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Giovana Jaspersen
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La Jornada Maya

Viernes 22 de junio, 2018

La Secretaria de Seguridad Interna, rígida, afirmaba que no pediría disculpas por hacer su tarea, mientras se mezclaban en su discurso conceptos abstractos y concretos, como la justicia y la biblia. Horrendo coctel. Como fondo, se escuchaba el eco de un guardia que con acento latino decía “Acá tenemos una orquesta”; las notas se componían de niños migrantes, separados de sus padres, llorando, implorando, desde el miedo y en cautiverio.

Ellos, debemos aceptar, escuchaban música en el sufrir; y ahí, vive La banalidad del mal que ya nos anunciaba H. Arendt.

Vive en su broma frente al llanto, en quien hace su trabajo y las tareas que ello implica, sin juicios de valor o humanidad. En el descendiente de migrantes que enjaula migrantes sin que le importe el trabajo que está haciendo. En la mujer, que sale “orgullosa” a decir que ella aplica la ley, basándose en un enfermo concepto de justicia que atropella y persigue, en el miedo y en hacerlo bien. En la madre orgullosa de su labor, por contradictoria y nauseabunda que ésta sea. Mujer que engendra y forma generaciones que tampoco habrán de preguntarse si hacen lo correcto, banales.

Como los votantes que dieron el triunfo al actual presidente, y que seguramente tampoco quieren niños separados de sus padres y encerrados en una jaula. De hecho, es difícil imaginar alguien que así lo quiera; y de existir, habría de ser enjuiciado. Sin embargo, a pesar de que no lo quieran, ellos lo hicieron. Tanto como el gabinete. Pues así funciona la miseria, desde la inconsciencia.

La maldad y su banalidad vive en la voz de quien frente a la duda de si alguien puede comunicar a una niña con su familia pregunta ¿Es del Salvador? Si es del Salvador sí. Como si sus ideas tuvieran lógica o los niños nacionalidades. Los niños no tienen país, viven en la patria de su defensa sin bordes; son lo más puro de lo humano. Su defensa es tan animal como amorosa, en el sentido de las crías y manadas a las que pertenecemos.

Esos niños son la base de los fenómenos migratorios, que sólo buscan que estén mejor. No es el pasado lo que desata el escape, sino el futuro. Imaginemos entonces, si estar en esas condiciones es más seguro y un padre toma el riesgo, de lo que quieren salvar a estos niños. Tracemos así los mapas de la violencia y el peligro. Los niños son la causa de atravesar los mares y los desiertos, pues “No pondrías a tu hijo en un barco si el mar no fuera más seguro que esta tierra (…)”.

“Sin bordes, no hay nación”, dijo el presidente y habrá que recordarle que sin migraciones tampoco. Ni cultura, ni comida, música o danza. Su salvaguardada y anhelada nación se sostiene en la transgresión de los bordes y la defensa de la libertad. “EUA no será campamento de migrantes”, dijo también, sin reconocer que ya lo es, ha sido y será. “Los niños son utilizados por algunos de los peores criminales en la tierra como un medio para ingresar a nuestro país.”, afirmó, y con ello criminalizó a los únicos que no han hecho nada en este desorden (in)humano. El único ser que puede poner a un niño como un peligro, lo criminalizó.

Una niña que pide le llamen a su tía de forma insistente, motivada por el miedo, no es un peligro, es el reflejo de su madre también temerosa, que antes de salir, insistiendo, debe haber dicho: si algo va mal y sientes miedo, con quien estés, pide que llamen a tu tía, su número es 3-4-2-8 (…), debes de aprenderlo de memoria ¡repítelo 3-4-2-8 (…)! Todos hemos sido esa niña con nuestra madre frente a nosotros y repitiendo, programándonos para salvarnos. Al escuchar su voz que repite, escuchamos la emergencia y la alarma, que es lo único que seguramente entiende de toda esta situación. Ella quiere salvarse y con su voz trata de salvarnos.

El llanto de esos niños ha logrado unir cosas que parecían irreconciliables, nos ha recordado a los mexicanos que somos latinos, latinoamericanos. Y que esos niños no son mexicanos, ni hondureños, ni guatemaltecos; son la posibilidad. Son la causa de todos, la única razón por la que se anda o construye.

Hasta el día de hoy se han separado cuatro mil niños de sus familiares, hay once mil cuatrocientos treinta y dos menores inmigrantes bajo custodia del gobierno federal y cuando se anunció y firmó -por la denuncia internacional y no por consciencia- el que ya no se separen familias no se dijo ¿Qué pasará con estos niños? ¿Cuándo estarán con su familia? ¿En qué condiciones estarán las familias en el futuro, juntas, cómo? ¿Jaulas familiares? Hay aún muchas preguntas que no pueden apagarse tras este anuncio.

Hay que preguntarnos ¿Por qué no revisamos toda la política de “Cero tolerancia”? ¿Por qué existe en pleno siglo XXI algo como ello? ¿Por qué no volteamos a ver lo que los niños llorando por sus padres? Su llanto no es el único, lloran también los niños migrantes en la escuela porque nunca saben si sus padres han de volver del trabajo. Los refugiados en Santuario, los olvidados que ya no pueden volver pues perdieron faro y destino. Lloran todos ellos y deberíamos acompañar su llanto al vernos inhumanos e ignorándolos. Llorar todos a mares, sin poder contenernos, como la conductora de MSNBC que en su sentido más amplio, inundó las redes. Llorar, como hemos hecho todos al escuchar el audio y ver las imágenes, lloremos porque hemos llegado a esto y no sabemos cómo pararlo.

Este texto se escribe desde la vergüenza de ver quiénes somos y hemos sido, de tener que llegar a esto para girar la vista. Desde el miedo de que las voces se apaguen después del llanto, y el asco que puede dar la propia especie.

“Yo también me quiero ir” dijo una voz infantil en el horrendo audio que conmocionó al mundo; y muchos coincidimos, también nos queremos ir. Queremos que se detenga este mundo indigestible y poner un orden entre tanto caos. Hay que escuchar llorar a los niños pues en su llanto se escucha la humanidad entera, la crisis y miseria. En México y América Latina, sabemos muy poco de leyes y justicia, porque nuestro cotidiano en un atropello; pero sí sabemos lo significa el llanto de una niña de seis años ¿Qué somos si no podemos defender a un niño? Son nuestros niños.

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