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Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

22 de septiembre, 2015

Pareciera estar en la mitad de la nada. Para llegar, el viajero tiene dos opciones: desde Mérida, tomar camino hacia Celestún y en un entronque ubicado unos 10 kilómetros antes de llegar a dicho puerto, doblar a la izquierda y recorrer un tramo de 22 kilómetros que hasta hace pocos años parecía más un paisaje lunar que una carretera. Algunos aficionados a la tauromaquia reconocerán el nombre de la ganadería Sinkeuel, que aparece casi por sorpresa mientras se hace el recorrido. La otra es desviarse desde Maxcanú y pasar por tres pueblos, en cuyo centro siguen en pie grandes construcciones, recordatorio de que alguna vez fueron haciendas: Kochol, Santo Domingo, Santa Rosa, Granada. Ninguno de los dos caminos se presta a ser atravesado a gran velocidad. El ritmo es, simplemente, más lento.

Si hoy es un tanto difícil llegar a Chunchucmil, podemos intentar imaginar cómo fue hace ya poco más de una centuria, cuando un hombre de 76 años hizo el recorrido, partiendo de Mérida, en tren hacia Maxcanú y de ahí abordó una plataforma o [i]truck[/i] de vías [i]Decauville[/i] a esta hacienda. Se trataba del presidente Porfirio Díaz, a quien acompañaba una comitiva de 200 integrantes, durante la visita que hizo a Yucatán del 5 al 9 de febrero de 1906.

Algo había en Chunchucmil que, dentro de las llamadas “fiestas presidenciales”, pocos alcanzaron a ver. Aquella comida en la hacienda fue el único acto de don Porfirio fuera de Mérida. Si se trató del gran espaldarazo por la polémica de la existencia de la esclavitud en las fincas yucatecas, ¿por qué no fue a Xcumpich, propiedad de Audomaro Molina, hermano del gobernador y acusado de esclavista, que estaba mucho más cerca? No podía tratarse de una cuestión de logística, pues Sodzil, que era de Olegario Molina y fue sede de otro banquete, quedaba en frente. Los motivos hay que encontrarlos cinco años atrás.

[h1]El escándalo[/h1]

En julio de 1901, el periódico [i]El Universal[/i], de la ciudad de México, publicó el testimonio de Felipe Juárez, quien había sido enganchado en San Luis Potosí para trabajar en Chunchucmil. Juárez se quejaba de no haber recibido la paga de dos pesos diarios prometida en su contrato; solamente recibía 48 centavos. Además, luego de un primer intento de escapar de la finca, se le aplicó el castigo de azotes a todos los que tal cosa pretendieron, sin importar si eran niños o mujeres. Por último, no tenía acceso al sistema de justicia. En Campeche se le advirtió que, si presentaba querella en Yucatán, lo más probable era su consignación al servicio de las armas. Juárez había conseguido salir de Chunchucmil, pero su familia permanecía ahí, “secuestrada”.

La nota de [i]El Universal[/i] concluía que todos los hacendados yucatecos debían ser calificados de negreros y esclavistas, pues el caso de Felipe Juárez era solamente uno que había llegado a la prensa. La legalidad no existía y los trabajadores eran meros activos de las fincas, expuestos a las arbitrariedades de mayordomos, personeros o propietarios, y el supuesto estímulo de asistencia médica en caso de enfermedad era una falacia, ya que todas las curaciones se reducían a untar “naranjas amargas” en las heridas.

Personajes de la talla del escritor Manuel Sales Cepeda y del senador Manuel Sierra Méndez se encargaron de la defensa de Rafael Peón en la prensa. Peón era señalado como alguien “conocido por todos como el más desprendido y espléndido que hay en Yucatán para todo; a un hombre que siempre tiene a la mano el dinero para socorrer todas las miserias y desgracias de todos y cuyo carácter y condiciones lo hacen una de las personalidades más simpáticas y estimadas de la Península”. El propietario de Chunchucmil era apoyado también por Rodulfo G. Cantón y Manuel Molina, operadores de la candidatura de Olegario Molina, cuya campaña estaba en marcha.

En medio del escándalo, Rafael Peón escribió a don Porfirio para darle su versión acerca de la llegada y partida de Felipe Juárez de Chunchucmil, así como algunos pormenores de su estancia. Según la carta de Peón, Juárez había llegado en un grupo de jornaleros que continuamente eran requeridos por la escasez de brazos existente en el estado. Juárez, a decir de Peón, primero se deshizo en halagos a las comodidades de la hacienda, pero pronto instigó a otros trabajadores para darse a la fuga. Estos fueron encontrados días después perdidos en los montes limítrofes con Campeche. Vueltos a la finca, Juárez volvió a desaparecer, dejando a su esposa e hijos, quienes resultaron no ser tales sino que habían convenido hacerse pasar por familia para cumplir con los términos del contrato de “enganche,” y que por su parte preferían quedarse.

