La carga ilegal de Maradona

Miguel Ángel Cocom Mayén
Foto: Afp
La Jornada Maya

Viernes 29 de junio, 2018

Las tareas de un dios son difíciles y estas labores se complican aún más cuando la divinidad que las emprende está cansada y en franca decadencia. No hay nada más terrenal que un dios con obesidad, pies de barro y adicciones de estrella de rock. Eso es lo que le sucede a Diego Armando Maradona. Hoy por hoy, El Pelusa es una paradoja con amplio dominio del balón y escasez de hábitos de vida saludables. Dios etéreo en la cancha, ser humano que arrastra su peso -y sobrepeso- al abandonar el terreno de juego y encarar los asuntos cotidianos.

Las palabras de Milan Kundera que afirman que “Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida”, adquieren plena relevancia en el astro argentino. Sus años de excesos lo empujan contra el suelo, la nostalgia de los triunfos pasados le nubla la vista y sus vicios le llaman a cuentas, incluso con más severidad que el fisco italiano. A Diego le pesa ser Maradona, mientras Armando se mira en el espejo con ojos vidriosos. El jugador que fue dribla al hombre que es y se dirige en un sprint furioso a una portería vacía, sin darse cuenta que anotará el gol en su propio marco. Tiro de gracia sin gracia.

La historia está llena de mitos de hombres y mujeres que se convierte en dioses, también hay cientos de páginas sobre dioses que pierden o renuncian a su condición divina. En cambio, se cuentan con los dedos de una mano aquellos seres que oscilan de forma intermitente y violenta entre ambos planos. Maradona es uno de esos casos. Tal vez por eso presume un reloj en cada mano: el huso horario celeste es diferente al de nosotros los mortales.

Por supuesto, ese jet lag trae sus consecuencias. Así, Maradona unas horas está arriba, otras tantas jornadas las disfruta a nivel del mar y las más de las noches se sumerge en un nadir fangoso. Una clara muestra de este vaivén se puede apreciar en su comportamiento errático durante el partido entre Argentina y Nigeria. En poco más de 90 minutos, Diego transitó del romanticismo al dadaísmo, con una ligera escala en la etapa onírica del surrealismo, por ponerlo en términos de las vanguardias.

El mismo Maradona que se aleja del piso con un drible sublime, es el que regresa con un rifle de aire comprimido para disparar a unos cuantos reporteros. De su boca igual puede salir una frase casi poética tipo “La pelota no se mancha” que la sentencia arrabalera de “A los que no creyeron, que la chupen y que la sigan chupando”. La mano que utiliza para anotar el prólogo del mejor gol del mundo es la misma que utiliza años después para agredir a su pareja en turno.

Y si bien en el Mundial de México 1986 Maradona cargó a todo un país, hoy la carga de Maradona es un lastre para la selección argentina, fastidiosa para Messi y pesada, muy pesada, incluso para el mismo Diego. En Rusia, el mejor jugador argentino de todos los tiempos se ha visto en la necesidad de contratar a una montaña de músculos para que lo sostenga a toda hora, ya sea cuando se asoma del palco a arengar como un hincha más o simplemente para dar los pasos que lo lleven al siguiente agasajo.

Existen manuales para que un futbolista rehaga su rutina después del retiro, lamentablemente no hay fórmulas ni recetas para aliviar la monotonía de un dios jubilado. Tal vez la
única salida sea que el dios en declive se transforme en héroe. Un héroe que, citando nuevamente a Kundera, sea “un levantador de pesos metafísicos” y “cargue con su destino como Atlas cargaba con la esfera celeste a sus espaldas”.


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