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del

Arturo Ávila Cano*
Foto: Archivo Pedro Guerra
La Jornada Maya

Miércoles 20 de junio, 2018

Un día que no ha quedado debidamente registrado para la historia de la fotografía, un grupo conformado por doce señoritas posó al exterior de una amplia casona para la cámara de Pedro Guerra Jordán. Al centro de la imagen, recostada sobre una pequeña alfombra de estilo persa, una joven rodeada de botellas de cerveza, llevó a cabo un discreto gesto erótico: levantó su impoluto terno y recogió sus medias para dejar al descubierto parte de sus pequeñas y frondosas extremidades. Aquella Olympia estaba enmarcada por otras mujeres vestidas de blanco, que a su vez sostenían copas y vasos; algunas abrazaban a un gato o a una muñeca y se apoyaban en el hombro de la compañera. Todas miraron de frente a la cámara, sin inseguridad, sin vergüenza.

Esta fotografía, que pertenece al archivo de la Fototeca Pedro Guerra, representa un malestar cultural y un reto para los historiadores. Sin título y sin fecha precisa, su datación fue elaborada conforme a la técnica fotográfica utilizada y no como resultado de una investigación rigurosa, o como producto de los datos elaborados por un autor al organizar su propio acervo. Su discurso iconográfico confronta, es discordante, pues no forma parte del canon con el cual se representó a las mujeres que se repudia en público, pero que se desea en privado, como afirma y reconoce Humberto Mussachio.

La iconografía de este retrato grupal, que causó polémica durante la presentación del libro [i]Fotografía Artística Guerra. Yucatán, México (2017)[/i] ha conducido a algunos historiadores a incluirla en la narrativa sobre las cortesanas. En “La prostitución y la pornografía en imágenes del Estudio Fotográfico Guerra”, que fue publicado en Ritos privados, mujeres públicas, de la revista Alquimia (enero-abril, 2003), José Carlos Magaña Toledano afirma que ésta era la imagen de un burdel, y la fechó en 1915. En el libro [i]Prostitución y lenocinio en México, siglos XIX y XX[/i], de Fabiola Bailón Vásquez (2016), la imagen fue utilizada para ilustrar la portada. En esta obra no se indica fecha precisa, sólo se exhibe el número de catálogo, y no se vuelve a hablar de ella. En [i]Imaginarios y fotografía en México, 1839-1970, (2005)[/i], Alberto del Castillo da título a la imagen y la data en 1915. Asimismo, en [i]Fotografía Artística Guerra. Yucatán, México, (2017)[/i] esta imagen forma parte de una hermosa galería, sin embargo, no se incluye en los artículos que se publicaron para dicha obra, aunque los editores fecharon la fotografía en 1912.

Tras observar el conjunto de fotografías del número 17 de Alquimia, así como el anexo fotográfico del libro de Bailón Vásquez, se advierte que la fotografía del Fondo Guerra es anómala, singular, no presenta semejanza con los pequeños retratos de las cartillas y los archivos con los que se identificaba a las prostitutas en México.

En el texto [i]Ejercicio y construcción de identidades en los retratos de prostitutas[/i] del Archivo General Municipal de Puebla (no. 89 del Boletín Oficial del INAH), es posible observar distintas imágenes cuya iconografía fue analizada a detalle por los autores del mencionado artículo. Un punto a destacar es un recuadro que colocaron aquellos datos que otorgaban identidad a las mujeres retratadas (huella digital, nombre del burdel y del propietario, así como los sellos oficiales). Estos elementos conferían a los retratos un carácter documental y conformaban la identidad de aquellas mujeres. Ello da idea del uso de la fotografía como un instrumento de control social.

John Tagg y André Rouillé subrayan que las fotografías fueron valoradas como documentos, pruebas y evidencias. Los retratos de las mujeres que se dedicaban a la prostitución formaron parte de registros institucionales en los cuales la fotografía era un elemento más de control sobre el cuerpo. Este dominio sobre el placer iba más allá de lo sanitario; representaba una fuente de ingresos para el Estado, tal como se desprende del artículo 41, capítulo V del Código Sanitario de Yucatán, expedido por el entonces gobernador Enrique Muñoz Arístegui el 22 de diciembre de 1910. En dicho reglamento se asentaba que tanto los establecimientos como las mismas cortesanas debían pagar cuotas extraordinarias de inscripción y cuotas mensuales, que ascendían a los 15 y 2.50 pesos, respectivamente.

