Otto Von Bertrab
La Jornada Maya

Ilustración Arbee Farid Antonio Chi

29 de septiembre, 2015

Hay muchos problemas y grandes amenazas para la humanidad, pero uno de los que más relevancia ha tomado en estos tiempos es la intolerancia provocada por el extremismo religioso y las ideologías de corte regionalista, nacionalista y racial. Así como vemos en Siria e Irak a cientos de miles de desplazados que intentan salvaguardar su integridad con la esperanza de un futuro como refugiados en cualquier nación, igual vemos a miles de colombianos deportados de Venezuela por las razones más absurdas, y más cerca aún de nosotros las declaraciones de un precandidato a la presidencia de Estados Unidos que amenaza con deportaciones masivas de mexicanos e incluso con la construcción de un indignante muro que divida a nuestras naciones.

Aunque quisiéramos proclamar que la humanidad ha aprendido de los errores del pasado y que hemos sobrepasado los demonios de la intolerancia y el odio racial, hoy pareciera que estos demonios volvieron a tomar fuerza en el entorno mundial y amenazan con desestabilizar a pueblos y países que intentan vivir en paz. ¿Qué podemos hacer para contrarrestar esta situación que nos amenaza? Ser tolerantes, inclusivos, entender que la diversidad enriquece a los pueblos.

La península de Yucatán ha sido históricamente una tierra de integraciones y mezclas, desde el pueblo maya clásico que en tierras yucatecas se fusionó a una cultura tolteca migrada desde el centro, seguida de una invasión europea que, a pesar de enormes pérdidas culturales y humanas, terminó convirtiéndose en una mezcla de razas y culturas, hasta la actual circunstancia donde la península de Yucatán se ha convertido en un crisol de descendientes de mayas, de europeos, recientemente de muchos norteamericanos, y de personas de todo el territorio nacional conviven en armonía y respeto.

La península de Yucatán que incluye los estados de Quintana Roo, Yucatán y Campeche pudiera ser la tierra prometida, no sólo es un territorio de hermosos paisajes, en muchos casos paradisiacos, de una rico patrimonio cultural, sino que lo más importante es que es el hogar de millones de individuos que han logrado encontrar en el respeto a las diferencias raciales, religiosas e ideológicas una de sus mayores riquezas. En cada pueblo vemos al niño maya con su primo que es güero, los templos protestantes en franca competencia con las iglesias católicas que asumen los rituales autóctonos; y a cientos de turistas e inmigrantes provenientes de distintos países y de todos los rincones del país en respetuosa convivencia.

Se habla de que Mérida es la ciudad más segura del país, pero Campeche, Chetumal, Tizimín, Peto, Valladolid y Cozumel no se quedan atrás, los que vivimos aquí tenemos la enorme fortuna de poder afirmar que somos parte de una sociedad pacífica, tolerante y diversa.

Suele suceder que a veces los seres humanos no valoramos lo que tenemos hasta que se ha perdido; por eso es necesario hacer evidente el hecho de que nuestra región posee una inmensa riqueza que no puede evaluarse mediante índices. Una de las cualidades más valiosas de esta región es su gente, nosotros todos, con nuestras diferencias que en vez de dividirnos nos complementan, nosotros que buscamos en la diferencia de opiniones medios de entendimiento, que aceptamos la diversidad racial como un hecho que permite la evolución misma de la especie y que respeta la diferencia cultural y de credo, incluso a aquellos libres pensadores que deciden ni siquiera pertenecer a alguno.

En conclusión, aquí no hay demonios que vencer; la riqueza cultural que hemos heredado y que poseemos nos permite afirmar que somos una sociedad libre de esta enfermedad que históricamente ha amenazado la grata convivencia humana y que hoy por hoy vuelve a surgir en distintas regiones del planeta.

La península de Yucatán es un paraíso terrenal, aquí vive gente tolerante, incluyente, generosa, diversa, pacífica y respetuosa. Eso lo tenemos que recordar y valorar como una riqueza y cuidar como uno de nuestros mayores tesoros; hay que ejercitarlo cada día como individuos y asimilarlo como sociedad. Los inmigrantes seguirán llegando, está en nuestras manos y en nuestros corazones aceptarlos, para adoptar lo mejor de ellos y continuar creciendo como sociedad.

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