La porcelana de otros tiempos es un aditamento imprescindible en la casa de los abuelos. A su paso, los nuevos vientos las cubren de polvo y nostalgia. Los nietos, sin sospechar su origen, las emplean en juegos propios de su edad. Esos sábados ya no existen y difícilmente los retoños se cuestionan la procedencia de esas figuras atemporales.

Antes, uno de los límites de Mérida se situaba en la hacienda Petcanché y abarcaba la colonia Miguel Alemán. Ahora, la zona suele asociarse con senectud y pasados gloriosos, pero es por esa misma razón que La Alemán está llena de historias que suelen reservarse a oídos de los eslabones más apreciados de la familia: los nietos.

A diferencia de lo que sucede con los hijos, los abuelos usualmente presentan cierta condescendencia ante las travesuras, desde que la responsabilidad de la educación no recae sobre ellos. Chocolates antes del almuerzo, tareas resueltas en instantes, y hasta añorados juguetes suelen ser presentes que perduran en la memoria de niños y niñas.

La pandemia los ha dejado desprovistos del abrazo fraternal de sus allegados, y varios de ellos ya lo resienten. Es común ver cómo relativos les hacen llegar los insumos necesarios para su supervivencia, de cara al temor de prescindir de su presencia antes de lo natural. Una y otra vez se ha dicho que pertenecen a la población vulnerable.

Este adjetivo no ha sido bien recibido por todos. Existe quien se niega a perder su legítimo derecho a recibir un abrazo de sus descendientes y continuar su vida pese a cualquier número de crisis que se suscite. Se saben “de salida” y su condición patriarcal les permite reunir a sus allegados, aunque no todos estén de acuerdo.

Amargo olvido

A doña Mariel se le encuentra en el mercado, a menudo por las mañanas, con uno de esos carritos de mandado que ya no son de uso común. Lo arrastra y sus ruedas “brincotean” con cada cuadra que recorre, es un sonido bien conocido por los colonos. Es abuela también; aunque una olvidada por sus nietos, a quienes solo ha visto una vez en la vida.

No se sabe si fue el desinterés de sus hijos, o la reciente muerte de su esposo ‘El Jarocho’, pero los ojos de doña Mariel transmiten nostalgia. La propia de una abuela que jamás pudo ejercer la noble profesión de “alcahueta”. A los chicos del barrio les suele regalar dulces con las mejores intenciones, pero el gesto no es bien visto por los vecinos. Saben que ya están prohibidos.  

La abuela Mariel, o Mamá Mariel, como seguramente la apodarían sus vástagos, añora el momento en el que tuvo entre sus brazos, por un breve instante, a su nieto José Luis, hijo de su hijo Ricardo. Pese a no estar a gusto con el nombre -quería lo llamen Ricardo, como su extinto esposo- atesora ese momento como uno de los mejores de su vida.

Ella no sabe de la existencia del Día de los Abuelos, sin embargo, celebra que una efeméride de cuenta de la importante labor e influencia que ejercen sobre la infancia. Doña Mariel ha visto de cerca la importancia de una figura de autoridad de tal envergadura, pues su mejor amiga es la señora Genny, una vecina cundida de nietos. En esa casa, sus dulces son bien recibidos.

Distancias relativas

En el Súper Akí -que los abuelos siguen llamando San Francisco- la familia Ávila compra carbón, especias y una enorme bolsa de Chips con sal de mar. “Son las que le gustan a Pedrito”, sentencia el sonriente abuelo Yorch mientras planea un carnívoro fin de semana. Eso sí -asegura- con “Susana Distancia” entre los invitados a la parrillada.

La registradora del super mercado repica con cada producto que -valga la redundancia- registra, a tal grado que no es difícil situarse en un videojuego de los años noventa mientras paga. Están realmente dispuestos a festejar y se dicen conscientes de su vulnerabilidad. No cabe duda que su amplio patio jugará un papel protagónico a la hora de sortear el virus.

Mientras los trabajadores descargan la compra, otra mujer -doña Lupita- asoma desde sus persianas. Pensó, erróneamente, que se trataba de su hija Leticia, a quien espera con la despensa de la semana. Con ilusión la septuagenaria aguarda la llegada de cualquiera de sus dos hijos, pues de ellos depende para sobrevivir. “Me cuidan como a un tesoro”, dice.

A la señora la tienen “encuarentenada” dicen los vecinos. Desde la seguridad que procuran sus persianas, doña Lupita afirma no recordar cuándo fue la última vez que vio a sus nietos, pero no le cabe la menor duda de que los ama con todo su ser. Y es que la senectud ha mermado su opinión, pero cuando pase todo esto, ella estará para ellos.  

Figuras inmutes  

El barrio de La Alemán está lleno de abuelos. Como en cualquier zona de la ciudad, las historias son diversas y, por supuesto, dependen de quienes las cuenten. Hay quien suele confundir el Día de los Abuelos con el del padre o la madre, y eso sucede porque en muchos casos, son ellos quienes juegan ese papel.

La dinámica económica obliga a los progenitores a trabajar a diario, y ante la falta de oportunidades para el adulto mayor, son ellos quienes crían a sus nietos. Los llevan a la escuela, los alimentan y atienden de tal forma que constituyen una figura de suma importancia ante la niñez mexicana.

Es un caleidoscopio de colores indistinguibles el que se forma cuando se habla de la familia, cada quién tiene su historia y sus razones. Los abuelos son baluartes vivos -o no- de nuestra historia y con sus decisiones dieron cauce a la sociedad que hoy observamos a diario, algunos desde las persianas.  

Son las figuras de porcelana de sus casas las que atestiguan el deterioro de los relativos, aunque a veces terminen en cajas arrumbadas en la bodega. Los nietos incautos, las recordaremos como entes inertes en aquellos anaqueles de la sala que han dado paso a artefactos más vistosos y acordes a la época que se vive.

Tras la muerte de los abuelos, es a los descendientes a quienes les corresponde administrar esas repisas ya vacías e indagar sobre el destino de aquellas piezas que tanta curiosidad causaron. Ya habrá tiempo de conocer la verdadera intención de esas miradas tan llenas de misterio.  

 

Edición: Elsa Torres


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