Juan Carlos Fáller Menéndez
La Jornada Maya

17 de noviembre, 2015

"Nos dirigimos a Usted para informarle sobre recientes acontecimientos que causaron zozobra e incertidumbre en nuestras comunidades, pero que a la vez nos hicieron reflexionar profundamente sobre los dos problemas principales de la especie jaguar ([i]Panthera onca[/i]): pérdida y fragmentación de hábitat, y cacería de esta especie y sus presas.”

Es el primer párrafo de la carta dirigida a la máxima autoridad mexicana el 3 de julio pasado por las autoridades de las comisarías y ejidos de San Pedro Bacab, Nuevo León, El Limonar, Tesoco Nuevo y Santa María Pixox, del municipio de Tizimin, Yucatán.

Un jaguar, efectivamente, causó zozobra e incertidumbre los meses previos. Algo insólito en una relación que por décadas había sido de respeto mutuo entre esas comunidades mayas y los felinos silvestres, pues unas y otros comparten hábitat y territorio en ese rincón de Yucatán.

La selva arrebató durante siete meses, con sus garras de jaguar, borregos y aves de corral en las parcelas, y también perros en los patios de las casas. “¿Qué te hemos hecho? ¿Por qué actúas así,[i] báalam[/i]?”, preguntaban las comunidades entre dientes apretados al ver sus animales muertos y su patrimonio herido.

La historia del cómo se llegó a esa situación no es muy larga. Dos años antes, en enero de 2013, el mismo jaguar que ahora les afectaba fue captado por cámaras fotográficas automáticas en un tramo de construcción de la nueva carretera de cuota Playa del Carmen-Tintal.

Desplazado por el ruido de la maquinaria pesada y la devastación de su selva, el joven macho tuvo que buscar un nuevo territorio. A principios de 2014, un año después de aparecer en las fotos, ya vivía en las afueras de Playa del Carmen, donde la abundancia de perros callejeros le proveyó de buena caza en la periferia.

El problema comenzó en julio de 2014 cuando, una vez consumidos los perros sin dueño, y ante la escasez de presas silvestres, el gran felino empezó a incursionar en una colonia marginal, a unas 15 cuadras del centro de la ciudad. Los vecinos se alarmaron. El máximo depredador de la Selva Maya hacía rondas nocturnas por las callejuelas y los patios de las casas, buscando perros para comer (nunca personas, pues el jaguar como especie es absolutamente respetuosa de la integridad humana). Hay la anécdota inclusive de que se llevó a un can que dormía bajo una hamaca.

Había que hacer algo. Siendo el jaguar una especie considerada en peligro de extinción en México, y por lo tanto bajo estricta protección legal, no era un asunto en el que pudiera intervenir la policía y solucionar el problema a balazos.

Gracias a la existencia de organizaciones civiles de conservación en Playa del Carmen, las noticias del “jaguar confianzudo” llegó a los oídos adecuados y dio comienzo el delicado proceso de valorar la situación e intentar la captura del felino. Un equipo profesional, autorizado y financiado por la Semarnat y con el valioso apoyo de organizaciones civiles, se dio a la tarea de solucionar el problema, siguiendo un protocolo de atención que existe para este tipo de situaciones.

Tres meses después, el 12 de octubre de 2014, el jaguar fue capturado mediante una jaula-trampa, y se le llevó sedado a un sitio previamente escogido, 80 kilómetros al norte, cerca de Chiquilá y Solferino. Para poder rastrear sus movimientos, al felino se le puso un collar con transmisor satelital, y se soltó en una zona entre selvática y pantanosa que, aunque es un área federal protegida (llamada Yum Balam), ha sido muy afectada por huracanes e incendios forestales en los últimos años.

(“En este sentido, no sabemos cuáles fueron los criterios seguidos para decidir liberar al jaguar a pocos kilómetros de nuestras comunidades, ni quién tomó la decisión de hacerlo, ni qué autoridad fue la responsable de autorizarlo (...)”, dicen las comunidades en otro de los párrafos de su carta.)

Al jaguar no le gustó el sitio al que fue llevado, tal vez por la escasez de presas y/o por la presencia de otros jaguares, por lo que agarró rumbo y durante una semana caminó hacia el poniente, cruzando una carretera (la misma que hacia el sur conecta con el nuevo tramo a Playa del Carmen, el que destruyó su territorio original), y llegando finalmente a las tierras de las comunidades yucatecas arriba mencionadas (en una de las cuales vive el juez maya Carlos Ku Choc, uno de los personajes principales de esta historia).

Los datos del collar satelital muestran que el recién llegado escogió ese rincón para quedarse a vivir, allá donde Yucatán y Quintana Roo comparten su selvática frontera norte.

(“En cuanto a lo anterior, a pesar de los antecedentes de dicho felino como depredador de animales domésticos en los patios de casas en Playa del Carmen, y a pesar también de que las personas encargadas de dar seguimiento al jaguar sabían que éste había llegado a nuestras comunidades, nadie vino a avisarnos formalmente ni a prevenirnos de lo que podría suceder, y que finalmente pasó”.)

Entre diciembre de 2014 y junio de 2015 se contabilizaron al menos 17 ataques a animales domésticos, significando la pérdida de 49 borregos, 25 aves de corral y 7 perros (entre ellos “Príncipe”, del juez maya Carlos Ku). [b](Continuará)[/b]

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