En el reglamento para el régimen de la prostitución, artículo 222 del Código Sanitario, se afirma que la Revolución no podía olvidar la redención de la prostituta, y le brindaba “su brazo protector a la pobre desamparada que lleva fría el alma y rotas sus doradas ilusiones de mujer. Que no siendo posible suprimir la prostitución porque en ella triunfan mil circunstancias sociales… que ese mal constituye una defensa para las propias familias, pues es la válvula de escape de intemperancias incontenibles o de pasiones que resisten a la moral y a las buenas costumbres, se resigna a reglamentarla”.

Alvarado reconocía que había que regular la prostitución sin que se pusieran en entredicho los principios revolucionarios. En ese mismo Código Sanitario expone que: “y así, dando libertades, imponemos medidas drásticas para los abusos”. En ese documento se daba más importancia a la prevención del ejercicio de la prostitución y se centraba más en lo sanitario que en lo coercitivo; como tal, contiene elementos importantes que lo diferenciaban del reglamento del ex gobernador Aristegui; es decir, limitó el papel de la policía con el fin de evitar la corrupción; puso énfasis en la actuación de la Junta de Sanidad, que debía ocupar un papel protagónico; suprimió la existencia de los prostíbulos y consideró un acto inmoral cobrar cuotas a las prostitutas.

Una peculiaridad de este reglamento radica en que las autoridades debían tener en cuenta las fuentes de reclutamiento de las prostitutas, como la servidumbre, que se prestaba a la perversión moral del amo o del señorito. Para ello, se consideraba importante atacar el mal desde su origen con la participación activa de los profesores de educación primaria. En el capítulo primero de este Reglamento quedó establecida la prohibición para el establecimiento de burdeles y la obligación de toda mujer que quisiera dedicarse a la prostitución para solicitar a la Secretaría de la Junta de Sanidad, su inscripción como meretriz. Esto debía acompañarse de un certificado de buena salud, y de una cartilla personal en la que, al lado de sus datos generales, luciera su retrato.

Volvamos a aquel retrato grupal elaborado por Pedro Guerra Jordán. La “imagen quema, arde en llamas y nos consume”, “solicita nuestra credulidad”, “posee una naturaleza horadada”, como diría George Didi-Huberman. ¿Cómo otorgarle sentido a esta fotografía? ¿Es un registro de control? ¿una fotografía para la promoción de un burdel? ¿o una imagen para el recuerdo? ¿Bajo qué reglamento podemos ubicarlo? A falta de una fecha precisa y de unos datos que le otorguen consistencia, cómo interpretar este discurso iconográfico.

No puedo dejar de observar este retrato que da cuenta de las prácticas de la prostitución en Mérida. Al consultar los códigos sanitarios de 1911 y 1915 podría deducir que esta imagen fue elaborada durante el régimen del gobernador Aristegui, que permitía la existencia de los burdeles, que para operar debían entregar sendas cuotas a la administración local. Pero insisto, no forma parte del canon visual con el cual se registró y controló a aquellas damas de “banqueta y canapé”, como las nombra Humberto Musacchio.

No es este un documento de vigilancia y control, no es una imagen de cartilla sanitaria, esta es una fotografía que me remite a la concupiscencia de la mirada; es una imagen de afirmación, de orgullo, de pertenencia, es una fotografía que confronta nuestros pudores. ¿Qué fue de aquella Olympia? ¿Qué fue de sus compañeras? ¿Qué las condujo a ese camino? Acudo a Pessoa para exclamar que todas ellas se han quedado eternamente inscritas en nuestra consciencia. Su historia, llena de negro polvo, no se fue con el río de las cosas. Está aquí, y nos mira de frente.

*Investigador y acreedor al Premio Nacional de Ensayo Sobre Fotografía en categoría investigador con amplia trayectoria

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