Texto y foto: Gina Fierro
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Miércoles 26 de junio, 2019

“Yo veía los carteles en los camiones, veía los anuncios pegados en el transporte de mi pueblo, Hocabá”, así cuenta Yliana Vargues que se enteró sobre la oferta de trabajo que ofrecía la empresa exportadora Ganso Azul, donde labora desde hace siete años.

A sus 46 años de edad, la mujer cuenta que toda su vida laboral la ha dedicado a la industria de exportación. “Empecé a los 17, cuando salí de la secundaria operé mi primera máquina”.

“En mi primer trabajo pegaba elásticos a los brasieres, me enseñaron a costurar, a manejar las máquinas, a enhebrar, y todos los procesos”.

Como adolescente, no le resultó sencillo incorporarse al medio laboral “a esa edad, la gente cree que eres irresponsable, pero yo desde el día que decidí trabajar, hasta ahora, soy responsable en mi trabajo. Se aprende en casa”.

Mientras que en su familia, la decisión de abandonar la escuela y encontrar un trabajo a corta edad no fue del agrado de su padre, “a él no le gustaba que trabajara porque no había cumplido la mayoría de edad”.

Su padre, ya fallecido, era herrero y trabajaba por su cuenta, “hacía todo los trabajos para chapear. Su taller sigue en mi casa, ahí se quedaron sus cosas, porque ninguno de mis hermanos aprendió”.

Recuerda que en algún momento le pidió a su padre que le enseñara el oficio; sin embargo, las costumbres y los roles entre hombres y mujeres eran tan marcados décadas atrás, que para él la herrería era un oficio sólo para varones, “decía ‘es que es trabajo duro, no puedo dejar que hagas este tipo de labor’”.

La mujer recuerda a un hombre reservado y al mismo tiempo responsable.

“A él no le gustó nunca tener un patrón. Todo el trabajo que hacía lo iba a vender en Motul, trabajaba de lunes a viernes en Hocabá, y sábados y domingos se iba. Decía que vendía bien, sacaba mil 500 pesos en un día, y lo más mal que le iba era vendiendo 800 pesos. Llegaba de Motul con carne, con mucha comida”.

“Era responsable y así nos hizo. Como dicen, depende de los padres, y sí es cierto. Nosotras (las hijas) éramos de esas que no nos dejaban salir, nos decían nueve o 10 de la noche y ya estábamos en nuestra hamaca”.

“Mi mamá hasta ahora es así, y nosotras le decimos ‘mamá ya estamos en otro siglo’ y ella contesta ‘pero son las costumbres’”.

En cuanto a su madre, hay algo que también quiso aprenderle: la lengua maya. “Mi mamá es una persona muy reservada y cuando no quería que nos enteráramos de las cosas, nos hablaba en maya. Y la gente dice ‘¿cómo va a ser posible que no hables maya si eres de Yucatán?’, y yo me digo: pero si no te lo inculcaron, si nunca te hablaron así, cómo lo vas a aprender”.

Su madre es ama de casa y fue su padre la única persona que sostuvo económicamente el hogar, una familia con siete hijos. “En esos tiempos la mujer no podía salir a trabajar y mi papá llevaba toda la casa; mi mamá no salía”.

Bajo el cuidado de unos padres protectores y “muy reservados”, Yliana creció con sus tres hermanos y tres hermanas. Hoy, cuenta que son las mujeres quienes sostienen el hogar, “yo vivo con mi mamá y entre las cuatro mujeres repartimos los gastos, sacamos la cuenta y lo dividimos. Todas trabajamos”.

Yliana reconoce que los tiempos han cambiado y que tanto hombres como mujeres son capaces de desenvolverse en cualquier actividad. “Te das cuenta de que como mujer puedes hacer el trabajo de un hombre. Yo hubiera aprendido lo que mi papá hacía, no es nada complicado”.

“He visto que en mi pueblo ya hay mujeres que están aprendiendo la carpintería, y son cosas que dan gusto”.

La disciplina que aprendió en casa, no sólo la llevó a conseguir la aprobación de su padre para trabajar desde muy joven, sino que le ha permitido a lo largo de su desarrollo laboral, tener una estabilidad y compromiso en cada uno de sus empleos.

[b]Operaria de costura con 30 años de experiencia[/b]

Con casi 30 años de experiencia en el medio, Yliana sabe manipular diversos tipos de máquinas de coser, como rectas, over, de ojal, y planchas. Se trata de un oficio que domina a la perfección.

En Ganso Azul, opera máquinas automáticas y semiautomáticas, “trabajo con una plancha, que es la que pega el pellón, y dependiendo de la tela que pasemos, gradúo la temperatura de la máquina”.

Como operaria, pega los pellones que unen los hombros de las camisas con máquinas de planchar, “predoblo ‘las flechas’ y las otras compañeras lo costuran, lo cierran, hacen un ojal y le pegan un botón”. Al día se producen un promedio de 90 a 100 paquetes, cada uno con 12 pares de piezas.

A su edad, Yliana ya cumple con los requisitos para jubilarse, no obstante, su plan es continuar laborando “porque me gusta mi trabajo, su gente, las instalaciones, las comodidades, y además me siento tranquila y me siento bien con la empresa”.


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