Sin embargo, continuaba Peón, la publicación de El Universal había provocado conflictos; pues aunque la acusación de Juárez había sido sobreseída en el juzgado de distrito, en Chunchucmil, unos 70 jornaleros –de los 375 que empleaba la hacienda –se amotinaron y pretendieron asaltar la casa a mano armada. Para Rafael Peón y otros hacendados, “el clamoreo de las publicaciones” producía dificultades en las relaciones con los trabajadores. Para el gremio de hacendados existía un problema y éste era la aparición de notas de escándalo, en las cuales se les llamaba “esclavistas”, en la prensa de la capital del país.

[h1]Las fiestas presidenciales[/h1]

En febrero de 1906, apenas cuatro meses después de la elección en la que resultó reelecto Olegario Molina (no sin enfrentar manifestaciones de oposición), Yucatán registró la primera visita que hiciera a su territorio un mandatario en funciones. Las actividades, pomposamente llamadas “fiestas presidenciales”, fueron cubiertas por prensa nacional y extranjera.

El programa se concentró en Mérida, donde los arcos triunfales, los banquetes, los dos paseos, de antorchas e histórico, sirvieron para generar el símbolo de una relación entre gobernante y gobernados. El presidente inauguró mejoras significativas como el Asilo Ayala, la escuela Nicolás Bravo, el Hospital O’Horán y la ampliación de la penitenciaría Juárez.

Ahora, el evento atípico fue la comida en Chunchucmil, celebrada el 7 de febrero. Fueron tres horas para llegar a la finca en un tren especial, otras tres para el regreso.

Rafael Peón se esmeró en distinguir su propiedad: don Porfirio recorrió las áreas de trabajo y presenció el proceso de obtención de fibra de henequén. El banquete para 200 comensales incluyó ostras, cangrejos, tortugas y venados; en un despliegue de sustentabilidad, todo había sido obtenido en la misma hacienda. Llegada la hora de los brindis, Joaquín
Peón, primo hermano del propietario, levantó su copa para ofrecer la fiesta al presidente y posteriormente dijo:

“Algunos escritores nacionales que no conocen nuestro Estado, nos han tildado de esclavistas; –y como esto alude a nuestras relaciones con los jornaleros … y estamos aquí hablando de nuestras fincas, creo oportuno aducir ante el ilustrado criterio de usted, Señor Presidente, esta simple consideración que tiene el carácter de un principio universalmente reconocido, a saber: la influencia de los tiempos y de las épocas en que se vive, es irresistible y se impone necesariamente. Y en nuestra época, cuando menos en América, se impone el jornalero libre y bien retribuido y no pueden existir esclavos jornaleros. Esto está en la conciencia de todos, pues no podríamos impedir, aunque lo quisiésemos, que penetrasen en el ambiente de nuestras fincas la libertad y el progreso de los tiempos.”

La respuesta de don Porfirio no fue recuperada textualmente. Varios testigos la reportaron y mencionaron en la prensa. Ahí se dijo que don Porfirio respondió al brindis afirmando que las manifestaciones de afecto de que había sido objeto le revelaban un pueblo contento; que en los lugares donde la población era oprimida se producían huelgas, y en
Yucatán no las había, y por último, “que hasta él habían llegado las versiones de los calumniadores de Yucatán, acerca de la esclavitud, y que aunque él desde hace tiempo abriga el convencimiento de la falsedad de las especies, ahora más que nunca está convencido de que tales especies no son más que calumnias.” Sobra decir que tras estas palabras,
Díaz fue ovacionado. Los hacendados habían obtenido la aprobación presidencial del régimen laboral de las haciendas henequeneras. Rafael Peón vería bien invertidos los 200 mil pesos que, en aquel entonces, gastó en la comida en su finca; un gasto del cual, se dice, no se recuperó jamás.

[h1]Chunchucmil hoy[/h1]

Se vislumbra el casco y, quien guste de las construcciones que pueden ser consideradas históricas, verá con agrado que tanto la casa principal como la capilla, la planta desfibradora y algunas de las casas de los trabajadores principales siguen en pie, encuadradas en el centro de la población. Se ve que hace poco hubo un intento por cercar las
construcciones, pero no prosperó.

Una cancha de futbol se encuentra ahora donde Peón mantenía un estanque al cual llegaban flamencos. Niños y jóvenes utilizan el terreno cada semana, celebrando encuentros dentro de una liga infantil. Las paredes de la desfibradora han sido grafiteadas a tal grado que uno piensa que el edificio es odiado particularmente. No así la casa principal y la
capilla; aunque cerradas, son respetadas. Incluso permanecen las campanas en el techo de la primera.

“Aquí hay un águila del América”, indica uno de los futbolistas señalando a lo alto del edificio de máquinas. Se trata, sin embargo, del águila republicana; el escudo nacional de la época de Juárez y Díaz. De alguna manera, Rafael Peón pensaba en México cuando se encontraba en su hacienda.

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