La Jornada Maya
Óscar Muñoz
Foto Rodrigo Díaz Guzmán

9 de noviembre, 2015

Entre el enfoque espectacular de la cultura y el de los derechos culturales de la ciudadanía, media la incertidumbre: no es posible saber si la confusión de la cultura con el espectáculo continuará por más tiempo o si los derechos ciudadanos por una nutrición cultural alcanzará acciones concretas o todo se quedará en el discurso. Y no puede saberse a ciencia cierta qué sucederá con el desarrollo cultural de Yucatán, de Mérida y de todos los municipios porque no hay ninguna muestra de que unos cambien el enfoque del espectáculo o que los otros materialicen los derechos culturales en acciones concretas.

Al parecer, los funcionarios de la gestión cultural, ya sea estatal, municipal o nacional rehúyen de la cultura en términos de su utilidad humana y hasta le tienen pavor, tal como lo ha señalado el filósofo italiano Nuccio Ordine acerca del temor de los políticos por el arte y la cultura porque la consideran inútil, porque no genera beneficios económicos. Según Ordine, los políticos de los últimos tiempos desprecian la cultura porque son cada vez más incultos. Además, estos políticos y funcionarios creen que si se mantiene a la población alejada del arte y la cultura, será una masa manipulable por los medios de comunicación y rentable en términos electorales.

Es posible que, por ello, la gestión cultural estatal apueste todos los recursos del erario para ofrecer espectáculo por unos días en lugar de favorecer a la ciudadanía con cultura todos los días. En declaraciones recientes acerca del término del Festival Internacional de la Cultura Maya (Ficmaya), su presidente ejecutivo señaló que fue el “festival más vibrante, más importante y más trascendente en la historia contemporánea de Yucatán”. Habría que preguntar ¿más vibrante en comparación con qué, más importante que cuál y más trascendente frente a qué? Además, ¿cuáles serían las razones de tales señalamientos y a través de qué parámetros fue posible calificar el festival?

No es que esté mal organizar festivales, pero parece que toda la gestión cultural gira en torno de tales eventos sin que sean atendidos los derechos culturales de la ciudadanía en lo cotidiano. Los festivales bien podrían formar parte de un programa integral, junto con acciones que nutran culturalmente a la población, y no sólo reducir la gestión a la realización de festivales y espectáculos. Todo parece indicar que, para los funcionarios de la cultura, la espectacularidad de los eventos que organizan otorgará candilejas a su persona, “prestigio” que redundaría en su vida pública, reconocimientos y hasta gratificaciones. Y sin embargo, la población se mueve.

Por otra parte, también recientemente, los funcionarios municipales de Mérida han señalado que el programa de cultura estará basado en la Agenda 21, la que incluye los derechos culturales de los ciudadanos, además de otros aspectos relacionados directamente con la sostenibilidad. Ante ello, habrá que conocer este programa y verificar si, tal como el ayuntamiento de Mérida ofreció, serán atendidos los derechos culturales de la población, en qué términos y a través de qué estrategias. No vaya a resultar como muchos programas prometidos: proyectos simulados y sin la repercusión esperada.

¿Cuántas veces los ciudadanos hemos escuchado de los políticos y los funcionarios públicos que harán todo lo posible por enriquecer culturalmente nuestra vida, sin que suceda tal ofrecimiento? Hasta ahora, casi todos los buenos propósitos han desembocado en la nada y en la frustración. Habrá que ver los botones de muestra para prepararnos, por lo menos en esta ciudad de Mérida, en que sean respetados nuestros derechos culturales y entremos en un nuevo ciclo de la gestión cultural, más armónica entre autoridades y población.

Habrá que ver también si el programa de Mérida, sobre la base de la Agenda 21, logra erigirse como ejemplo a seguir en lugar de continuar con el espectáculo y el llamado turismo cultural. Y habrá que ver qué perfil asume la nueva secretaría de cultura en el país, si un ministerio que apueste por la utilidad de lo inútil o continúe con la farsa de que existe una institución dedicada a la gestión cultural.

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