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Ulises Carrillo Carrera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 13 de junio, 2018

Este sitio era tan pero tan lejano que, si caminábamos en línea recta para ir a visitarlo, tendríamos que darle la vuelta al mundo para llegar al lugar que ocupaba nuestra espalda cuando iniciamos la larga marcha.

Todos ahí vivían muy bien en comparación con ellos mismos y con la idea que ellos mismos tenían del resto del mundo. Las estadísticas internacionales eran asunto doméstico; las mediciones nacionales siempre la mitad de las locales en las cosas buenas y el doble en las cosas malas. Así se creaban e imaginaban las realidades sobre otros lugares, porque qué sentido tendría verificar.

Era tierra insular y ya no recuerdo si esa era la palabra completa o sólo el final. Dicen que China antes de su decadencia sufrió del mismo mal cuando se encerró y cerró la puerta al mundo, para ser, por decreto, “la tierra de en medio”, la mejor.

Dicen que esa tierra tenía la forma del cuerno de la abundancia, porque la geografía así lo quiso en un ataque de vengativo sarcasmo; porque a la geografía no le gustan los relativismos ni las comparaciones a modo. La tierra, los continentes y los valles operan en absolutos universales; se saben unidos y parte de un todo.

Pues en esa región, por casi 200 años, millones pelearon y se esforzaron para tener un gobierno de tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, cuenta la leyenda. En el papel, desde el primer día que formalmente existieron como país, tuvieron esa división de poderes, pero en la realidad el Ejecutivo siempre mandó y dispuso de los otros dos. A pesar de eso, un día lo lograron y el gran makuko ya no mandaba a su antojo; en el Congreso nadie tenía la santa mayoría y los jueces se pusieron de pie. Parecía que llegaría una nueva era de ríos de leche y miel, de bienestar insular producto de equilibrar y dar contrapesos al poder, sin necesidad de estadísticas que educaran a la triste y necia realidad que no cambiaba por decreto.

Sin embargo, el primer poder descubrió al cuarto poder y le dio de comer de su mano, lo alimentó con contratos, trabajos encargados y verduras verdes que crecían en enredaderas colgantes. El cuarto poder era avasallador e hizo irrelevantes al segundo y al tercero.

Las opiniones del primer poder aparecían en todas partes cuando el segundo no estaba de acuerdo en obedecer dictados; también los juicios se hacían en entrevistas y reportajes y nadie aguantaba tres días de encabezados en primera plana. El primer y el cuarto poder se volvieron uno mismo, el activo y el pasivo, el proveedor y el insaciable. Los buenos y los malos los definían ellos, los escándalos los construían y destruían también ellos. Unidos el primero era un santo y el cuarto su perro guardián.

En ese escenario, muchos apostaron por el quinto poder que llevaba años sonámbulo, pero éste a pesar de controlar fábricas, comercios y empresas, nunca se decidía a hacer valer su peso, porque le ganaban los pesos.

A veces el quinto poder levantaba la voz; en los casos más extremos de abusos del primero, pero era voz efímera y quebradiza. El quinto poder a veces también seducía al cuarto, pues éste lo necesitaba para completar su dieta. Sin embargo, el quinto poder era bipolar, tripolar, multipolar, tenía tantas personalidades que al final terminaba por preferir un mal acomodo con el primer poder. Lo suyo no era construir naciones, sino mansiones.

Muchos y muy valiosos se negaban a ser parte de esto, pero los sindicatos invadieron al quinto poder y con ello dejaron de lado la oportunidad de guiar y moralizar. El primer y el cuarto poder separaban a los quintillizos y los quebraban o alineaban uno a uno, hasta que su voz y voluntad era cacofonía.

Así era ese lugar de cinco poderes, hasta que surgió el sexto. El poder que no era tangible, pero sí omnipresente, el que no tenía un solo lugar físico, pero estaba en todos los lugares. Era el poder de las peores pesadillas y los mejores sueños. La masa en acción, hubiera dicho con horror y asombro Ortega y Gasset.

El sexto poder era de nadie y por eso todos se lanzaron a adueñarse de él; el primer poder pautaba su realidad propagandística en los espacios cibernéticos del sexto poder, el cuarto y el quinto hacían lo mismo; pero el sexto poder no se rindió, ni sucumbió; era tan inmenso que ningún veneno era suficiente para matarlo del todo o someterlo.

Es cierto que, producto de todos esos abusos, el sexto poder se volvió confuso, turbio y errático. Sin embargo, nunca dejó de presentar en algún lado y de algún modo la necia verdad, así ésta estuviera escondida en algún lugar minúsculo u olvidado. El sexto poder era liberador y libertino, pero ningún ridículo se le escapaba, ninguna atrocidad quedaba impune, ningún “fuenteovejuna” pasaba omiso. No era el poder que nos salvaba, pero sí el que evitaba nuestra domesticación absoluta.

Eran tiempos de mentiras y el sexto poder las distribuía todas, pero la verdad -tercamente- iba en esa mezcla tóxica y bendita; eso lo hacía un poder muy especial y valioso, porque en los otros cinco poderes sabíamos que podíamos encontrar todo, menos la verdad, la honestidad, lo cierto y lo real.

Llegaron los tiempos de decidir y a decidir salieron. Unos salieron pensando en el reclutamiento y la movilización propia de tiempos medievales y coloniales, de súbditos y sirvientes arrastrados a ratificar la decisión el amo. Otros apostaron al cuarto poder o a los capitanes del quinto, pero esta vez la batalla sería en el sexto poder.

Por primera vez los mitos construidos desde palacios y cuartos de guerra se enfrentarían a los mitos y humores construidos y capturados desde teclados, cámaras y dispositivos de bolsillo en las manos de simples ciudadanos.

Un monstruo mecánico contra uno etéreo. Esa será la épica batalla, la que nos tocará presenciar. El pasado sin vergüenza, contra la vergüenza sin pasado ni memoria y, siempre, salpicada de una compleja verdad social.

*Escritor y analista político
[b]@CronicMeridanas[/b]


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