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Miguel Ángel Cocom Mayén
Foto: Twitter @PiojoHerrera_DT
La Jornada Maya

Ciudad de México
Jueves 14 de junio, 2018

De acuerdo al estagirita más famoso de todos los tiempos, “la virtud está en el justo medio entre dos extremos”. Es decir, se requiere de cierta mesura y prudencia para ser virtuoso, tanto en el terreno de lo ético, como en el de los asuntos prácticos. Ese balance en el ser y en el hacer, que para Aristóteles resulta fundamental, es un fantasma que asusta por su ausencia en nuestro país y, especialmente, en el futbol mexicano. En el balompié nacional transitamos de un extremo a otro, parados en una cuerda floja que se sostiene con alfileres sobre un difuso campo de juego.

Ahí, en ese escenario incierto, peregrinamos de la timidez y discreción de un entrenador como Enrique Meza, a los arrebatos explosivos y de arrabal de Miguel Herrera. En la zona técnica vamos del [i]Ojitos[/i] a su némesis [i]Piojito[/i], dando giros de 360º mientras las demás federaciones nos observan incrédulas a un costado de la cancha. En las concentraciones, nuestros futbolistas oscilan entre la nostalgia enfermiza y maternal del [i]Jamaicón[/i] Villegas y el desapego a los colores patrios de elementos como Nery Castillo y Carlos Vela, mientras unos y otros juegan descalzos e indiferentes a la Play Station en habitaciones de lujo y con vista a paisajes bucólicos.

En los pizarrones, nuestro esquema táctico fluctúa entre la ausencia de cambios de Miguel Mejía Barón y el abuso en las rotaciones que propone Juan Carlos Osorio. De no hacer sustituciones en los momentos críticos, a borrar todo rastro de la alineación previa, incluyendo al portero. En el terreno de los apodos también estamos llenos de claroscuros: mientras un jugador lleva el tierno mote de [i]Chicharito[/i], otro de sus colegas de profesión responde orgulloso al sobrenombre de [i]Chucky.[/i] Esta ambivalencia se nota también en el hecho de que nuestros deportistas son capaces de ir a la Basílica a pedir el milagro del quinto partido y, horas después, organizar una fiesta legendaria con varias docenas de guapas invitadas.

A nivel directivo, también se cuecen habas. Ése es otro escenario en el que nos movemos del blanco al negro en sólo un parpadeo. Hace unos años, nuestros directivos falsificaron actas de nacimiento para asegurar el pase a una Copa Mundial Juvenil; hoy, esos mismos personajes de cuello blanco se llenan la boca hablando del [i]fair play[/i] financiero para, según ellos, evitar que determinados gobiernos estatales apoyen con recursos públicos a los equipos de futbol locales. Otro botón de muestra es el acuerdo entre los dueños de clubes, un arreglo informal mal llamado [i]Pacto de Caballeros[/i], cuya transparencia y civilidad en el nombre contrasta radicalmente con el objetivo casi mafioso que persigue. Así, en este futbol nuestro de cada día recorremos en un solo sprint el trecho que separa dos antípodas: de ser cachirules a voceros del juego limpio en menos de lo que canta un gallo.

Esta falta de proporción y armonía la encontramos también la Liga Mexicana: mientras algunos clubes se dedican a contratar extranjeros de dudosa calidad, tenemos un equipo que sólo le apuesta a alinear con jugadores nacidos en territorio mexicano. En ese mismo tenor, mientras pocas escuadras son capaces de presumir toda una época con el mismo director técnico -por ejemplo Ricardo Ferreti quien suma ya ocho largos años en el banquillo de los Tigres de la UANL-, la gran mayoría de los equipos acumula dos o hasta tres entrenadores en un mismo torneo.

Esa falta de mesura en las cuestiones extra-cancha encuentra su fiel reflejo en el césped de juego. Somos capaces de ganarle 3 a 1 a Uruguay y a los pocos días perder 7 a 0 frente a la selección de Chile, por mencionar un ejemplo, el más cercano, el que aún no cicatriza. Es decir, nuestro once inicial aglutina miles de identidades: el extremo izquierdo se aleja del derecho, el delantero centro se queda huérfano, el defensa languidece mientras el portero azteca recoge cabizbajo el balón del fondo de su arco. El justo medio lleva casi un siglo sin alinear en nuestro equipo. En vísperas de su primer encuentro en el mundial de Rusia 2018, tomando como referencia los últimos partidos contra Escocia y Dinamarca, pareciera que el equilibrio tampoco aparece en la lista final de los 23 convocados.

Ante este panorama, me surgen dos preguntas. ¿Habremos de encontrar en tierras cosacas ese sano equilibrio que nos permita perder por la mínima con Alemania, superar con autoridad a Corea del Sur y vencer con lo justo a Suecia? Y sobre todo, ¿cómo es posible que en el país del mariachi, los juegos pirotécnicos, el mole y la lucha libre, nuestros debates presidenciales resulten tan soporíferos?

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