Katia Rejón
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Martes 11 de junio, 2019

En diciembre de 2006, un grupo de amigos salía de una fiesta de XV años en Tekax, Yucatán, un municipio a 112 kilómetros de la capital, que celebraba su fundación con la carrera anual de Chacmultún-Tekax. Eran las cinco de la mañana cuando uno de los jóvenes preguntó si podía correr en la categoría juvenil. Se arremangó el pantalón de mezclilla y la camisa, se quitó los zapatos de vestir para correr descalzo y ganó.

Irving Villa Alonzo tiene 28 años y recuerda ese momento con una sonrisa de orgullo. Es, quizá, el mejor fondista de toda la península a pesar de que las circunstancias le salen siempre al revés: tiene las piernas en arco, un soplo en el corazón y artritis reumatoide desde la secundaria. Atraviesa los obstáculos con habilidad de atleta, y una palabra que podría ser perseverancia o tenacidad, pero él dice: “soy de llevar la contraria”.

Aunque ganó la carrera sin entrenamiento, siempre se le dio el atletismo en la escuela y practicó deportes de contacto. En la primaria le prohibieron hacer deporte porque descubrieron un soplo en su corazón, pero corría “guardado” detrás de una gorra y un suéter.

“Una vez me rompí cuatro dedos del pie y cuando llegó la carrera de la secundaria Juan Pacheco Torres, me corté el yeso y corrí. Gané la carrera pero al otro día mis dedos estaban gigantes”, dice de algo que podría llamarse imprudencia, pero que él llama optimismo.

El mismo año que comenzó a correr formalmente, apenas mes y medio después de su primer triunfo, Irving Villa ganó tres medallas de oro en las estatales, ganó las regionales y calificó para ir a las nacionales en Puebla. Ahí la altura y la falta de práctica lo dejaron en último lugar. Pero no se desanimó.

Es el mayor de tres hermanos. Su mamá trabajó en una fábrica de ropa y su papá (padrastro) es mototaxista. Lo vetaron de la preparatoria cuando estaba por terminarla y, tras una pelea familiar, decidió salirse de casa para cruzar la frontera. Sólo llegó a Playa del Carmen y comenzó a consumir drogas hasta tocar fondo. Volvió a casa de su mamá y a entrenar con Enrique Cerón, el cazador de talentos deportivos de Tekax.

Era su mejor corredor quien quedó en segundo lugar cuando Irving Villa decidió correr trasnochado y sin zapatos. “Ganó y me sorprendió. Le digo: hijo ¿dónde estudias, qué haces?”, recuerda.

[b]El hombre que entrenó para dar medallas[/b]

Enrique Cerón fue quien volvió campeona a Cecilia Dzul al convencerla de entrenar en algo en lo que ni ella sabía que era buena. La conoció antes de que fuera campeona nacional e impusiera un nuevo récord en lanzamiento de bala en el 2011, volviéndose la mejor lanzadora de bala en México. Cerón también fue el primero en decir que José Lino Montes, mejor halterista de Latinoamérica y quinto lugar en los Juegos Olímpicos de Londres, tenía talento para las pesas; y fue entrenador de Ricardo Villa, quien ha participado dos veces en los Juegos Panamericanos y busca ir a los Juegos Olímpicos de Tokio en el 2020.

Enrique Cerón ha encontrado a decenas de talentos yucatecos en el deporte, pero nadie lo ha encontrado a él. Aunque estamos en la Unidad Deportiva Enrique Cerón, esta placa no alcanza para devolverle las medallas que le ha dado a Yucatán a través de sus reclutamientos en Tekax.

Tiene la pinta de cualquier maestro de educación física: tenis, bermuda y un sombrero amplio que le tapa la calvicie. Del cuello le cuelgan unos tenis viejos, del número cero, con pinchos que él mismo cose porque los venden más baratos. Los tenis que alguna vez fueron blancos han pertenecido a cuatro niños, hoy el último dueño estrena un par morado chillón sobre la pista de arena.

