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Gloria Serrano
La Jornada Maya

27 de octubre, 2015

La primera Carta de los Derechos Culturales de Mérida se firmó el martes 20 de octubre, aquí, en la capital yucateca. El alcalde de la ciudad, Mauricio Vila Dosal, dijo que “se trata de una iniciativa cultural sin precedente”. En las fotografías del evento que estuvieron circulando por las redes sociales, aparecen diversos artistas y gestores que conforman la heterogénea comunidad cultural meridana. Pero de todas las imágenes, hay una que atrapa la mirada del ojo crítico y aplicado. Es la imagen de siete mujeres y un hombre sosteniendo la gran carta –simbólica, claro– de los derechos culturales, que casi alcanza a cubrirles la mitad del cuerpo.

Probablemente estas guerreras no se dieron cuenta del tremendo símbolo que, con su caminar cotidiano, ellas mismas han levantado en un mundo donde prácticamente en todos los ámbitos del quehacer humano, con excepción del que se circunscribe a las labores del hogar, el protagonismo de la mujer es menor al del hombre. Tanto la carta como ellas no aparecieron del sombrero de un mago, como el conejo; lo que sucedió ese martes es el tipo de cosas que para lograrse requieren de horas de oficina, días de reuniones, meses de gestiones y al menos un par de años dedicados a pensar. Sí, a pensar el por qué y el cómo es que se pretende hacer eso.

Para ello ha sido fundamental la participación de la doctora Lucina Jiménez López, experta en la Agenda 21 para la Cultura, que promueve la UCLG (Red de Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, por sus siglas en inglés). También la experiencia en emprendimientos culturales de la maestra Mayte Cordeiro Mejía, directora de CONAIMUC (Conferencia Nacional de Instituciones Municipales de Cultura). No voy a enumerar aquí las muchas ocasiones en que ambas profesionales han venido a Mérida para entablar un diálogo con distintos actores, solo diré que la más reciente fue en el marco del Seminario Agenda 21, realizado del 15 al 19 de octubre de este año.

De la Carta de los Derechos Culturales de Mérida extraigo el siguiente párrafo: “El artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dispone que toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten. Los Derechos Culturales son recogidos en el Pacto 15 sobre Derechos Sociales, Económicos y Culturales añadido en la Declaración Universal de Derechos Humanos. El Pacto entró en vigor en 1976. El artículo cuarto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos también los reconoce, según decreto del 30 de abril de 2009”.

Y los derechos:

I.- Los habitantes del municipio de Mérida, residentes y, en lo correspondiente, personas en tránsito, gozarán de los siguientes derechos culturales:

A.- La ciudad como espacio cultural
B.- Acceso, protección y no discriminación
C.- Participación, cooperación y creación de proyectos
D.- Memoria, patrimonio y espiritualidad
E.- Educación artística, comunicación y conocimiento cultural

El documento también incluye los compromisos que deben cumplir “los habitantes del municipio de Mérida, residentes, empresas, promotores, organizaciones civiles, políticas y culturales, y en lo que cabe personas en tránsito”. Lo firmaron: Mauricio Vila Dosal, presidente municipal de Mérida; la maestra Raquel Araujo Madera, directora del Teatro La Rendija; el doctor José de Jesús Williams, rector de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY); Bernardo Laris Rodríguez, presidente de la Cámara de la Industria de la Radio y Televisión (CIRT) y Álvaro Mimenza Aguiar, presidente del Consejo Coordinador Empresarial de Yucatán (CCEY).

Un dato curioso: en la fotografía del evento publicada por el Ayuntamiento de Mérida en la sección de prensa del sitio oficial, y a diferencia de aquella otra que mencioné en un principio, aparecen únicamente cinco mujeres en medio de once hombres, entre ellos, el doctor Jorge Melguizo Posada, consultor colombiano. No es cuestión de ser quisquilloso, pero mientras yo me encuentro escribiendo esta columna, Ricardo Antonio Bucio Mújica, secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Protección Integral de Niñas, Niños y Adolescentes, comparte en su muro personal de Facebook el esquema que muestra el promedio de horas semanales que dedican hombres y mujeres al cuidado de un miembro del hogar: 12.4 los hombres y 28.8 las mujeres, según datos de la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUT, 2014), realizada por el INEGI e Inmujeres.

Sin duda, la decisión del ayuntamiento representa haber atravesado el umbral que lleva al reconocimiento institucional de la cultura como pilar del desarrollo. Sin embargo, está pendiente la labor profunda y ubicua; es decir, la que ocurre en aulas, parques y plazas, centros de trabajo, hogares, comisarías y calles de la ciudad, a fin de llevar al ejercicio diario lo que ahora ya se encuentra escrito, pero que contrasta tremendamente con la Encuesta Estatal sobre Discriminación, a cargo del Centro de Investigación Aplicada en Derechos Humanos de la Comisión de Derechos Humanos de Yucatán (CODHEY), la cual exhibe los principales motivos por los que se continúa agrediendo física o verbalmente a las personas: pobreza, vestimenta, discapacidad física o mental, preferencia sexual o ser indígena.

A lo anterior habría que sumar otras rémoras: la violencia intrafamiliar, los altos índices de alcoholismo y obesidad de la población, la marcada centralización de las actividades culturales, la ausencia de estrategias para la creación y formación de público para las artes, los insuficientes conocimientos de periodistas y reporteros, primero para comprender y luego comunicar el abanico cultural que ofrece esta capital, la endeble vinculación de la comunidad de artistas, creadores y gestores, así como la falta de mecanismos que posibiliten la sostenibilidad de los proyectos, sin que estos dependan necesariamente de recursos gubernamentales como el Fondo Municipal de Apoyo para las Artes Escénicas y la Música. De no ser atendidos –no solo por las autoridades correspondientes, sino por la sociedad en su conjunto– cada uno de los elementos citados seguirá siendo un impedimento para ejercer el derecho a la cultura.

Dice el filósofo español Emilio Lledó que “las humanidades se aprenden, se comunican. Las necesitamos para hacernos quienes somos, para saber qué somos y, sobre todo, para no cegarnos en lo que queremos, en lo que debemos ser”. Así que, más allá de los datos numéricos y una vez firmada la carta que será enviada al Cabildo para su aprobación, también sería conveniente releer al poeta Gabriel Celaya para recordar que la poesía es un arma cargada de futuro y que la poesía, como las cartas, “Son palabras que todos repetimos sintiendo /como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. Son lo más necesario: lo que no tiene nombre./ Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos”. En esencia, eso mismo son o deben ser todas las políticas públicas: palabras que todos repetimos, escribimos o firmamos sintiendo. En papel qué bien, en actos mejor.


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