Hugo Castillo
Foto: Daniel Vera
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 23 de septiembre, 2019

En 1997, el Comité del Nobel noruego le otorgó a Jody Williams el máximo galardón de la paz por su trabajo para lograr la prohibición del uso de las minas antipersona, consideradas mundialmente, en su momento, como una de las armas más temibles en la historia de la guerra. Williams encabezó una iniciativa global que en menos de cinco años cumplió su cometido: un tratado para acabar con su uso, apoyado por Naciones Unidas y firmado por 164 países.

Sin demeritar los alcances de su premio, la activista estadunidense afirma que su lucha no termina, pues día con día surgen nuevas amenazas para la concordia global.

En el marco de la 17 Cumbre Mundial de Premios Nobel de la Paz, que se llevó a cabo en la ciudad de Mérida, La Jornada Maya platicó con la laureada acerca del pasado de la guerra, pero también de las futuras amenazas que se ciernen sobre la humanidad.

Hugo Castillo: Lograr la prohibición global de un tipo de armas, en este caso las minas antipersona, es un reto inmenso. ¿Cómo se empieza una lucha de tal magnitud?

Jody Williams: Mi interés por las minas antipersona empezó durante la última etapa de la Guerra Fría, cuando muchos países que antes estaban cerrados al exterior empezaron a abrirse. A áreas en conflicto, como Camboya, Angola y Mozambique, llegaron miles de reporteros que pronto descubrieron el peligro que presentaban este tipo de armas, pues cuando los soldados acaban la guerra y se van se llevan sus rifles y aviones, pero las minas se quedan por doquier; en los campos, a las orillas de los ríos, donde las mujeres lavan su ropa, etcétera.

Ante esta amenaza, un par de ONG’s me invitaron a crear una coalición mundial que lograra instaurar un proyecto para prohibir globalmente el uso de minas antipersonas.

En ese momento pensé, ¿por qué no tratar de lograrlo?

Entonces no creía que lograríamos conseguir un tratado mundial en menos de cinco años; yo sólo pensé que la iniciativa serviría como una plataforma para ayudar a los sobrevivientes de este tipo de armas y que tal vez lograríamos que algunos países prohibieran su uso.

Pero, en poco tiempo, pasamos de las dos organizaciones originales, y de un staff de uno (yo misma), a una iniciativa que engloba a mil 300 organismos en más de 80 países unidos en su lucha para lograr que los gobiernos prohibieran las minas.

Mi experiencia me ha enseñado que cuando la gente se une y colabora, trabaja en conjunto por una meta en común, puede cambiar el mundo. No se trata de magia, sino de creer en algo, sentir pasión y levantarse a pelear por ello.

-Pero, a pesar del éxito de la campaña para prohibir las minas, siempre habrán nuevas amenazas militares ¿cierto?

-El secretario general de la ONU recientemente dijo que los tres principales peligros que enfrenta la humanidad son el cambio climático, por supuesto; las armas nucleares y la inteligencia artificial, incluyendo las armas autónomas, es decir, robots asesinos.

Sabemos que en el caso de los drones estos aún necesitan un “manejador” que tome la decisión de asesinar a alguien durante su misión; pero ahora los gobiernos están tratando de eliminar la parte humana del proceso, creando nuevas máquinas autónomas que estarán a cargo de toda la misión y serán las que tomen la elección al momento de acabar con la vida de un objetivo.

Es una idea horrible y aterrorizante que se está gestando en este momento, pero pienso que la peor parte es que creemos que es correcto ceder el poder de elegir si una persona vive o muere a una máquina; la premisa es simplemente asquerosa.

Tomando como base la campaña que logró prohibir las minas antipersonas, ahora estamos trabajando para lograr que los gobiernos prohíban lo que llamamos “armamento de tercera generación”.