Los viejos dan la impresión de que no aguantan ni una puesta, pero Enrique se adelanta a decir que los guardará para alguien más. Todavía no sabe quién, ya lo encontrará.

El día que le dijeron que la Unidad Deportiva donde ha entrenado a cientos de niños y jóvenes llevaría su nombre, Enrique tuvo que estacionarse para llorar.

Entrena desde hace 29 años y tiene fotos grupales de todas las generaciones, en su celular: “Esta foto es de 1995, entrené al hijo de este muchacho. Ésta niña se casó con éste varón. Éste es entrenador, lo vemos en las nacionales. Éste, maestro de educación física. Éste es doctor, ella nos ayuda en rehabilitación, éste nutriólogo. Éstos viven en Portland y son quienes nos consiguen los tenis”, recita.

Está seguro que el deporte cambia vidas. ¿Por qué otra cosa se dedicaría a ir a escuelas y desfiles a detectar “la próxima camada” de deportistas? ¿Por qué iría a buscar hasta su casa a niños para llevarlos a entrenar todos los días?

“Y eso le pasó a Irving. Era un muchacho rebelde, al pasar a la prepa se descarriló. Al siguiente año, empezó a entrenar con mi hijo y ahora está considerado como uno de los mejores fondistas de la península”, explica.

[b]El tekaxeño que le ganó a un keniano[/b]

Irving Villa estaba en el mercado haciendo las compras con su mamá cuando un señor se acercó a ella para decirle que su hijo había salido en el periódico. Doña Carolina se volteó para darle una cachetada y correrlo de su casa: le había dicho que un disgusto más y se iba.

El joven que había estado en la comandancia más de 15 veces, el nini, al que acorreteaban los malandros, el que se caía de borracho años atrás, estaba en el pódium con las manos alzadas: segundo lugar en una carrera de fondo de 10 kilómetros. Doña Carolina no lo podía creer.

“Crecimos en un ambiente en el que dormíamos sin comer muchas veces, me hacían bullying y para sobrevivir tienes que marcar tu carácter fuerte. En el barrio donde viví la droga era como pan caliente, uno tenía que ser rudo para no dejarse. Le eché ganas porque vi en el atletismo una forma de mostrarle a la gente que no era una mala persona”, dice.

Irving impuso el récord yucateco en mil 500 planos y batió el récord de la carrera Uxmal-Muna luego de 26 años. Pero antes de todas sus medallas, antes de sus marcas legendarias, Irving Villa es “el tekaxeño que le ganó a un keniano”. O mejor: el primer tekaxeño en ganar la carrera de 10 kilómetros Chacmultún-Tekax en toda la historia.

Desde que era niño la carrera pasa por su calle y, por alguna razón, convoca a personas de otras partes del mundo, sobre todo de Kenia, país del este africano. Los lugareños dicen que es una carrera que siempre ganan los kenianos y él desde chico lo sabía.

Será la primera vez (de dos veces) que a Irving se le mojan los ojos durante la entrevista. Recuerda que a la mitad de la carrera en el 2014, Paul Wachira, el keniano que llegó un segundo después de él, se veía rezagado.

“Yo sabía que al entrar a la ciudad el golpe motivacional iba a ser para mí: toda la recta hasta llegar a la meta es la calle donde vive mi familia”, recuerda.

En el siguiente video se ve a Irving Villa corriendo detrás de Paul Wachira. En el último metro antes de llegar a la meta, pasan por un paso peatonal y ahí Villa toma la delantera y atraviesa.



“Escuchaba su respiración, la mía, los dos estábamos mal. Fue extremadamente emocionante porque logré abrir al final y toda la gente gritó. Mi entrenador tiró su sombrero, la gente fue un caos. Me levanté y caminé a la iglesia que estaba cerca. Me hinqué porque era un sueño hecho realidad”, relata.

