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del

Paul Antoine Matos
Foto: Afp
La Jornada Maya

Viernes 29 de junio, 2018

No es ser pesimista pensar que Brasil vencerá a México y otra vez la selección se quedará en octavos de final. Es cierto que la selección podría jugar de nuevo como contra Alemania y Corea del Sur, pero también es latente la posibilidad de que lo ocurrido frente a Suecia continúe.

No solo fue un “un partido malo”. Es la tercera vez que México es ampliamente superado por un rival en la era Juan Carlos Osorio, ocurrió contra Chile en la Copa América 2016 y contra Alemania en la Copa Confederaciones en 2017, ambos con golizas.

No puede justificarse que los seis puntos conseguidos por México en los dos partidos previos sirvieron para obtener la clasificación. Es ser mediocre. Ser salvado por otra selección, costumbre en el futbol nacional, cuando se tenía el pase a un empate es vergonzoso.

La cuestión no fue perder contra Suecia, eso era posible, un accidente pudo ocurrir. Lo importante fueron las formas. No es lo mismo dar un gran partido y terminar eliminado por un error, propio o ajeno, a jugar como lo hizo la selección el miércoles, sin ganas ni interés de ganar.

No fue el mismo nivel que contra Alemania o Corea del Sur. Aceptar que México pasó de “panzazo” y evadir las críticas solo es solapar la mediocridad que representaron los jugadores.

“Sabemos que en el tercero no podemos confiarnos”, decían los jugadores en un anuncio de un vehículo todoterreno. Los suecos no fueron un Jeep, fueron un Bulldozer sobre las esperanzas de los seleccionados.

Es cierto que en ningún otro grupo un equipo con seis puntos se quedó fuera, pero lo que pasó el miércoles va más allá de lo que ocurrió en el terreno futbolístico.

La selección mexicana no jugó contra Suecia, jugó contra sí misma y sus demonios. Otra vez perdió. La mentalidad y los complejos aparecieron de nuevo contra la nación europea. En ningún momento el equipo dominó el partido y el portero rival apenas si actuó, mientras Memo Ochoa se convertía en héroe una y otra vez.

De nuevo, en el partido más importante para la selección mexicana en un mundial ocurre una catástrofe. Los jugadores en los últimos 24 años, tres generaciones, desde los Hugo Sánchez, Jorge Campos y Luis Hernández, los Cuauhtémoc Blanco, Rafael Márquez, Pável Pardo, hasta los Javier Hernández, los Andrés Guardado
y los Hirving Lozano, no pueden vencer a su psicología. Se reducen cuando se trata de alcanzar la gloria.

Regresaron los ratones verdes, el miedo a conseguir la mejor participación mundialista y los seleccionados se escondieron en sus madrigueras, a la espera de un milagro que ocurrió.

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