeza está ya definida, en los diferentes órdenes de gobierno, de la misma forma que lo está la ciudadanía. Sin embargo, aún queda por concretar mucho de la membrana intermedia entre las partes; es decir, las personas que habrán de convertir -o no- en política pública las promesas campaña, y ser bisagras entre los hoy elegidos y la población, estando al frente de nuestras instituciones. Y es imperioso sanar esta película humana, tan debilitada históricamente, con buenas decisiones.

La corrupción ha sido el cáncer del servicio público, desdibujó la esencia y la ética; y junto con el nepotismo, arrasó con el compromiso y el trabajo. El costo de la enfermedad ha sido altísimo y se paga a diario con caudales de desconfianza y juicios generalizados que inundan, sin que quien condena haga diferencias entre unos u otros, como si los cargos públicos tuvieran siempre un aroma de maldad. Y no es así, nunca debió de serlo y el juicio puede ser injusto.

Es común encontrarnos con especialistas que cuando se les ofrece un cargo público dicen no estar interesados en la política; y así, confundiendo servicio público con partidismo y creyendo que la política es una profesión y no una condición humana en tanto que seres sociales, nos muestran que la errata es generalizada. Pues en suma, desde el otro lado, históricamente hemos visto también cómo se relegan profesionistas destacados por pertenecer o no a un partido político. Hoy, debemos recordar que la esencia misma del servicio público debe ser la persecución del bien común, y que eso es tan incoloro como multicolor.

Cuando votamos, no sólo lo hacemos por nosotros, sino por los que no pueden hacerlo, quienes no tienen voz o están tendidos en la cama de un hospital, tanto como por los menores que han de habitar la realidad que para ellos decidamos. De esta misma forma, quien sirva, deberá hacerlo para todos, para los grupos minoritarios, los de arriba y los de abajo, para buscar que un día, todos podamos convivir en igualdad.

Un buen servidor público es la mejor carta que puede tener un gobierno, es un embajador y replicador de discursos e intenciones. Un materializador y generador de ideas. Por lo que de la atención que se ponga en su selección habrá de depender si se contrata constructores de triunfos o de fracasos.

Los servidores deben ser la muestra de confianza más absoluta, no sólo porque tomarán decisiones por todos y nos representarán, sino porque además han de administrar los recursos colectivos. Lo que debe implicar un riguroso ejercicio ético cotidiano, desde la consciencia de que nada les pertenece y que su cargo no es un espectáculo personal, sino un empeño comunitario que tienen el honor de encarnar.

Se trata de representantes y administradores, comunicadores y luchadores por la defensa de los derechos y el cumplimiento de la ley. Se trata de vocación, pues conlleva el creer que desde el trabajo se pueden construir mejores realidades. Deben ser escapistas del poder y la vanidad, su seguridad debe estar en el orgullo de servir, mucho más allá del discurso, desde la acción.

En la época contemporánea la participación ciudadana es el único camino para la construcción de una política pública distinta, que nos permita reducir las brechas y desandar los caminos que hemos visto no nos llevan a buen puerto. Es necesario ser observadores activos y comprender que las elecciones, aún no finalizan de todo, y es ahora cuando es imperioso un ejercicio de congruencia y compromiso por parte de los elegidos.

Hay una enorme diferencia entre lo que es posible hacer y lo que es correcto. Necesitamos que la administración pública en todos los niveles se inunde de esta diferencia y de un nuevo carisma que nazca desde la dignidad y el orgullo de hacer comunidad y cumplir la ley, rendir cuentas y representar a la sociedad.

Hablemos de ello desde lo más puro que el empeño implica: servir. Pensemos en servidores y no en funcionarios, eso es un buen punto de partida. Pues desde la etimología misma podremos dar un salto entre quien ejecuta y quien (nos) sirve.

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