María Briceño
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Lunes 29 de abril, 2019
Doña María Jesús Quintal Martínez cumplió 100 años el pasado 17 de abril. Después de tener por parto natural a 11 hijos que dieron vida a 36 nietos y 41 bisnietos, goza de un buen estado de salud. Escucha y platica a la perfección, puede bañarse sola y atiende religiosamente a Tito, un loro que, según su familia, tiene más de 20 años.
Para festejar los 100 años de su nacimiento, su familia ha organizado un festejo en el que asistieron todos sus descendientes: “Después de la fiesta, pues quién sabe, a lo mejor viajo, sólo Dios lo sabe. Estoy tranquila, sólo le ruego a Dios que me regale días y lo que él ordene”, vira a ver al cielo y levanta sus manos con resignación.
Sus uñas, que fueron pintadas por una de sus hijas, combinan con su cabello cano que sostiene una peineta. Afuera, en el cálido asfalto de Mérida hay 39 grados, pero a Doña María no le afecta, luce fresca con una bata ligera a cuadros. En la sala se encuentra una cartulina blanca en donde están escritas las pastillas que tiene que tomar. Sentada en una silla de ruedas, relata un poco del pasar de los años y anuncia que tendrá una fiesta con motivo a su centenario.
“Éramos muy pobres, sólo pude estudiar el primer año de primaria, mi mamá quedó viuda joven, mi papá era español y estuvo en la guerra, vino de España a la Ciudad de México y de ahí vino a Mérida. Trabajaba en el ferrocarril y se enamoró de mi mamá, que vendía panuchos en la estación de Chocholá”.
No hubo tiempo para estudiar, a los siete años tuvo que dejar la primaria debido a que su papá había fallecido y tenía que ayudar a su mamá a sostener la casa. Aprendió a “tortear” para vender tortillas en el “mercado grande”, aprendió también a cocinar guisos yucatecos: puchero, albóndigas, pipián, frijol con puerco. También repartía la comida y tortilla entre los vecinos del barrio. “Hasta me quemaba las manos mi mamá para que yo aprenda a virar la tortilla en el comal”.
Su único esposo fue el señor Pedro Solís Quintal, quien falleció hace más de 10 años. Tuvo a su primer hijo a los 14 años, y de los 11 hijos ya fallecieron dos. Al preguntarle por sus nietos, ella responde: “Pues, tengo muy pocos nietos”, pero su hija presente reafirma que tiene 36 nietos. Doña María sonríe apenada y deja ver su diente de oro.
Conoció a su esposo en una vaquería, “lo conocí en las vaquerías que hacían en los pueblos y nos invitaban, en Chocholá y Maxcanú. Cada semana íbamos, las mujeres llevábamos a nuestra mamá, no podíamos ir solas. Me sacó a bailar y a él le gustaba bailar”. Él tenía 17 años y ella apenas 13. Después de tres años de noviazgo se casaron por la iglesia con un vestido blanco que le costuró su madrina.
Su esposo trabajaba en el mercado y vendía carne de puerco en una mesa, doña María se levantaba desde las cuatro de la mañana para preparar morcilla, higadilla, chicharra, longaniza, entre otros platillos.
Recuerda que a mano lavaba la ropa de nueve hijos, “no como ahora, todo en lavadora”, y cocinaba con leña.
Cuando su esposo tenía 50 años, sufrió una embolia y falleció. Doña María tuvo que criar a sus hijos con una carnicería en el sur de la ciudad, ella despachaba, rejalaba y pesaba la carne. Junto con su hija, subían a un camión para ir a buscar la carne.
Casi todos sus hijos cuentan con una carrera: Un guía turístico, un maestro, una maestra jubilada, un contador, administrador de empresas, entre otros.
Para su cuidado, sus hijos se dividen los fines de semana y durante la semana tienen a una persona encargada para su cuidado. Pero quien siempre está ahí es Tito, un loro verde frentirojo que es atendido con esmero, come “lo que haya, pan mojado de leche, semillas”.
Los años le han dejado a Doña María algunas mañas, como guardar todas sus cosas bajo llave. Así se encuentran también sus recuerdos, como sus fotografías. También mantiene a su lado una bolsa con artículos personales.
[b]Una Mérida diferente[/b]
“La ciudad ha cambiado bastante, no como cuando yo conocí. Todo el rastro era monte, nada más en la esquina de la Gatita Blanca pasaba el camión, por acá no había movimiento. Todos veníamos caminando hasta San Sebastián”.
Doña María recuerda que en su juventud las mujeres en Mérida sólo podían usar vestidos largos, “no como se usa ahora”, dice. Al contrario de las historias de muchas mujeres de su generación, doña María dice que no le tocó ser discriminada por ser mujer, ni haber sufrido de machismo.
Adjudica su longeva edad a que no tiene vicios, “si uno no tiene vicios, respeta a su marido, no dar problemas para que los años duren. No cambiaría nada de mi vida” confiesa.
[b]Conmemorando un centenario[/b]
Ayer se festejó el cumpleaños número 100 de Doña María, asistieron hijos, nietos y bisnietos. A las dos de la tarde llegó el mariachi para cantarle las mañanitas y fueron servidos tacos de cochinita, todos los invitados pasaron a tomarse una foto con la festejada y cortaron el pastel decorado con el número 100.
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