A lo que me refiero es que hay que seguir trabajando para deshacernos de todas estas terribles iniciativas que continúan apareciendo en todo el mundo; ahora quieren crear nanobots, del tamaño de mosquito, para acabar de forma rápida con la vida de las personas. Ya existen, y son terribles. Nosotros, unidos como sociedad, somos los únicos que podemos hacer frente a estos peligros.

-Obtener un premio Nobel es un gran éxito y un gran reconocimiento para lo logrado por usted y su organización, pero el trabajo por la paz y el desarme no termina ahí, ¿qué pasa después?

-La campaña para la prohibición de las minas fue asombrosa porque logró mucho en poco tiempo y enseñó que la gente ordinaria tiene la responsabilidad de tomar acción cuando algo es incorrecto, que no tenemos que esperar a que el gobierno haga algo o que nos dé permiso para actuar. No se necesita permiso de nadie para hacer algo por el bien común y ayudar al otro, incluido aquél que no me agrada.

Por supuesto que un premio no erradica el problema, pero se trata del inicio de un cambio social más grande. El galardón se convierte en una poderosa herramienta para hacer frente a los gobiernos, obligarlos a apoyar ciertas iniciativas y a estigmatizar a quienes se opongan.

-El principal rol de cualquier galardonado con el Nobel es el activismo, pero el premio también conlleva una dosis de fama. ¿Cómo balancea su lucha con la necesidad de convertirse en una figura más en el juego político?

-Pienso que la fama que llega con el galardón es genial.

Al principio, cuando recién obtuve el galardón en 1997, me la pase mal porque yo soy una persona introvertida. Pero eso no significaba que no tuviera que cumplir mi rol como vocera y líder social, porque cuando te vuelves premiada la atención empieza a centrarse en ti, la gente empieza a hacerte todo tipo de preguntas.

Mi amigo Desmond Tutu alguna vez me dijo: “Sabes, antes hablábamos y hablábamos y nadie nos escuchaba, pero ahora que nos llegó el Nobel, todo lo que decimos se convierte en una perla de sabiduría para la gente”. Es una locura y la atención puede llegar a ser estresante, porque la gente se te acerca pidiendo toda clase de información y cuando no tienes una respuesta te dan ganas de llorar.

Pero el galardón también viene con muchos beneficios positivos. Un ejemplo de estos es la Iniciativa de Mujeres Nobel, de la cual soy presidente, que lanzamos en 2006. Amo el trabajo que hacemos en ella, porque compartimos el acceso e influencia que tenemos las laureadas con organizaciones locales de mujeres en zonas de guerra, para lograr crear comunidades con más paz, justicia y equidad. Con este tipo de programas siento que estoy compartiendo mi premio con muchas más personas.

Siendo una activista estadunidense, laureada por su lucha en favor del desarme mundial, ¿qué piensa de Donald Trump y su política belicista?

-Creo que Donald Trump es uno de los hombres más peligrosos del mundo, es una crisis en sí mismo. No sólo está destruyendo las bases de la democracia en los Estados Unidos, sino que mientras lo hace ha empoderado a los racistas y xenófobos del país, quienes ahora sienten que tienen la libertad de expresar sus ideas libremente.

Antes de él la sociedad estadunidense luchaba por mantener a raya esos discursos, pero gracias a él la xenofobia y el odio explotaron. El principal ejemplo de esto es su estúpido muro, para el que tuvo que tomar dinero del presupuesto militar porque el Congreso no aprobó los fondos requeridos en su construcción.

Lo peor es que no sólo está destruyendo a los Estados Unidos. Se supone que el país debería ser el gran líder mundial, pero al deshacerse de las leyes de protección ambiental, atacar a las minorías y promover discursos de odio, está empoderando a dictadores y malos gobernantes en todo el mundo, sólo mira al idiota en Brasil y la crisis en el Amazonas.

Es muy doloroso ver a mi país destruirse, pero es peor ver el mensaje que mandamos al resto del mundo; ¿qué pasó con el ‘Dios Bendiga a América’, la tierra del libre y del valiente y todas esas estupideces?


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