Felipe Escalante Tió
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 30 de enero, 2017

A sus 15 años, Francisco no podrá terminar el primer año de secundaria en una escuela regular. Ha pasado por tres escuelas particulares y en todas ha encontrado un ambiente hostil. Se trata de un joven con Trastorno de Espectro Autista (TEA), en la variante de Asperger.

Su madre, Georgina Amezcua Marrufo, narra en entrevista con [i]La Jornada Maya[/i] la batalla, hoy perdida, porque su hijo experimente algo que para él sería un gran logro e indicaría que la yucateca es una sociedad avanzada, por su capacidad de inclusión.

Las calificaciones de Francisco no son dieces, comenta Georgina, pero sí de regulares a buenas. Sin embargo, por su condición, el chico tiene dificultades para socializar, lo que ha terminado por afectar su interacción con los demás estudiantes y la plantilla docente en tres diferentes escuelas.

Georgina ha recurrido, en tres ocasiones distintas, a escuelas particulares. “En las públicas no hay control sobre los niños; estamos hablando de adolescentes, que de por sí son inquietos”, afirma. Su intención, como madre, ha sido que Francisco esté en un ambiente controlado que le permita integrarse al grupo escolar.

[b]Un largo recorrido[/b]

“Primero estuvo en la María González Palma; ahí todo estuvo bien. Recibí mucho apoyo por parte de la sicóloga, que le hizo adecuaciones a la currícula y se dedicó a sensibilizar a los demás chicos. Decidí retirarlo porque una maestra lo agredió físicamente”, recuerda con visible tristeza.

Tras esa experiencia, recurrió a la Antonio Betancourt. Ahí le condicionaron la inscripción a que Francisco estuviera acompañado por una shadow o monitora; un gasto adicional al de la colegiatura. "Mis ingresos no son fijos”, indica; “soy madre sola y lo que tengo es una estética, así que no percibo una cantidad fija”.

Georgina intentó cumplir con la condición que le imponía la escuela. Sin embargo, “la misma monitora me recomendó que lo sacara, pues no recibía ninguna atención por parte de los maestros. Era como si no estuviera en las clases. Me recomendaron que lo llevara a un CAM (Centro de Atención Múltiple), así que acudimos al que está sobre la Alemán, junto al DIF (CAM Yucatán). Ahí, después de unas semanas, me dijeron que no regresara, porque él tenía respuesta coherente”.

Los CAM indican que atienden a niños y adolescentes con una discapacidad múltiple que impida su integración al sistema educativo regular; dado que Francisco ya había mostrado funcionalidad en éste, se entendería que no lo admitieran, se le señala. “Eso lo puedo entender”, responde Georgina; “sin embargo, se me dijo en una forma grosera; eso es lo desagradable”.

Cabe mencionar que Francisco cuenta con un diagnóstico realizado por un profesional, desde antes de llegar a la edad escolar. Terapia de integración sensorial y social no le ha faltado. La recibe en el CAPSI, Centro de Atención Sicológica Infantil; por parte del doctor Pedro Poot, quien ha sido un gran apoyo, reconoce Georgina. La atención médica también ha sido vital, pues consume tres medicamentos controlados: metilfenidato, conocido comercialmente como Ritalín; un estimulante del sistema nervioso central que disminuye el comportamiento impulsivo y mejora la atención en personas con TDAH; fluoxetina (Prozac), para tratar depresión, trastorno obsesivo-compulsivo y ataques de pánico; y quetiapina, utilizada en casos de esquizofrenia, depresión o trastorno bipolar.

[b]La última experiencia[/b]

Por último, Francisco ingresó en este año escolar al Colegio Mayab, institución que patrocina la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Los primeros dos bimestres, Francisco obtuvo calificaciones de regulares a buenas; sin embargo, fue víctima de bullying. “Dos compañeros lo golpearon, lo arrojaron por la escalera y en una ocasión le cortaron el pantalón por la parte de atrás”, relata Georgina.

“En diciembre me instruyeron a que no lo llevara; que se concentrara en sus terapias y pudiera reintegrarse este mes. Sin embargo, en lugar de reintegrarlo, me dijeron que ya no volvería y que incluso el doctor estaba de acuerdo con la decisión. Esto es falso; el médico me dijo después que ellos ya habían tomado la decisión y le sorprendía que insistieran en la terapia, cuando Francisco ya no iba a ser alumno en esa escuela”.

De nada sirvió proponer soluciones. La administración del Colegio Mayab no permitió que se realizara una tarea de sensibilización con estudiantes, padres y maestros. Francisco era el problema y era necesario eliminarlo. “Incluso me ofrecieron dinero, supuestamente para que continuara en terapias. No supe cuánto, porque lo rechacé de inmediato. Lo que necesito es que Francisco esté integrado y que esto no le ocurra a otro chico; su tratamiento, es cierto que lo ha llevado con altibajos, pero nunca le ha faltado.

“Ya fui hasta a la Comisión de Derechos Humanos (Codhey)”, insiste Georgina, “pero ahí me dijeron que como se trata de particulares, no pueden hacer nada”. Ahora, Por su edad, Francisco no puede inscribirse al primer año de secundaria. Lo cursará en un sistema abierto, que por ahora parece ser la mejor solución, frente al que le ha cerrado las puertas.


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