No puede haber paz con opresión: Tawakkol Karman

La ganadora del Nobel usa su voz para luchar por la libertad y la igualdad en el mundo
Foto: Enrique Osorno

Ataviada con un hijab que deja descubierto su rostro, Tawakkol Karman no duda en rememorar enérgicamente la consigna con la que encabezó la lucha en su natal Yemen: “Paz no sólo significa que no haya guerra, también es que no haya más opresión humana”. Y a ocho años de haber recibido el Premio Nobel por su trabajo de resistencia pacífica y de apoyo a las mujeres durante la Primavera Árabe, la activista usa su recién ganada fama para darle voz a todos los que luchan por la libertad y la igualdad en el mundo, sin importar religión, género o raza.

“Yo lucho por acabar con el odio y por promover un mundo en el que todos podamos convivir pacíficamente, respetando nuestras decisiones”, asegura la laureada antes de añadir que, contrario a lo que la gente cree, su fe islámica y su género no le impiden llevar a cabo su trabajo.

En el marco de la 17 Cumbre Mundial de los Premios Nobel de la Paz, y como parte de la cobertura del encuentro, La Jornada Maya tuvo la oportunidad de conversar con la galardonada sobre su labor en Medio Oriente y sobre lo que significa ser una mujer musulmana que alza la voz tanto en Oriente como en Occidente.

HC: ¿Cómo ha afectado a tu trabajo como activista en occidente el hecho de que eres una mujer musulmana que usa un hijab?

TK: Mi hijab es una decisión personal, no afecta a mi trabajo; pienso que de cierta manera genera respeto en las personas que empiezan a conocer mis luchas. 

Además, creo fervientemente que cualquier mujer, y de hecho cualquier ser humano, tiene el derecho de usar lo que quiera. Nadie debería forzar a las mujeres a usar un hijab o quitárselo; es un derecho poder elegir la forma en que queremos vestirnos y presentarnos ante el mundo.

Lo que tenemos que hacer como sociedad es no aceptar y denunciar cualquier forma de racismo. La discriminación en occidente no sólo se da en contra de las mujeres que usan el velo islámico; esa es una de sus manifestaciones, también hay rechazo contra las minorías, los colores de la piel, las religiones, y muchas otras características más.

En mi papel como activista yo lucho por acabar con el odio y por promover un mundo en el que todos podamos convivir pacíficamente, respetando nuestras decisiones.

 

Vienes de un país con una fuerte tradición islámica y conservadora. ¿Cómo ven ahí un programa político de liberación encabezado por una mujer?

Mira, el islam, en sus fundamentos, no tiene nada en contra de los derechos humanos, la democracia y las mujeres; es sólo una religión. 

Creo que como cualquier otra fe, ya sea budismo, judaísmo o cristianismo, el islam fundamentalmente respeta los valores humanos, ya sea el derecho a la democracia, la igualdad, la libertad o la dignidad. El problema del radicalismo no viene de los textos sagrados, sino de la gente “religiosa” que los interpreta de la peor manera.

El cristianismo sufrió mucho por esto en la Edad Media, y aún hoy en día hay gente que se creen los enviados de Dios y practican mal la religión.

Lo mismo pasa con nuestro islam, pues tenemos una gran cantidad de extremistas que quieren promover como “la única verdad” lo que ellos interpretan de los textos sagrados y tratan de hacer a todos seguir reglas equivocadas, argumentando que tienen un conocimiento divino. 

 

Entonces, ¿encabezas una revolución política pero también una religiosa?

Parte de mi trabajo como activista es oponerme a los extremistas islámicos y decirles que se callen. Nuestra revolución también fue contra ellos, pero sólo pudimos hacerles frente y no dejarnos convencer con sus ideas porque conocemos el islam y sus verdaderos fundamentos democráticos.

La gente debe saber que muchos fundamentalistas islámicos tienen una relación muy cercana con los dictadores de la región, quienes los usan para mantener a la gente a raya. No sólo es un problema para las mujeres, también para muchos hombres. 

Por ejemplo, estos religiosos aseguran que protestar es haram, prohibido por el Corán, pero lo que realmente buscan es evitar las demostraciones en contra de los que ostentan el poder y que la gente siga obedeciendo ciegamente. “Lo dice la religión”, aseguran falsamente.

Creánme, el islam no está en contra de ningún derecho. Los únicos que afirman eso son los dictadores que buscan aprovecharse de la religión. 

 

¿Cómo cambiar la percepción que occidente tiene sobre el islam y la violencia?

Primero hay que aceptar que todas las religiones apoyan a la democracias y a los derechos humanos. 

La gente, en todas partes, tiene que entender que el extremismo religioso es un gran problema, pues su batalla no sólo es en contra de nosotros, los activistas locales, sino también en contra de Occidente. Ellos difaman a todo lo que representa un peligro para su influencia, incluidos nosotros y los valores occidentales.

Todos los luchadores sociales, intelectuales y promotores de los derechos humanos debemos unirnos para hacer frente a este segmento extremo dentro de la comunidad musulmana; debemos dar a conocer los peligros que representan para la sociedad a quienes se sienten atraídos por su discurso y debemos dar voz a los religiosos moderados, a aquellos que apoyan a la democracia y a la libertad, a aquellos que creen en la igualdad de oportunidades para todos sin importar su género, religión o raza. 

Lo que vivimos en Medio Oriente no es una batalla entre el islam y Occidente, sino una batalla entre la gente que busca una verdadera libertad y aquellos que promueven la opresión y la discriminación.

En esta lucha necesitamos mucho el apoyo de todos, en todas partes. Además, vivimos en pleno siglo XXI, la época de la intransigencia social y política ya acabó. Ahora le toca tomar el poder a los jóvenes, la nueva generación que cree en la igualdad, en la tolerancia y en una nueva identidad que no toma en cuenta credos, razas o identidades: “la ciudadanía global.”


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