[b]Los atletas que no llegan a la meta[/b]

La segunda vez que a Irving se le pone la cara roja y los ojos rasgados como dos peces negros en una pecera, será cuando recuerde que pudo llegar más lejos. Le ofrecieron cuatro veces un lugar en la primera fuerza en la Ciudad de México, pero era menor de edad y su mamá no le daba permiso. Cuando cumplió 18 le hicieron la última oferta, Irving Villa había aceptado, por fin, pero recibió un mensaje de su novia: iba a ser papá.

“Sé lo que es vivir sin papá, así que le di muchas gracias al maestro. No sé si era el destino, pero no se me hizo y no se me va a hacer. No llegué a un Panamericano o un Juego Olímpico, pero he dado la cara por Yucatán”, dice con pausas.

Tiene un par de gemelos de nueve años, quienes van a entrenar con él, y otro más de tres años que ama el fútbol como su mamá, María José Peña Uh. Les da un buen ejemplo para que no cometan los errores que él cometió y les aconseja: “En el deporte no se perdona, lo que no hagas hoy no lo vas a recuperar. Si hubiera comenzado antes y hubiera sido disciplinado, hubiera llegado más lejos”.

La falta de apoyo de los padres a los hijos es uno de los mayores obstáculos por los que pasan los deportistas en Tekax, según platica el entrenador Enrique Cerón. Por ejemplo, está el caso de Angelito: el niño tekaxeño que corrió sin zapatos cuya historia, espejo de la de Irving, fue recogida por periódicos internacionales y viralizada.

Irving Villa fue quien le dijo: sí puedes, cuando Angelito se acercó para preguntar si podía competir sin zapatos y sin uniforme. La promesa de un nuevo tesoro en el atletismo se truncó cuando, tras intentarlo varias veces, Enrique Cerón no consiguió que siguiera entrenando.

El gobierno tampoco apoya lo suficiente a los deportistas que representan a Yucatán a nivel internacional. Jóvenes como Jairo Espinoza Ávalos de Oxkutzcab, campeón nacional de bala y disco, no recibe apoyo o beca gubernamental para viajar a competencias o continuar sus entrenamientos.

El director del Instituto del Deporte de Yucatán (IDEY), Carlos Sáenz Castillo, el mismo que se fotografía con los campeones en las carreras, fue señalado por varios deportistas por retirar las becas en esta administración. Villa contaba con esta beca de 800 pesos mensuales y ahora no la tiene.

La Unidad Deportiva Enrique Cerón la coordina Irving Villa y dice que el alcalde de Tekax sí le pone ganas a darle mantenimiento a las instalaciones y recuperar las áreas verdes. “Hace lo que puede, pero necesitamos más apoyo estatal”, opina.

[b]La última vuelta[/b]

Cada vez que corre piensa en el dolor que le causa correr, en que es la última vez que lo hace, pero cuando llega a la meta piensa en cuándo será la próxima vez que corra. Termina la vuelta y se dobla cuando llega al final. Del otro lado de la cancha, una niña amenaza con vomitar. No es fácil ser atleta, había dicho antes, y acá está la prueba.

Irving Villa está en su moto recorriendo el centro de Tekax con casas bajitas que dejan ver las montañas encerrando el paisaje. Saluda a todo el mundo mientras dice: él es atleta, él hace montañismo, con él corrí. Todo el mundo en Tekax parece tener habilidad física envidiable.

“Sé que el cuerpo no va a soportar toda la vida, soy realista y es un milagro que siga. Pero aunque me corten una pierna, como me dijeron cuando me caí de la moto una vez, me pondría una prótesis y seguiría. Me gusta mucho el deporte”, dice para terminar con una frase sencilla y pequeña, como si no hubiera llorado, ni pensado en cada una de las cinco vueltas de su entrenamiento: es la última vez que corro.


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