Margarita Díaz Rubio*
La Jornada Maya

23 de septiembre de 2015

Ni modo. No puedo usar el gentilicio “yucateco” en la palabra escrita. En la hablada sí. Que extraño ¿no? Mi padre, don José Díaz Bolio, decía siempre que el sufijo eco corresponde al idioma náhuatl significando lugar o sitio, como México, mixteco, tamaulipeco etc. y que el franciscano, fray Diego de Landa –cronista de su época y buen latino–, en su obra la [i]Relación de las Cosas de Yucatán[/i], se refería a los habitantes de esta tierra con el nombre de yucatanenses. Co, en maya, significa diente. Don José, como investigador enamorado de su tierra, siempre tuvo la curiosidad de saber en qué momento de la historia la palabra yucateco fue acuñada por algún conocedor de la lengua nahua. Yucatanense era y es la forma correcta de referirse a los naturales de Yucatán. ¿Se imaginan ustedes queridos lectores; decir “ateneco”, “londineco”, estadunideco, “sonoreco”, chihuahueco”...?

Todo ello viene a cuento por el deseo de manifestar algunos conceptos sobre los yucatanenses y en especial los que habitamos ésta nuestra querida ciudad, la antigua Tho.

Mérida tiene 473 años de fundada, y en respuesta a la pregunta que me hizo un querido amigo sobre cómo veo la Mérida de estos años, he reflexionado y quiero darles mi punto de vista hacia esa pregunta.

En lo cultural considero que Mérida ha despertado. La cultura –que se podría definir como el fruto del espíritu humano cultivado– no se obtiene a base de asistir a espectáculos sino en una introspección, en la formación mental que dan la lectura selecta y la apreciación de las bellas artes. Se logra a base de estudio y también de forma hereditaria. Para
Oswald Spengler, filósofo alemán nacido en 1880, la cultura es el dominio del espíritu sobre la técnica… Como ejemplo de ello podríamos poner las grandes catedrales góticas que tienen necesidad de técnica para su construcción pero que están puestas al servicio del espíritu. Con ello podríamos decir que la cultura va hacia lo espiritual.

Los yucatanenses contemporáneos nos dormimos en nuestros laureles y en la fama cultural que heredamos de nuestros antepasados. Todo lo contrario de los regiomontanos –calificados a finales del siglo XIX como los bárbaros del Norte– que al darse cuenta de lo que carecían, trabajaron para obtenerlo. Ahora los que habitamos esta querida península
tenemos un futuro promisorio. La cultura, vista desde el concepto anterior, esta de plácemes pues las actuales acciones gubernamentales van hacia programas a largo plazo y hacia la educación integral, con lo que se logrará un resultado positivo. Considero que se ha erradicado el abaratamiento cultural y el populismo que tenía el objetivo de conseguir votos. Las acciones de la llamada sociedad civil hacia la cultura y todo lo que ella implica, son cada vez más relevantes.

En lo social, Mérida es una amalgama. Hubo un tiempo en que no sabíamos quiénes éramos y hacia donde nos dirigíamos. Ahora es diferente. Los descendientes de los que hicieron esta ciudad quisiéramos conservar lo que a través de los años consideramos como nuestro. En la actualidad, la mayoría no solamente hablamos y criticamos sino que
trabajamos en acciones positivas y sabemos cómo hacerlo. Antes, por lo general, no había interés y no salíamos de la apatía y conformismo. Hemos cambiado, nos hemos cerrado y la charla no fluye como antaño. Hemos reemplazado la cómoda, higiénica y fresca hamaca –que en los cuartos de las casas de interés social es casi imposible colgar– por la
cama, y la ventaja de tener un patio con arboles frutales es ahora un privilegio. Destruimos patrimonios importantes para instalar comercios totalmente anodinos y ahora estamos tratando de rescatar lo poco que ha quedado. La globalización, y su mayor transmisor que es la televisión, ha influido negativamente en nuestros valores tradicionales. Estamos
perdiendo el gusto estético y prueba de ello es el abigarramiento de luces navideñas que impera en el mes de diciembre.

Nuestra gastronomía ha cambiado. Nosotros, los propios meridanos, ya no sabemos elaborar los ricos platillos tradicionales. Permitimos que nos quieran imponer criterios extraños como un huevo motuleño ¿con frijol bayo? y podemos constatar que el exquisito y tradicional pan francés no esta presente en los hoteles y en la mayoría de los restaurantes
meridanos.

De la indumentaria masculina, casi ha desaparecido la confortable guayabera. Por no sé qué extraña razón la mayoría de los jóvenes se rehusan a usarla y la mayoría de los adultos, que antes la portaban, usan camisa que no favorece al volumen corporal que se gana con la edad. Algunos dicen que ya no está de moda o que no quieren parecer políticos de carrera. La elegancia que tiene esta prenda es invaluable.

Nuestro acento, la manera de hablar y el vocabulario mezcla del español y maya que usábamos, se esta perdiendo a pasos agigantados. Ya son para la historia palabras como: [i]huevo abotonado[/i], [i]chuchuluco[/i], [i]culero[/i], [i]china[/i], [i]sorongo[/i], [i]acechar[/i], [i]tuch[/i], [i]chevere[/i], [i]atabacado[/i], [i]echado a perder[/i], [i]kirits[/i], [i]purux[/i], [i]anolar[/i], [i]x´tup[/i], y ya casi no escuchamos aquellos apodos como [i]el conejo, el bizco, el Turix, Belux, Cuxo, Quiquix, Maruch, la rana[/i], etc. etc. etc.

Él tráfico vehicular es preocupante. Se ha iniciado el sálvese quien pueda y la cortesía al volante ha disminuido. Si las autoridades pertinentes no toman cartas sobre el asunto, en pocos años la capital será un caos.

Mérida es bella, placentera, y hasta ahora con alto nivel de vida. Los yucatanenses, estuvimos a la defensiva por muchos años pues éramos objeto de burla y maledicencia, especialmente en el altiplano. Sabemos el motivo de esto. Ahora es diferente.

Adoro mi tierra, sus raíces y su historia. Adoro el castellano y siento tristeza al ver la mayoría de los comercios meridanos con nombre en inglés. Quisiera para mis hijos y los hijos de sus hijos heredarles una ciudad armónica y de la que se sientan orgullosos y tranquilos. Considero que a nosotros, los lugareños, nos corresponde trabajar por ella y no a los
seres humanos que llegan de otros lugares a vivir en Yucatán pues lo que debemos de inculcar en ellos es una conciencia social intentando que se enamoren de Mérida y se unan a nosotros en acciones positivas que, en el futuro, redundarán en su propio beneficio y de su familia.

*Presidenta del Patronato Pro Historia Peninsular de Yucatán.

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