René Ramírez Benitez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Viernes 6 de julio, 2018
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha sido vencido. En esta elección, el PRI fue el gran perdedor y el principal enemigo a vencer; ese partido que impuso las reglas del juego político mexicano, ese partido que había instaurado “la dictadura perfecta” como lo denominaría Vargas Llosa; el partido “hegemónico” no sólo fue castigado mediante el voto de gran parte del país, fue un mensaje de muchos mexicanos de ¡ya basta! Muchas fueron las razones del electorado mexicano: evitar más “Casas Blancas” e impunidad en casos de corrupción y conflicto de interés; evitar “nuevas generaciones” que terminaron en gobernadores perseguidos por graves hechos de corrupción; evitar más Ayotzinapas; evitar más Tlatlayas; evitar más víctimas por una guerra fallida contra el crimen organizado; evitar más desaparecidos; evitar que siga aumentando sin control la desigualdad y la pobreza; evitar que continúe la discriminación institucionalizada y la política de cúpulas. Muchos fueron los argumentos para evitar la continuidad del statu quo; para evitar todo aquello que nos orillaba al precipicio en el que estamos ahora. La crisis actual tiene un origen y un culpable, y ahora podemos decir que lo vencimos; sin embargo, para cantar victoria sin culpas, tenemos que reflexionar y entender los errores del pasado y aprendizajes para el futuro.
Esta elección significó lo que muchos esperaban: una reconfiguración del mapa político general. Y como resultado, el antes partido oficialista es ahora una pequeña oposición; un vestigio de lo que antes fue; sin embargo, todavía no se puede cantar victoria; todavía no podemos decir que hemos exorcizado a los demonios priístas y se han expulsado por completo de la vida pública. Debemos ver hacia atrás para evitar los mismos errores: la transición política del 2000 no se tradujo en ese cambio estructural que el país necesitaba, que si bien, con sus particularidades respecto a esta elección (el dominio generalizado de Morena en el Legislativo y gubernaturas, así como congresos locales) pero en aquellos años no logramos entender que no sólo era ganarle al PRI, y el cambio nos obliga a pensar y actuar más allá. Pero como mencionaba líneas atrás, es imperativo no olvidar quiénes fueron los que instauraron el sistema político actual; si no entendemos esto, las viejas prácticas priístas seguirán ahí, latentes, a la espera de los nuevos jugadores. Porque lo importante no es sólo cambiar de jugadores, sino las reglas de juego también. Esas reglas de un modelo político rentistas y extractores, que configuraron un sistema cupular de privilegios. Porque las nuevas administraciones deben entender que no se trataba de “sacar al PRI”, también a sus prácticas y sus vicios; sus formas y sus fondos.
El país estaba a la espera de una oportunidad de transformación profunda y eliminar ese priísmo vivo aún en nuestras instituciones, leyes, pensamientos y formas.
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