Antes de salir a escena, fariseos y romanos en Acancehrezan un padre nuestro; se encomiendan y ofrecen el baño de sol que están por recibir. Los 38 grados que marcaron los termómetros de ese municipio no alcanzaron para mitigar la fe de más de 2 mil personas que acudieron al llamado del Viernes Santo. El acto volvió y la gente lo celebra.
Tuvieron que pasar dos años para que la representación bíblica más grande del sureste retome su lugar en las calles del municipio. La pandemia, aseguran, no solo se llevó la manera de vivir su piedad colectiva, sino a varios de sus seres amados en una de las demarcaciones que más sufrió los embates del Covid-19.
En el atrio de la iglesia de Nuestra Señora de la Natividad se congregan hombres, mujeres y niños ataviados con coloridas túnicas a la espera de la señal de Caifás, quien lidera la crucifixión de Cristo. Del otro lado de la explanada, los soldados al servicio de Pilatos afilan sus lanzas y elevan sus puntas en busca del cielo.
En la mirada de estos grupos antagónicos se evidencia la seriedad con la que toman sus papeles. No es la primeva vez que los juegan, la gran mayoría de ellos ya había interpretado a sus personajes en ediciones anteriores. Está Herodes comiendo uvas, por un lado; y del otro Poncio Pilatos que no sabe -todavía-en dónde se va a lavar las manos.
A sabiendas de la larga ausencia de la representación orquestada por el grupo apostólico Renacimiento, la gente no deja de llegar. Las calles que llevan a Acanceh se tornan cada vez más angostas en medida que la fe católica crece; y es que la crucifixión de Cristo es un hecho que el municipio y sus habitantes tienen plasmado en su historia.
En Viernes Santo, Acanceh lució los colores caleidoscópicos de las sombrillas que lo defendieron de su inclemente sol. Mientras azotaban a Jesús de Nazaret, la feligresía buscaba un espacio en el cual guarecerse ante los rayos solares que les agrietaron la piel, poco a poco. Fue en medio de la efervescencia colectiva que encontraron sus motivos.
La corona y sus espinas descienden violentamente sobre la frente del Cristo que encarna Andrés Medina, dejando una roja estela que detona las burlas de los soldados romanos. En las tribunas, hay rostros que se desencajan y gente ávida de chicharrones con salsa Valentina y bolis de colores fosforescentes, para saciar su sed.
La narrativa bíblica continúa a la par de un fervor que guía hacia las lágrimas a quienes ya conocen su desenlace. El cuero rasgando la humanidad de Jesús, según se cree, es bálsamo para quienes pecan y este día se arrepienten de haberlo hecho. Entre la multitud, bajo el zenit, se llora y se maldice propiamente en Viernes Santo.
Han sido siete veces -con esta- las que a Andrés Medina lo han flanqueado dos ladrones a los pies de la Pirámide de los Mascarones, en su natal Acanceh. El sincretismo que envuelve la postal es el motivo por el cual esta representación se considera la más importante del sureste, y lo que le mantiene firme en su papel.
Edición: Emilio Gómez
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