Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 9 de octubre, 2017

Hoy se cumplen 50 años de la ejecución de Ernesto [i]Che[/i] Guevara, en Bolivia. Medio siglo de la desaparición de una de las grandes figuras de la revolución cubana y símbolo que ha pasado a representar prácticamente todos los movimientos guerrilleros en América Latina. Desde hace cinco décadas, los intentos por dar mayor lustre a su figura o, por el contrario, de desmitificarla, han sido constantes.

El [i]Che[/i], contra lo que se pudiera pensar, está presente en la vida cotidiana y sigue generando polémica. Desde haberle impuesto su nombre al auditorio Justo Sierra de la UNAM, que a fin de cuentas ha terminado por ser el nombre consuetudinario, hasta la reducción a mercancías simples como camisetas y tazas de café con la silueta de su busto, reproducida de la famosa fotografía que le tomó Alberto Korda mientras miraba el cortejo fúnebre de los muertos en el atentado al barco La Coubre, el 5 de marzo de 1960. Entre hagiógrafos y desmitificadores, el médico de origen argentino, sigue siendo motivo de admiración, de odios y de análisis.

[b]La muerte de un guerrillero[/b]

Es el mediodía del 8 de octubre de 1967. Se registra un combate y persecución contra lo que queda de la guerrilla encabezada por Ernesto Che Guevara. 17 hombres de los 50 que iniciaron las acciones. Se encuentran cerca de La Higuera, un poblado en el centro de Bolivia, pero que aun hoy es como si se estuviera en medio de la nada. Está a 60 kilómetros de la provincia de Vallegrande, pero se recorren en dos horas por la infinidad de curvas cerradas, lo estrecho e irregular del camino. Ahí han llegado elementos del 2º Batallón Ranger del Ejército Boliviano, con tres cautivos, uno de ellos, el comandante Guevara, que es conducido amarrado de las manos y herido en una pantorrilla. A las 23 horas el comando de las fuerzas armadas envía al comandante Zenteno un mensaje: “Orden presidente Fernando 700”, la clave para ejecutar al Che, con autorización del presidente René Barrientos.

El 9 de octubre, a las 6:30 horas, llegó a La Higuera el comandante Zenteno, acompañado por Félix Rodríguez, agente de la CIA. Éste se tomará una foto junto al Che, quien para entonces es ya la imagen de la derrota. Luego, se designa al soldado Mario Terán para realizar la ejecución. A las 13 horas se escuchan las últimas palabras del guerrillero, pero nadie parece ponerse de acuerdo: “Tira, cobarde, que vas a matar a un hombre”, “Es mejor así”, o “¡Dispara ya!”; “¡Dispara, huevón!” o “¡Dispara, boludo!”. Si dijo “sólo vas a matar a un hombre”, suena a heroísmo pero… pero también es posible. Cuando se atraviesa el calvario de esperar el momento para ser ejecutado, todo puede decirse.

[b]Instrucciones para crear un mito[/b]

Es posible culpar a las imágenes de fomentar una especie de culto por el Che. Por supuesto, si entre las fotografías del cadáver que consiguieron tomar Freddy Alborta y Enrique González, el rostro aparece con los ojos abiertos y el rictus de la boca asemeja una sonrisa, dejar de pensar en la iconografía católica y en los pasajes de los evangelios referentes a la pasión y muerte de Jesús se vuelve prácticamente imposible.

No es sólo el rostro; son los cabellos largos y la barba hirsuta, es el jefe militar introduciendo un dedo en una de las llagas del pecho, lo que conduce a pensar que aún entre los enemigos existía admiración por el Che.

Por supuesto, no existe algo llamado “El Evangelio de Ernesto Guevara”, pero las frases que se le atribuyen tienen cierto aire de máximas éticas, de principios religiosos: “Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro”, “Podrán morir las personas, pero jamás sus ideas”, “Si fuéramos capaces de unirnos, qué hermoso y cercano sería el futuro”, “Seamos realistas, hagamos lo imposible”, “Hacer es el mejor modo de decir”. Palabras que constituyen, más que nada, un código de ética del rebelde.

¿Cómo no terminar siendo un símbolo, cuando las posesiones que el comandante llevaba al momento de su captura, terminaron repartidas entre los participantes? Sus armas, el reloj Rolex Oyster Perpetual, de acero inoxidable, y otros que terminaron siendo más preciados, como la libreta y la agenda que terminaron conociéndose como el “diario”, y hoy se encuentra en una bóveda del Banco Central de Bolivia, pero hay copias en microfilm en Estados Unidos y Cuba. Gustavo Villoldo, el agente de la CIA que prácticamente dispuso de qué hacer con el cuerpo y algunas de las pertenencias del Che, armó una carpeta con fotografías y un mechón de su cabello. El médico Moisés Abraham Baptista, encargado de la autopsia y de amputar las manos, conservó la camisa ensangrentada. No se rifaron las vestiduras, como uno quisiera pensar, pero el reparto, así haya sido por casualidad u oportunidad, tiene también un aire religioso.

