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Fernando de la Cruz
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Martes 3 de julio, 2018

El cierre de la casilla especial del Centro Cultural José Martí del Parque de Las Américas se sintió como estar en una película de George Romero. Mis compañeros funcionarios de casilla que trabajabamos en el cómputo de los votos emitidos, en cordial compañía de los representantes de partidos políticos nos sentimos atrincherados, acosados por una multitud embravecida que golpeaba la puerta y exigía su derecho al voto, cuando las boletas ya se habían agotado y el sistema de cómputo ya no admitía más votos.

Fue una buena jornada, a pesar de su duración, desde la instalación a las 7:30 de la mañana hasta pasadas las 10 de la noche, luego del cómputo de votos y el farragoso llenado de actas. A eso de las 8:15 a.m. comenzamos a recibir votos de manera fluida. De hecho, tuvimos noticia de que nuestra casilla era la más rápida del estado. En mi calidad de primer secretario de casilla, me aseguré personalmente de que todos los votantes recibiera un agradecimiento por su paciencia, al tiempo que les entregaba sus boletas en blanco y las respectivas indicaciones para emitir su voto en forma ordenada, como sucedió. Más de un elector nos felicitó por la eficiencia de nuestra casilla, pues la cola avanzaba rápido a pesar de ser tan larga.

Cuando las boletas para la presidencia se agotaron, el electorado se volcó en nuestra contra, como si hubiera sido culpa nuestra que no pudieran votar, como si nosotros les estuviéramos arrebatando su sagrado derecho al sufragio. El sistema de cómputo no dejaba votar a nadie más y, aún si no hubiera habido ese impedimento técnico, al dejar votar a más gente habríamos cometido un delito electoral, y cuidado con eso. Además, los representantes de partido estuvieron de acuerdo con nosotros en que, si hubiera habido más de 750 electores en nuestra casilla, nos habría sido humanamente imposible procesar esa cantidad de votos. Lo que hizo falta fueron más casillas especiales para la cantidad de electores foráneos en Mérida, o bien, especulamos nosotros, que más electores foráneos buenamente avecindados en Mérida —y bienvenidos sean, lo digo de corazón— hubieran cambiado su lugar de residencia para poder votar en las casillas locales.

Durante varias de las horas que nos llevó procesar los votos —incluyendo la cancelación de las boletas locales no utilizadas, el copiado a mano diez veces de los nombres y apellidos completos de funcionarios de casilla más representantes de los partidos políticos, etc.—, había gente que seguía golpeando las puertas del edificio histórico que nos cobijaba, de manera altanera, volcando contra nosotros la frustración acumulada de la penosa realidad del México de mis amores. Los representantes de los partidos estaban también con nosotros durante el tequioso pero importantísimo proceso de conteo de voto por voto en nuestra casilla, sufriendo el mismo acoso. Lo importante es que nada de esto impidió la eficiencia del desempeño de la casilla.

Comparto la opinión de que, aunque el número de casillas especiales en Mérida y en Yucatán se haya duplicado con respecto al proceso electoral de 2012, éstas no fueron suficientes. Tampoco es culpa de nuestra capacitadora del INE ni de las y los funcionarios locales de dicho instituto, cuyo trabajo también fue muy profesional antes y durante la jornada electoral. Sin embargo, la forma que la gente elige para manifestar esta opinión es lo que cuenta. Existen medios legales para pedirles a las instituciones electorales que abran más casillas especiales en elecciones futuras, pero hacernos sentir a los ciudadanos voluntarios como si estuviéramos viviendo una película de terror no es manera de construir una democracia.

De nueva cuenta, les agradezco en el alma a las y los electores que acudieron al Centro Cultural José Martí a emitir su voto desde temprano, conscientes del límite de 750 boletas en las casillas especiales. Entiendo que este límite ya había sido anunciado por las autoridades electorales.

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