Armando Eloy
La Jornada Maya

5 de octubre, 2015

1999: Inicia la cuenta regresiva para un nuevo siglo entrante y para una nueva vida. En el tercer o cuarto encuentro, prescindimos del condón, confiados en nuestra firme juventud y esa salud eufórica y ficticia que da el enamoramiento. Sin prueba alguna, más allá del voto de confianza, nos autodeclaramos seronegativos.

2001: Ya entrado en meses el nuevo siglo, la noticia del desencanto. Mi compañero cae enfermo y una practicante atemorizada de psicología, a quien tengo yo que consolar ante su angustioso intento de empatía, confirma la sospecha: “Resultó usted positivo a VIH, pero, bla, bla, bla…”

2003: Me disfrazo de jerarca católico y rodeado de un contingente de incautos que domingo a domingo se reúnen casi clandestinamente a purgar sus culpas y aferrarse a Dios, marchamos por avenida Reforma por el “orgullo” de ser como somos. ¡Qué ironía! Ellos para que no los hagan sentir tan menos como en realidad se sienten. Yo, para escupirle al mundo todo mi encabronamiento. Mi transmisor agoniza de tristeza, más que de la toxoplasmosis que ya muerto le descubren, en una cama del Hospital del IMSS “Gabriel Mancera”, de la ciudad de México.

2009: He vivido ya ocho años en la incertidumbre de la negación, gozando y sufriendo la inconsciencia, evadiendo las calles que ahora, en septiembre, me conducen a la Clínica Especializada Condesa de esta ciudad, donde una experimentada infectóloga con sólo ver el natural color morado en mis uñas diagnostica: “usted ya ha entrado en fase de SIDA”. Mi tos incesante también me delata, ya soy presa de la típica [i]Pneumocystis Carinii[/i]. Peso 55 kilogramos, mi pelo cae adelgazado, una dermatitis aguda martiriza mis piernas, mi piel rojiza de indígena norteño ha adquirido ahora el tono moreno opacado de un hindú, mis encías sangran, mi boca almacena “algodoncillo”, mi esfínter me traiciona a cada rato, he perdido todos mi encantos. Archivan mi nombre en la sección V.I.P ([i]Very Immediately Patients[/i]) de los desahuciados. Me toca ser el 9773, y creo que en la actualidad ya casi somos 20 mil.

2010: Seis meses me lleva recuperarme y con tan buen tino en la prescripción de Kivexa (Abacavir y Lamivudina) más Efavirez , que desde la primera prueba salgo ya casi indetectable y los CD4 en ascenso, nada mal si consideramos que llegué sólo con uno. Eso sí, con una neurosis terrible durante el día y constantes viajes alucinógenos durante la noche.

2011: Tengo que aprender: [i]tips [/i]de nutrición, cómo adherirme a los antirretrovirales, cómo evitar las ITS (Infecciones de Transmisión Sexual) que pueden complicar el vivir con el bicho, pláticas en grupos de autoapoyo para convivir y compartir con los pares, cursos para una mejor calidad de vida, etc, etc. Pero no es suficiente. A estas alturas el VIH apenas ha detonado todos los lastres emocionales acumulados durante mis 40 y tantos años de vida.

2012: Ya lo había visto muchos años atrás predicando a través de las pantallas de TV, en algún foro de los cientos de sobrevivientes del VIH, cruzando las calles de la Hipódromo Condesa, repartiendo “La Ballena de Jonás” que desapareció por falta de presupuesto, y sabrá en cuántos más eventos que me tocó cubrir cuando yo trabajaba como reportero. Ahora lo tenía aquí, entre mis brazos, recibiéndome con su fragilidad física y su fortaleza espiritual: Tan ligero, fluyendo, con su mirada de sabio y esa sonrisa en mueca que te confirma: “Sí, sí pasa, pero finalmente no pasa nada…”. Encontré a mi profeta terrenal: René García, fundador de Albergues de México I.A.P.

2015: Y sí. En realidad, no pasa nada cuando todo pasa, cuando se vive el VIH en una postura de serena alerta. Como la vida misma cuando se goza de cabal salud, como un “aquí y ahora” con la posibilidad de un incierto futuro y la imposibilidad de un retroceso al pasado. No es consuelo –o es de tontos-, pero muchos muertos ha desde mi diagnóstico y por causas tan disparatadas que siniestramente me arrancan una sonrisa. He aprendido hasta aquí, hasta este trayecto del camino, la importancia del autoconocimiento, del estar conmigo, de auto-reconciliarme y compartirme así con los otros. He escuchado a muchos compañeros bendecir al VIH porque les cambió para bien sus vidas. Yo no llego a tanto. Me encantaría no depender de dos antirretrovirales nocturnos y de los exámenes clínicos semestrales que tanto dinero cuestan; tendría peso de conciencia por los 20 mil pesos que la sociedad paga por mi tratamiento, a no ser por cómo veo a otros haciendo sangrar al erario público para cuestiones tan frívolas. No, ni bendigo al VIH ni me siento culpable. Llevo 16 años viviendo con VIH, 6 años en tratamiento; con carga viral indetectable y 403 CD4. Sigo en la Clínica Condesa de la ciudad de México y soy miembro activo de Albergues de México I.A.P, que está ubicada cerca del Ajusco, al sur de la ciudad. He descubierto que mi cuerpo habla, que gruñe y sufre cuando se colma de emociones contenidas, y que se vuelve tan ligero cuando se deja ser espíritu. Este es mi testimonio.


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