El periplo de las libretas que han terminado por conocerse como “Diario del Che en Bolivia” y de las manos del comandante, pese a haber ocurrido en años recientes, remite a las historias de reliquias de la Edad Media, semejante a las narradas por Umberto Eco en Baudolino. El diario, en realidad un cuaderno y una agenda, fue fotografiado por Félix Rodríguez, y posteriormente se convertiría en el supuestamente secreto mejor guardado de Bolivia, al cual sólo unos cuantos podían tener acceso, hasta que el 1 de julio de 1968 fue publicado en Cuba gracias a que Antonio Arguedas, ministro de Gobierno del entonces presidente René Barrientos, envió un microfilm al presidente cubano Fidel Castro, quien en semanas transformó las imágenes en libro. Luego de esto, en Bolivia se dispuso guardar el diario en una caja fuerte del Departamento II del Ejército (sección de inteligencia militar), hasta que el 15 de diciembre de 1983, durante una inspección de rutina, esa caja apareció vacía.

El 28 de marzo de 1984, el periódico londinense [i]Daily Telegraph[/i] anunció que la galería Sotheby’s remataría los originales del diario, sobre la base de 350 mil dólares. El gobierno boliviano logró suspender el remate y recuperar el diario, que desde entonces se encuentra bajo custodia del Ministerio de Relaciones Exteriores, que lo depositó el 16 de septiembre de 1986 en una bóveda del Banco Central de Bolivia.

El destino de las manos es, hoy día, desconocido, pese a que llegaron a Cuba y se entregaron a Fidel Castro, quien dio a conocer la noticia en la parte final de su discurso del 26 de julio de 1970 –en el cual reconoció que no se logró la zafra de 10 millones de toneladas a que se había comprometido -. “Es de su materia física lo único que nos queda”, dijo entonces Castro.

Las manos del Che llegaron a La Habana después de haber quedado, primero, con el ya mencionado Antonio Arguedas, quien mandó hacerles una urna de madera con las fechas de nacimiento y muerte del guerrillero y la cubrió con las banderas de Bolivia y Cuba. Junto a ellas colocó también la máscara mortuoria, improvisada, de Guevara, y enterró los restos en el piso de su recámara. Luego de recibir dos atentados, Arguedas decidió deshacerse de las manos, que antes de llegar a Cuba pasaron por Madrid, París, Praga, Budapest y Moscú. Pese a que llegaron a su destino, y a que en 1997 se encontraron los restos de Guevara y se les depositó en un mausoleo construido ex profeso en la ciudad de Santa Clara, Cuba, se ignora si las manos se colocaron ahí también.

Queda el pueblo de La Higuera, donde fue ejecutado el Che. Un caserío que sobrevive del turismo que genera precisamente ser el lugar donde el comandante pasó sus últimas horas. A fin de cuentas, se ha vuelto un lugar de peregrinación.

[b]Sólo rebelde[/b]

Fidel Castro y el Che Guevara pertenecen, ya muertos ambos, a la mitología de los movimientos sociales, de la “izquierda”. Ambas figuras son, sin embargo, opuestas a pesar de haber compartido tiempo y espacio; opuestas y complementarias, podría decirse.

Ya el filósofo Regis Debray, colaborador de ambos, los comparó con el monarca y el cruzado. Fidel, como suelo y trampolín para la palanca sin punto de apoyo que era el Che. Guevara, devorado por la impaciencia, despreocupado de si era comprendido o no; más déspota con los suyos que el propio Fidel; estratega, mas no táctico, capaz de apuntar a lo más lejos sin reparar en los medios, de atraer a sus hombres dándoles las menos pruebas posibles de afecto.

Pero la vida de Guevara transcurre de esa forma. Quienes padecen una enfermedad crónica, constantemente corren riesgos con su salud, y su vida, para demostrar, a sí mismos y a los más cercanos, que precisamente están aferrados a la vida, hasta que en algún momento se pasa a coquetear con la muerte y a elegirla conscientemente; y se escoge no hacer eso para lo que se está preparado y en cambio buscar hacer aquello para lo que no se tiene capacidad. Sólo así se puede pasar del Ministerio de Industria a pretender crear “muchos Vietnam” en el Congo o en Bolivia.

La rebeldía del Che Guevara alcanzó precisamente para eso: para ser organizador de fases destructivas de revoluciones. La construcción tras el triunfo, que dentro de la concepción del ejercicio del poder en la época, implicaba la verticalidad, y hasta ciertos privilegios, no entraba en su visión, ni su capacidad.

[b]¿Una figura desgastada?[/b]

Si 20 años no es nada, como dice el tango, 50 parecen ser todavía ayer, en términos de los historiadores y biógrafos, que en mucho han contribuido a construir el mito del Che Guevara. Sin embargo, a medio siglo de distancia, el mito se concentra en un público muy reducido y, en ciertos ámbitos, la mercantilización de la figura del Che ha logrado su cometido: despojarlo de contenido.

Una camiseta, a fin de cuentas, es una afirmación de personalidad. Llevar la del Che, particularmente en algunas facultades de ciencias sociales y humanidades, es afirmarse rebelde… y ya. El fondo de esa rebeldía está en otra parte. Incluso si se pretende conseguir en alguna librería un texto de iniciación, Abché, de Rius, es muy probable que el joven encargado pregunte “¿Es un texto de prescolar?”

Posiblemente lo que ha cambiado por completo son los tiempos. Lo que ayer fue considerado virtud, heroísmo, hoy es simplemente ignorado; señal de que la historia, así esté escrita en piedra y con caracteres de oro, cuando se reduce a símbolos deja de transmitirse a las siguientes generaciones. Los gobiernos de difuntos y flores se devalúan de esa forma.


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