Katia Rejón
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Jueves 10 de mayo, 2018

La primera vez que Alejandra Cabello se planteó la pregunta “¿quiero ser madre?” tenía 16 años. “Estaba en el comedor con mi papá y mi hermano, volteé a ver mi foto de 15 años que estaba frente a mí y me visualicé teniendo un hijo”, cuenta en entrevista la mujer que hoy tiene 26 años. La sola idea le provocó escalofríos y se dio cuenta de que en su proyecto de vida no se encontraba la maternidad.

“Es un destino para las mujeres. La realización de su vida corresponde a una idealización de la figura de la madre. Es una construcción cultural llena de símbolos que impone a las mujeres la maternidad como camino al éxito”, explica Virginia Carrillo, profesora del Centro Peninsular en Humanidades y en Ciencias Sociales de la UNAM y feminista.

La maternidad se ha construido a partir del mito del amor incondicional, desde los discursos religiosos, culturales e institucionales hasta la educación familiar. Para Virginia Carrillo, la maternidad es una institución que va muy bien con la sociedad de consumo y el capitalismo avanzado donde vivimos.

“El instinto maternal es una cosa muy construida. Hace unos días una amiga y yo vimos a una niña de cuatro años abrazando a un nenuco, con su carreola, pañalera y todo. Coincidimos que desde esa edad nos han inculcado que estamos destinadas a ello y no es así”, platica Fabiola González de 35 años.

Las entrevistadas coinciden en que no es fácil ver la maternidad como una elección, primero porque muchas mujeres nunca se cuestionan si quieren o no ser madres, sino que se da por hecho por la capacidad reproductiva que tiene el cuerpo de la mujer. La gente tiene respuestas emocionales muy fuertes en torno al tema.

Alejandra cuenta que los desconocidos o familiares le preguntan “¿Y tú para cuándo?”, se muestran escépticos cuando ella contesta que ha decidido no ser madre. “Me dicen que es porque estoy chica, porque no he encontrado el amor, que cuando crezca voy a pensar diferente. Pero mientras más grande estoy, más segura estoy de mi decisión”, comenta.

“Me han dicho cosas como que no tengo sentimientos, creen que odio a los niños o a los hombres por no tener hijos. Es absurdo para ellos y absurdo para mí que no puedan entender que mi proyecto de vida es diferente”, narra Flor.

Carrillo apunta que la sociedad suele ser invasiva en el tema de la maternidad. “Hay que elaborar estrategias personales para que no se convierta en un conflicto ni tensione las relaciones con los demás. Ser o no madre es un tema personal”.

Pero la romantización de la maternidad no acaba cuando ésta se lleva a cabo. No basta con que la madre sea madre, encima debe ser sumisa, entregada, amorosa, tierna, sacrificada por sus hijos sobre cualquier circunstancia y esto, coincide, es diferente en la vida cotidiana y real.

“En esta división sexual de los roles, a la mujer se nos confina a lo doméstico, es el espacio de poder de las madres. Este discurso del modelo ideal de las madres no admite, por ejemplo, a la madre que es capaz de maltratar. Que puede ser irresponsable respecto a los hijos y ejercer violencia, que incurre bajo este sistema androcéntrico”, advierte Carrillo.

Cada vez son más mujeres que ven la maternidad como una elección personal y no una imposición. La maestra explica que muchas mujeres utilizan la tecnología médica para evitar un embarazo, o toman anticonceptivos. Esto ha sucedido con anterioridad en Norteamérica o Europa, indica, incluso en algunos países ha generado políticas públicas para incentivar la maternidad y procurar nuevas generaciones. “En América Latina estamos en ese proceso donde los discursos de lo femenino ha dado a las mujeres la posibilidad de elegir si son o no madres”.

Coinciden en que esta decisión que también atañe a los hombres, se toma de una forma diferente en la sociedad. “En el hombre se asume la libertad de decidir, se ve raro pero no es tan estigmatizado”, afirma Carrillo.

Los perrhijos y las mascotas como sujeto de cariño maternal

“Nanchito es mi compañero, mi chaparro preferido. Me ha acompañado en diferentes etapas de mi vida durante ocho años”, cuenta Ana Cruces de 28 años sobre su perro chihuahua, Nancho.

Aunque su mascota no llegó como un sustituto de hijo, cree que si cada vez más parejas adoptan mascotas en lugar de tener hijos, es por la comodidad. “Definitivamente ha de ser más fácil que tener un hijo de carne y hueso. Nancho jamás ha llegado a la casa con un piercing en la nariz, con embarazo adolescente, o diciéndome que me odia y que él no pidió nacer”, bromea.

Como esta tendencia ha ido en aumento entre las sociedades modernas, también ha sido criticada por “humanizar” a los animales y dotarlos de necesidades sociales que no tienen.

“Es verdad, pero no creo que sea en todos los casos. Yo al mío sí lo humanizo, todo mundo lo sabe, duerme en mi cama, le saco miles de fotos, incluso le hago photoshops, hablo de él como si fuera una persona, le hablo a él como si fuera una persona, lo felicito en su cumpleaños, lo visto cuando tiene frío, no considero que ninguna de las acciones le perjudique. Mi miedo más grande es que llegue a otro hogar por extravío y no lo traten como lo he habituado”.

Ana Cruces no tiene hijos pero no puede afirmar si los tendrá o no. Asegura que los perrhijos y los hijos son dos cosas diferentes. “La similitud es que es una relación dependiente donde uno se responsabiliza del otro y hay intercambio de cariño (sí, creo que mi perrhijo me quiere). Pero por supuesto que no creo que sea exactamente igual, por respeto a mi madre y a mis conocidos que son papás de verdad y me queda claro que el trabajo que representa no podría ser comparable. Nanchito no me va a durar toda la vida y un hijo suele durar hasta el momento de la muerte de uno”, opina.


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