Los miércoles, Alina Vila regala un pedazo de Cuba en La Negrita

La artista presenta un repertorio de música tradicional
Foto: Juan Manuel Contreras

La voz y ritmos caribeños de Alina Vila han cautivado a las audiencias meridanas desde hace 33 años. A temprana edad, la artista descubrió su vocación: aseguró que se convertiría en cantante, y lo logró. Tras una larga trayectoria, hoy ameniza las tardes de los miércoles en La Negrita, en el corazón de Mérida.

Hace ocho años, la artista cubana llegó a ese bar a cantar como suplente a invitación de su paisano Ricardo Ragués quien, luego de percatarse de su talento propició que la contrataran un día a la semana y así es como hoy continúa deleitando a los comensales con los ritmos tradicionales de la isla.

Sones, boleros, baladas, cha cha chas, mambos, guaguancós y otros ritmos caribeños es lo que la artista tiene para ofrecer; lo que le ha valido un lugar especial entre las audiencias meridanas. Para ella, el recibimiento ha sido maravilloso, y su voz se posiciona como una de las preferidas en dicho ámbito.

 

Foto: Juan Manuel Contreras

 

“Dicen que [su voz] se parece a la de Celia Cruz, pero bueno, yo no la escucho así. De cualquier modo, trato de hacer algo bien sabrosón para que la gente lo disfrute, porque de eso se trata La Negrita, de que el público y yo disfrutemos. Mientras la gente esté contenta, yo también lo estoy”, sentenció en una de las mesas de la cantina.

Alina Vila nació en La Habana, Cuba, y creció viendo a su madre, quien es oriunda de la comunidad de Aguacate, cantando. Su padre también era aficionado a la música clásica, lo que finalmente la llevó a estudiar guitarra en el conservatorio Amadeo Roldán. 

“Como mi pasión desde chiquita era cantar, entré a una compañía de ópera y zarzuela y ahí dimos varios conciertos hasta que me casé y vine a vivir a Mérida”, relató.

La música tradicional cubana, reiteró, es su pasión y su mayor influencia ha sido su familia. Alina Vila, sin duda, lleva la música en la sangre.

“También teníamos un tío por parte de mi madre que era saxofonista de un grupo famoso que se llama Irakere, su nombre es Carlos Averhoff”, agregó.

Desde muy pequeña, la artista desarrolló un evidente gusto por el piano. Llegaba a casa de su abuela Emelina, recuerda, y lo tocaba por horas.

Tras inscribirla en las lecciones, contó, su maestra tocaba una canción llamada Muñeca de cristal, que según dice, era “más canto que piano”, y es así como la profesora descubrió su timbre peculiar para el canto.

Edición: Ana Ordaz 


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