Maku Lignarolo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Playa del Carmen, Quintana Roo
Martes 16 de enero, 2018

Existe el consenso de que es difícil vivir del arte, aun cuando sabemos de muchos artistas que no solamente se mantienen de él, sino que son personas adineradas. El artista, hoy en día, debe ser talentoso y debe saber cómo venderse en su nicho de mercado.

En ese camino cuesta arriba está Jacobo Roa, un artista plástico que vive y le apuesta a Playa del Carmen para crearse una forma de vivir. Y digo cuesta arriba, porque en Playa del Carmen no hay una sola pared seria y formal para exhibir arte visual. Me cuenta que desde hace nueve años participa en el evento de todos los jueves en la Quinta Avenida, llamado CAMINARTE, que para él ha sido una ventana para que el mundo lo pueda encontrar, prácticamente, tropezándose con su exhibición. De ahí le salió su primera exposición en el exterior; de ahí su obra se ha ido, en manos de los turistas que la han podido experimentar, inclusive hasta Australia. Estos mismos lo han recomendado y se ponen en contacto con él. Allí ha encontrado a coleccionistas que aprecian su obra y que año con año, lo vienen a ver.

Jacobo no está estacionado, su participación en la última Bienal de Yucatán atrajo mucho interés por él. Fue merecedor del [i]Premio Municipal de Artes Plásticas 2015[/i], de Solidaridad, y así va remontando.

[b]¿Cómo supiste que querías ser un artista plástico?[/b]
Pues mi camino es de largo aliento. Desde chico tuve la oportunidad de viajar mucho con mi padre, ingeniero geólogo, sobre todo al centro de México por sus diferentes comisiones de trabajo. Y curiosamente es él, sin saberlo, quien influyó en mí. Esos viajes despertaron el gusto por la cultura mexicana en mi; sus ciudades y pueblos, la arquitectura , su campiña, la comida, la música y colores. Recuerdos que guardé de manera inconsciente en la memoria son ahora una fuente constante inspiración.

Fui un niño muy inquieto. Aprendí a leer y a escribir antes de llegar a la primaria, pero era igualmente indisciplinado. Mientras todos atendían la clase, yo llenaba mis cuadernos, al lado de sumas y restas, con caricaturas de mis profesores, y dibujos de cualquier cosa que llamaba mi atención. En las tardes, después de clase, asistía de manera regular al ex convento de San Agustín a estudiar arte, pero mis dibujos nunca fueron del gusto de mis maestros, quienes nunca pudieron encasillarme.


[b]¿Cómo llegaste a Quintana Roo?[/b]
Cuando termine la prepa estaba seguro que sería arquitecto, a pesar de la presión paterna por la ingeniería. En aquella época ser artista no era opción. Hice el examen de admisión y no pasé; eso determinó, de alguna manera, mi vida. Aproveché ese año para irme de viaje con el dinero que me pagaban por hacer caricatura política para un periódico panista local; me pasaban una foto de algún político que ni conocía y le hacia su caricatura, me iba muy bien con eso, pues las hacía muy rápido.

Ese viaje fue a Quintana Roo. Conocía muchas playas del Pacifico, pero no las del Caribe.Primero visité Playa del Carmen y enseguida pensé, no sé cómo le voy a hacer, pero aquí quiero vivir.

Me dieron trabajo en Cozumel, en el área de alimentos y bebidas del Hotel Hard Rock. Afortunadamente conseguí donde vivir, en una especie de “Melrose Place”, donde uno de los vecinos era el artista pintor Galo Ramírez, que vivía con su novia, una cantante de blues canadiense. Me encantaba ver su estilo de vida bohemia, su estudio siempre lleno de música, de intelectuales amigos..

Jacobo estaba lejos todavía de asentarse en un sitio y su natural inquietud lo llevó, en 1996, a San Cristóbal de las Casas durante cuatro años. Hacía poco había surgido el movimiento zapatista, la ciudad estaba efervescente; multitudes de extranjeros llenaban sus calles coloniales, atraídos por la idea de vivir una revolución ajena.

Ahí tuve la idea de abrir un bar restaurante al que llamé “La Creación”. No logró ser el punto de reunión de los bohemios, de artistas, escritores reporteros, de múltiples nacionalidades. Vivir de mi arte se volvió un sueño que avanzaba lento. Me encontraba en un proceso de maduración, en ese entonces, en búsqueda de una identidad propia y fue en Chiapas donde encontré el mejor caldo de cultivo para descubrir el estilo que me distingue hasta ahora.

Llegar al Zócalo de la Ciudad de México fue una experiencia única, porque sabía era irrepetible. Mi romanticismo revolucionario me reconecta con pasión con la expresión artística que me llevó a Oaxaca. Allí entré a estudiar de manera formal artes plásticas, en la escuela Rufino Tamayo. Después retomé el sueño de vivir en Playa del Carmen.

Jacobo tiene un futuro prometedor en las artes plásticas; sus cuadros ya circulan por el mundo entero. Hoy en día vive solamente de pintar, con su mente enfocada en lo que quiere, lo que puede llegar a ser. Su estilo es muy propio, cuando lo conoces y te topas con uno de sus cuadros, lo identifica de inmediato. “Ese es un ROA”.

Jacobo Roa nació en la Ciudad de México, en 1972. Su niñez y juventud transcurrió en Guanajuato. Estudió en la escuela Rufino Tamayo de Oaxaca. La obra de Jacobo la podemos situar dentro de un realismo (mágico) caótico e irreverente. Es necesario interactuar con su obra para perseguir su mensaje implícito en sus abigarrados lienzos con pistas laberínticas y enigmáticas. Usa el color a la mexicana, sin términos medios, de manera intensa y sin prejuicios. Sorprende e irrumpe dentro de los esquemas con osadía.

Sus influencias vienen del movimiento surrealista que se dio en México, con la presencia Remedios Varo y Leonora Carrigton, sobre todo. De Pedro Friedeberg que llega a la escena posteriormente. De los modernos José Luis Cuevas y Diego Rivera y del escritor chileno Alejandro Jodorowsky.


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