A doña Esther Rodríguez se le nubla la mirada cuando le preguntan por su hijo Juan Pablo, que está preso hace cinco años en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Mérida; y a quien no ha visto en ocho meses a razón de la pandemia del COVID-19.
La espera ha sido larga para esta septuagenaria que religiosamente acudía los jueves y domingos a las instalaciones del penal a visitar a su hijo, que cumple una condena de ocho años por el delito de robo calificado cometido en pandilla.
“Podrá ser lo que quieran, pero es mi hijo y además del dolor de verlo tras las rejas, una debe soportar la angustia de no poder visitarlo”, sentenció la madre afligida.
Antes de la contingencia sanitaria, a Juan Pablo lo visitaba incluso su esposa Luisa -quien vive con su suegra- bajo el esquema de Visitas Íntimas, ya que cuenta con la credencial que la acredita para dichos encuentros.
Pese a no poder recibir visitas, los internos del Cereso sí pueden acoger diversos insumos que sus familias les hacen llegar a través del personal del inmueble. También pueden hacer llamadas en los teléfonos públicos instalados en los módulos.
“Ya te imaginas…” responde Luisa al ser cuestionada sobre los ánimos de los reos que no han visto a sus seres queridos en ocho meses. Juan Pablo le ha comentado que el ambiente es tenso al interior de ese centro penitenciario ante la situación pandémica.
De hecho, a mediados de mayo se reportó una trifulca en el Cereso, que dejó heridas a dos personas privadas de su libertad, lo que autoridades penitenciarias atribuyeron a la tensión generada por los contagios.
Con corte al 24 de noviembre, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) informó a través de su Monitoreo Nacional de Centros Penitenciarios que en Yucatán se han registrado 48 contagios de COVID-19, hay dos sospechosos y han fallecido cinco internos.
Imposibilitados de ver a sus seres queridos, decenas de familiares de los internos se manifestaron a las puertas del Cereso el mes pasado. Con pancartas exigieron al director, Francisco Brito Herrera una respuesta a sus peticiones.
Por su parte, doña Esther y Luisa continúan acudiendo semanalmente a ese recinto para llevar los insumos necesarios para el bienestar de Juan Pablo. Cada vez que asisten, preguntan a los custodios por la reactivación de las visitas, pero tampoco han recibido respuesta alguna.
Edición: Ana Ordaz
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