Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

20 de septiembre, 2015

Luces de vivos colores titilan. Alrededor de las máquinas todos parecen contentos; pero en el fondo se siente un vacío. Alguien introduce un billete, pulsa un par de botones y los números giran. El corazón se detiene por un momento cuando las fichas, lentamente, se acomodan. La mano se ha perdido. Surge la desesperación y se busca más dinero para seguir jugando. Se trata de la ludopatía, la adicción a los juegos de azar.

Manuel Ruiz Mendoza, subdirector de Salud Mental del estado de Yucatán, expresó durante la presentación del tercer aniversario del grupo de Jugadores Anónimos “Vuelve a vivir”, el viernes pasado, que la ludopatía se ha convertido en una droga social sin sustancia, capaz de destruir a individuos, sus familias y el entorno en el que se desempeñan. La distorsión social que provoca la adicción al juego se potencializa con la oferta entre casinos y casas de empeño, y la demanda de los ludópatas, afirmó.

La adicción al juego debe abordarse como un problema múltiple y complejo, afirmó el funcionario. Comienza como una diversión pero puede convertirse en una situación compulsiva o patológica que afecte a los familiares del individuo, agregó.

María José, miembro del grupo de ayuda “Jugadores Anónimos”, reconoció que los ludópatas no sólo juegan en los casinos; también lo hacen por Internet, celular o simplemente con sus amigos, por lo que la problemática no es exclusiva de los establecimientos. Las personas pueden apostar a través de su computadora con una tarjeta de crédito y utilizar su dinero, comentó, pero cuando lo pierden, pueden llegar a cometer desfalco a las empresas donde trabajan y de esto hay casos, agregó.

Armando, quien durante año y medio cayó en la ludopatía y se encuentra en recuperación, manifestó que las casas de empeño aprovechan la desesperación de la gente que perdió su dinero y busca la forma de recuperarlo, así que les ofrecen préstamos a cambio de objetos. Aunque no es una mafia, porque cada persona es responsable de solicitar los préstamos, agregó. “Lo que necesitamos como jugadores es dinero; si no tenemos ese recurso no podemos serlo. Uno firma un pagaré y se le da el dinero”.

“Es una enfermedad lenta, progresiva y mortal”, manifestó Armando. “Afecta a la gente sin importar su condición económica, nivel social o edad. Incluso hay personas que han vendido algún órgano vital para recuperarse económicamente”, agregó.

María Elena, también parte del grupo “Vuelve a vivir”, reconoció que al llegar a Jugadores Anónimos muchas personas están derrotadas, tras haber perdido propiedades, familia y su propia autoestima, considerándose a sí mismos inservibles. “Es una enfermedad, un juego compulsivo en el que uno deja de divertirse y sufre”, indicó.

Uno de los criterios para reconocer que hay un problema de adicción es el dolor, el sufrimiento y las consecuencias, apuntó.

María José señaló que en el grupo hay aproximadamente 100 miembros y cada noche asisten entre 20 y 25 personas. Es necesario presentarse a diario para garantizar una recuperación, declaró.

El doctor Ruiz Mendoza especificó que la ludopatía es un fenómeno con comorbilidad. Es decir, puede generar enfermedades graves como depresión y transformaciones en el sistema nervioso central.

Los miembros de Jugadores Anónimos reconocieron que ha habido intentos de suicido entre ellos.

María José afirmó que para combatir la ludopatía es necesario educar a los hijos, y desde las escuelas primarias, de los peligros del juego; tal como se hace con el tabaco, el alcohol y las drogas. Debe hacerse una concientización desde pequeños para educar y reformar este comportamiento, añadió.

El doctor Ruiz Mendoza consideró que es necesario difundir el tema y actuar en la prevención, con las distintas personas interesadas en el tema.

Por su parte, Armando señaló la importancia de hacer saber que la ludopatía es una adicción y una enfermedad que puede llevar a depresiones y suicidios. Resaltó la constancia como la principal necesidad de quienes sufren la enfermedad y buscan recuperar su estabilidad emocional, ya que la adicción no tiene cura.


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