Abraham Bote
Foto: Afp
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Lunes 15 de junio, 2020
Lo más difícil para William fue no poder despedirse, no ver ni decir adiós a su tío, quien falleció a causa del COVID-19. Era una persona fundamental en su familia, al que recordará por siempre.
En su mente y corazón quedan esos días de juegos con sus hermanos y primos, las pláticas constantes, los consejos de amor y de la vida. Los ratos de alegría en el patio de la casa. Aunque ya no esté de manera física, no se va del todo; se queda en su memoria, y ahí vivirá por siempre.
La pandemia ha cobrado la vida de cientos de personas en todo el país. En el caso de Yucatán, hasta el corte del 13 de junio ya son 297 personas fallecidas a causa del coronavirus. No obstante, muchos no pueden dedicar unas últimas palabras a sus seres queridos, demostrando, una vez más, que somos efímeros: un día estamos sonriendo en la sala con quienes amamos; amigos, hijos, pareja, y al otro día dejamos de existir.
Aunque el virus no ha cundido en la población, algunos han visto a sus seres cercanos cargar con la enfermedad; unos no presentan síntomas y sólo tienen que guardar reposo y aislarse; pero otros requieren ingresar al hospital.
William, originario de Umán, comenta su familia siempre ha sido bastante unida y suele reunirse frecuentemente, pero al iniciar la pandemia esto cambió, pues para evitar contagios, las visitas se acabaron y toda la comunicación se mantenía por redes sociales o por celular.
Entonces, hace como tres semanas, de repente, le llamó una tía para decirle que su tío, hermano mayor de su madre, acababa de ser ingresado al hospital por presentar signos de COVID-19, Todo sucedió tan rápido, al otro día el señor de 65 años ya había fallecido. Quien sufrió más fue su madre, pues crecieron juntos. “Está muy fuerte, de un día para otro ya no hay vuelta de hoja”, relata.
Comenta que una vez que el personal de la Secretaría de Salud se llevó a su tío para evaluarlo, ya no pudieron comunicarse con él; tenía celular, pero no sabía usar las redes sociales ni el WhatsApp; prácticamente no hubo contacto ni comunicación con su pariente previa a su muerte. Al día siguiente le informaron que había fallecido. “Fue como una muerte en seco”, señala el joven.
En la familia quedó un vacío vital que no podrá llenarse con nada, pero esperan que su experiencia sirva para que otros tomen esta enfermedad en serio; sí existe, sí mata. Por lo que hay que cuidarnos, sobre todo las personas mayores, y siempre tener tiempo para hablar con ellos, aunque no podamos verlos; hablarles para decirles lo mucho que los amamos, pues nunca se sabe cuando podría ser la última vez. Ya mañana podría ser muy tarde.
Edición: Enrique Álvarez
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