Gloria Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Homún, Yucatán
Sábado 10 de marzo, 2018

Desde una de las esquinas del pueblo maya de Homún, Santiago Aké invita a los turistas a recorrer en su mototaxi la ruta de los cenotes. Hay aquí más de trescientos, 16 adaptados para el turismo. Los más concurridos son Tza Ujun Kat, frente al cementerio del pueblo, Santa Rosa, Santa María, Yaxbakaltún y Balmil. Por las veredas para llegar a los cenotes sobresale el henequén, conocido en otras épocas como el oro verde de la Península de Yucatán, cuya explotación produjo enormes riquezas a los hacendados. Más de un siglo después, otra amenaza se cierne sobre este paraíso acuático: una mega granja porcícola con más de 49 mil cerdos que contaminarán las aguas y el aire, alejando el turismo y atrayendo las enfermedades.

“Si la abren ya no vendrá la gente y cientos de familias nos quedaremos sin fuente de trabajo”, lamenta Santiago, quien afirma que la granja se empezó a construir con engaños. “Empezaron primero a levantar el camino y creímos que era una carretera para Chetumal. Ya luego nos dimos cuenta de qué se trataba. Nunca nos preguntaron si queríamos o no. Nomás le dieron los permisos a la empresa y se vendió la tierra sin consultar al pueblo”, lamenta el guía local, quien se gana la vida llevando a los turistas a las modestas instalaciones que se edificaron alrededor de los cenotes para hacerlos más accesibles.

Eduardo Adolfo Batllori Sampedro, titular de la Secretaría de Desarrollo Urbano y Medio Ambiente (Seduma), firmó en 2013 el decreto 117 que establece como Área Natural Protegida la Reserva Estatal Geohidrológica del Anillo de Cenotes, donde está Homún. Este mismo funcionario es el que aprobó después el Manifiesto de Impacto Ambiental (MIA) para que opere la granja de cerdos de la empresa Producción Alimentaria y Porcícola (PAPO).

Poco a poco los pobladores de Homún cayeron en la cuenta de las implicaciones que traería la granja no sólo para el turismo local, sino en la salud de sus familias. Y empezaron a organizarse para evitar que se abra, pues ya casi termina su construcción. En octubre del 2017 organizaron su propia consulta, ya que el gobierno del estado contravino su derecho a la misma. El resultado fue que la mayoría dijo “No”. Se lo notificaron a las autoridades, pero hasta la fecha continúan sin darles respuesta satisfactoria, por lo que el pasado 3 de marzo se movilizaron en Mérida junto a otros sectores de la sociedad para rechazar la granja y exigir respeto para su pueblo.

Santiago conduce a Ojarasca al cenote Yaxbakaltún, en las afueras del pueblo, uno de los más grandes del anillo. Más de la mitad de su bóveda se ha desplomado, por lo que es amplia la vista hacia abajo. Una escalera rústica conduce al interior y no hay más. El turismo puede disfrutar de las aguas cristalinas cuidadas por los pobladores como la vida misma. No hay basura ni nada que le genere en los alrededores y el silencio al fondo es casi total.

La empresa “ha venido a dividir a la población”, cuenta Santiago. “En diciembre hasta juguetes regalaron. Y en semanas recientes trajeron un médico que cobra a 20 pesos la consulta con todo y medicinas. Así quieren comprar a la gente, írsela ganando, pero la verdad es que nosotros no queremos la granja. Dicen que va a traer empleos y progreso, pero eso no es cierto, porque quieren explotarnos como trabajadores, cuando nosotros vivimos de otras maneras. Y si nos dejamos nos vamos a quedar sin trabajo y sin las fuentes de agua”.

Los que rechazan la granja conformaron la asociación maya Ka’anan Ts’onot (Guardianes de los Cenotes) para su defensa e iniciaron la batalla jurídica. “Hasta que no se acaben todos los amparos y sentencias firmes, tenemos la promesa de la empresa Kekén que no va a meter ni un cochino en esos galerones. Por eso ni han terminado de construir”, indicó la cooperativa en un comunicado.

El pueblo, en efecto, no fue consultado, pues el gobierno no los reconoció como comunidad indígena, a pesar de que la Comisión Nacional Para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, dependencia gubernamental, sí los contempla. Una irregularidad más fue que el MIA, presentado por la empresa y aprobado por Seduma, fue encargado a la dentista Rosario Alamilla Sanguino, quien no acredita conocimientos en materia ambiental.

Durante la manifestación del pasado 3 de marzo, convocada por colectivos artísticos y que aglutinó a diversos sectores de la sociedad civil yucateca, el abogado Jorge Fernández, del equipo Indignación, lanzó las siguientes preguntas: ¿Por qué una Manifestación de Impacto Ambiental para la viabilidad de una granja de cerdos la firma una odontóloga? ¿Por qué el gobierno del estado omite que Homún es un pueblo indígena? ¿Por qué se omitió la consulta para preguntarle a la población si querían una granja en su territorio? ¿Por qué a pesar de la evidencia de las violaciones medioambientales y al pueblo maya, los jueces no han emitido una suspensión? ¿Por qué el gobierno sigue apostando por un modelo de desarrollo que únicamente se ve a las comunidades como mano de obra barata? ¿Por qué no hay modelos de desarrollo que surjan a partir de las necesidades, visión cultural, práctica e historia de las comunidades? ¿Por qué siempre tienen que ser los mismos los que se lleven las ganancias?

Fernández advirtió sobre la nueva amenaza que se avizora en estos pueblos: la construcción de parques eólicos que atentarán contra el territorio y el medio ambiente, al igual que la siembra de cultivos transgénicos que continúa en las tierras mayas.

Los empresarios mienten, señalan los integrantes de Ka’anan Ts’onot, “pues nosotros no contaminamos más con nuestras propias granjas de cochinos”. En primer lugar, dicen, porque “no tenemos granjas de cochinos y, si lo van a decir, que lo demuestren”. En efecto, un recorrido en la mototaxi de Santiago permite ver los cascarones de pequeñas granjas de puercos que antes habitaban en los traspatios. Nunca un proyecto de las proporciones de la granja que pretenden abrir y que, de acuerdo al estudio ambiental presentado por el doctor en Ingeniería Opción Ambiental, Virgilio René Góngora Echeverría, tiene un alto potencial contaminante, debido a la gran densidad de fisuras y conductos de disolución que se encuentran en el subsuelo y que permiten la infiltración de todo tipo de aguas con mucha facilidad.

“Esto no se acaba”, advierte Ka’anan Ts’onot. “De por sí vamos a encontrar el camino para cuidar y defender al pueblo y sus cenotes”. Y Santiago lo confirma mientras se aleja en su mototaxi, en espera de la temporada alta de Semana Santa que atrae a cientos de turistas a la zona, tantos que “apenas nos damos abasto”.


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