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Miguel Ángel Cocom Mayén
Foto: Twitter @Argentina
La Jornada Maya

La palabra escrita, casi siempre, mira por encima del hombro o echa mano de su espíritu profético. En la inmensa mayoría, la literatura disecciona asuntos ocurridos hace siglos o, al contrario, prefigura lo que está aún por suceder. Al contar las gestas de héroes y heroínas de antaño o en sus páginas de ciencia ficción, el pasado y el futuro es lo que le ocupa, mientras el presente pasa de largo ante sus ojos. No importa, compartirnos en tiempo real lo que acontece es tarea de tuiteros, de la voz en off en películas y, por supuesto, de comentaristas y locutores.

En las crónicas de las peleas de boxeo, partidos de beisbol o en los encuentros de futbol nos encontramos con un discurso que se desarrolla en paralelo con la acción.

No hay desfase entre la gesta y el relato. Además, en la prensa deportiva existen verdaderos prestidigitadores de las figuras retóricas, alquimistas como Pedro Septién, capaz de transformar estadísticas en lírica pura y los garbanzos de los telegramas en oro narrativo. Merolicos que, muchas veces, nos venden bisutería envuelta en pantalón corto y espinilleras.

El escritor brasileño Sérgio Rodrigues, en El regate señala que: “Cada cinco minutos los narradores hacían que un don nadie orquestara una hazaña propia de un dios del Olimpo. Por supuesto que ese descompás entre palabras y cosas era inviable a largo plazo, no tenía cómo sustentarse. Y dado que obligar a la narración radiofónica a volverse sobria estaba fuera de cuestión, lo que restaba era reformar la realidad. Fue así como el fútbol brasileño se volvió lo que es: en gran parte por causa del esfuerzo sobrehumano que los jugadores tuvieron que hacer para estar a la altura de las mentiras que los locutores contaban.”

Este realismo mágico de los locutores, sumado a la sincronía temporal entre balón y narración, ha permitido que algunas narraciones deportivas queden en nuestro recuerdo. Memorable es el relato radiofónico de Víctor Hugo Morales en aquella tarde de junio de 1986, cuando Maradona nos llevó a conocer el cielo con medio equipo inglés intentándolo sujetar de los talones: “Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, deja el tendal y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ¡Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta! ¡Gooooool! ¡Gooooool! ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico. ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina?”

Al respecto, Cristian Vázquez en su ensayo “La radio, las transmisiones deportivas y la literatura: una brevísima historia”, afirma que es válido considerar este relato como parte de la tradición literaria argentina, ya que a la fecha se declama como un poema, es la letra de la canción El gol de D10S de la banda Amelia Reggae y las más de dos horas de narración, desde que los equipos salieron a entonar los himnos hasta el análisis posterior al partido, se publicaron en un libro de 120 páginas.

En México también hay relatos de goles que guardamos en la memoria. A continuación, comparto tres estampas que integran mi álbum de crónicas deportivas.
El gol de tijera de Manuel Negrete, también en el Mundial de México 86, lo narró Gerardo Peña de la siguiente manera: “Hugo de espaldas al marco, siempre tiene que girar, barrida defensiva de Dimitrov. Recoge Rafael Amador, crece la presión, Amador al frente para Manuel Negrete, en esta jugada para Aguirre, ¡Negreteeeee! ¡Gooooool! ¡Goooool! ¡Golazo de Manuel Negrete! Enorme y bellísimo gol.”

A su vez, el tanto que nos dio la clasificación al Mundial de Estados Unidos 94, fue inmortalizado por Raúl Orvañanos con las siguientes palabras: “Aquí está el largo servicio de Claudio, allá va Luis Flores, cubre muy bien, se va Luis Flores, atención, ¿llega quién? ¿Hugo? El Abuelo. ¡Gooooool! ¡El Abuelo! ¡Goooool! ¡Gol! ¡Estamos en el Mundial!”

Y más recientemente, Christian Martinoli relató así la anotación de Hirving Lozano frente a Alemania en Rusia 2018: “Estamos en presencia posiblemente del mejor partido en la era de Osorio, imagínese usted lo que estamos hablando. Y llega Hernández, Hernández contra Boateng, la deja para Lozano, está el primero, Lozano engancha, Lozano el primero, Lozano. ¡Goooool! ¡Gol de México! El gol lo hace Lozano en un contragolpe feroz, fulminante, impresionante, espectacular. El enganche del Chucky, el Chucky, lo amo, lo amo a Lozano, los amo, los amo. Uno a cero.”

Así, los relatos de los goles que nos hacen vibrar se convierten, en ocasiones afortunadas, en mini ficciones en tiempo real, ficciones con las que nos damos ánimo y aliento cuando el éxito nos da la espalda, ficciones que se gestan con el pie y adquieren un segundo aire al ser escritas con la mano. Ficciones que, tengo la esperanza, seguiremos firmando en tierras cosacas.

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